Te quiero, Lina

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Aquella noche oscura era tormentosa. Llovía con fuerza, los truenos ensordecían y alumbraban por segundos los cielos, estremeciéndolo y volviendo la escena confusa para sus combatientes.

El destino lo había marcado: era el momento para coronar al nuevo guardián de uno de los elementos.

«Los jinetes oscuros» sofocados, lanzando destellos negros desde sus manos, perseguían el objetivo deseado, envueltos en ira. En sus rostros ardían ansias, reflejos de los recovecos profundos de las sobras de sus almas, los vagos recuerdos de lo que un día tuvieron y que peleaban por retomar. Iban aleteando las rasgadas y desplumadas alas grises, nacientes de las espaldas. Grandes, débiles, opacas, tambaleándose ante la lluvia que les dificultaba avanzar.

Entre las nubes cruzaba Blair, imperioso, esquivando cada ataque, defendiéndose con otro. Corría con fuerza y más con el batir de sus alas, muy distintas a las de ellos, brillantes, blancas, incansables. Lanzaba un grito y sus compañeros de lucha lo imitaban.

Luces de iluminantes, una tras otra, y de nuevo.

Blair recordaba a Lina y dolía. De su corazón salían destellos más grandes e hirientes para sus contrincantes.

Aún no se sentía listo, había sido todo tan rápido, sin aviso, que nadie entendía su desolación, excepto sus compañeros.

Aquella noche fueron los cinco elementos a combatir sin guardianes, mostrarían su fuerza y majestuosidad en todo su esplendor, defendiendo hasta el final el puesto del que sería el sucesor.

«Los jinetes oscuros» sabían que tenían una oportunidad y salieron a su encuentro. Como siempre, no les importaba nada más.

Para Blair era una falta de respeto a su dolor, ¿cómo se atrevían aquellas almas perdidas a incomodarlo tan pronto?

Se detuvo un instante, percibiendo la voz de Lina, viéndola, inmaculada, con sus alas, ya no de guardián, sino de un ser angelical. Le sonreía.

«Blair, ¿ya olvidaste que puedes visitarme cuando quieras? Respira, ellos no pueden hacerte daño. Defiéndete y ve a casa, por favor», dijo Lina, impasible y cariñosa.

Sintió las cuerdas de su corazón tensas, enternecidas y heridas ante las palabras que solo él escuchaba.

En aquel instante, lanzó un potente rafaganta y remoline, envolviendo a uno de los tres «oscuros». Este se retorció, gritó, intentó romper los iluminantes con sus ataques de sombra, fallando, de modo que se resignó a su destino, dejándose oprimir, entre cínicas carcajadas, hasta convertirse en una explosión de polvo. Sus restos se desvanecieron.

«Los oscuros» se envolvieron en sus alas, también entre carcajadas amargas, desapareciendo entre las nubes, declarando su retirada.

Los elementos, uno junto a otro, agitados, con las emociones encontradas, cerraron los ojos y calmaron la tormenta.

Blair emprendió un vuelo en picada, traspasando el límite a la realidad humana a mitad de los cielos, dejando atrás chispas de luz; tantas veces lo había hecho que solía dar vueltas por diversión, tomando la forma de olas de viento, hasta justo antes de aterrizar y regresar a su forma de criatura salvaje, pero aquella vez fue distinto, porque no podía frenar, ni dar las vueltas, transformándose, sino que cayó en barrida sobre el prado, junto a la mansión, dejando una explosión de luz blanca en el camino.

Se sentía agobiado, extraño y adolorido.

Lina se había ido. Debía escoger a un nuevo guardián.

Aun en medio de los conflictos que atravesaba su corazón, se sentía aliviado: había regresado a casa.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora