Capítulo 4

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Catalina iba enganchada del brazo de su nieta. Paso a paso cruzaron el campo hasta llegar al hogar de los equinos. El matrimonio avanzaba delante de ellas.

― Yo no sé montar a caballo, abu.

― Lo sé —rió—. Debí decirte que aprendieras hace años. De todas formas, no te pediré que montes, no llevas la ropa adecuada, solo las botas.

― ¿Cuántos caballos tienes?

― Dos. Pero solo uno es mío, el otro era de tu Lelo, ahora alguien más lo cuida.

― ¿Quién?

― Después lo descubrirás.

Entraron al lugar, era amplio, de techo alto, ordenado en la medida posible, porque no dejaba de haber heno aquí y allá.

Los caballos no estaban y antes de que Ita pudiera preguntar, August ya estaba respondiendo.

― Aila está del otro lado, Lina.

Atravesaron los establos, llegando a otra salida. A unos metros se encontraba el equino tomando agua de un balde grande.

La joven casi retrocedió. El caballo tendría unos dos metros de altura, con la cabeza erguida.

Su pelaje era de color blanco, de crin largo y lacio, además tenía una cola fuerte que revoloteaba una y otra vez. Sus ojos eran de color café brillante. Era majestuoso.

Lina no se contuvo y fue a abrazar a la yegua.

― Aila, amiga. Estás tan hermosa, como siempre.

― ¿Es hembra? —preguntó Ita en inglés a Doreen.

― Sí, miss.

― ¿Es peligrosa?

― Es muy tranquila, en realidad —sonrió—. Le gusta quedarse en la hacienda, si se siente muy sola viaja a ver a su protector.

― ¿Viaja?

Doreen sintió una punzada de nervios. Ante la confusión de Aitana, entendió que no estaba al tanto de todo.

― Bueno, es un decir, en realidad me refiero...

Miss Aitana —intervino August, auxiliando a su mujer—, ¿no desea acercarse al caballo?

― ¿Acercarme? —y sus latidos se dispararon. Catalina estaba, en cambio, embelesada, conversando y acariciando al animal.

― Le prometo que es inofensiva. Eso sí, procure no hacer movimientos bruscos ni acercarse por la espalda ni de frente en un grado exacto. Esos son los puntos ciegos de los caballos y si usted aparece de repente, podrían alterarse.

― Oh, okay, okay.

― Venga —con una cabezadita la invitó a avanzar.

Aitana puso un pie frente a otro, nerviosa.

― Ven, Ita querida, ven, conócela. Es un amor.

Aila estaba acostumbrada al trato humano, así que al ver la mano en aire de Ita, solo esperó el contacto.

Fue una rápida caricia en el lomo, enseguida Ita empezó a dar pasitos en reversa.

― ¿Y mi Blair, August?

― Imagino que salió a dar un paseo, Lina.

― ¿El otro caballo también es así de grande?

― ¡Oh, pero si acaba de llegar! —sonrió la abu, a las espaldas de Aitana.

― ¿Qué? —no pudo retroceder más, se topó con algo muy fuerte, dando un salto hacia el frente y volteando para encontrarse de cara, a otro tan grande como Aila.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora