Capítulo 3

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Fue una semana ajetreada, entre recibir a todos los proveedores, tomar decisiones en base al presupuesto, atender a los de publicidad que deseaban cambiar los posters de sus marcas —para esto Maribel había dispuesto una pizarra, donde podían empapelar cuanto quisieran—, además, por las tardes, Catalina se sentaba con su nieta en la cafetería, a revisar los papeles administrativos de la hacienda, así, Ita iría familiarizándose también.

― No me preocupa el idioma, Ita, manejas este, el inglés y el italiano, así que no tendrás problemas para entenderte con la gente de la hacienda y los del mini market —dijo la abu, tomando un sorbo de café—. August y Doreen son mis administradores de confianza en Edimburgo, mientras que Stefano lo es en Roma. Ellos están al tanto de que serás la nueva dueña y con gusto te ayudarán en lo que necesites.

― Me alegra, abu. También me tranquiliza saber que tienes buenos sistemas contables, eso nos ahorra muchos dolores de cabeza.

― La familia es importante, mira que somos pocos. ¿Cuántos hijos piensas tener, querida?

― No lo sé —se echó a reír—. No pienso en eso.

― ¿Cómo que no? Quiero muchos niños, Ita.

― Primero tengo que encontrar un buen prospecto que me ayude a hacer esos niños, abu.

― Pero no te demores, eh —también rió—. Me gustaría verte convertida en madre y que seas feliz junto a un buen hombre.

― Son lindos deseos, abu —buscó la mano arrugadita por sobre la mesa—. Yo también quiero verte feliz junto a Tiago.

― Ay, ya lo conocerás, es un encanto. ¿Y ya empacaste? Mañana es nuestro vuelo.

― Me falta la mitad de la maleta, esta noche termino, no te preocupes.

A Catalina le emocionaba el viaje con Ita, y al mismo tiempo le daba nostalgia, había pasado unos días estupendos en Manta, con los suyos, comiendo delicias, disfrutando de las playas, paseando en auto, riendo a carcajadas. Amaba a su familia y agradecía a la tecnología que le permitía seguir sintiéndolos cerca, desde Roma.

Durante la noche se reunieron todos para despedir a la querida abu y la nieta. Salieron a comer a un restaurante, quedándose hasta muy tarde.

Catalina trataba de guardar en su mente hasta el más mínimo detalle, atesorando en su corazón cada momento.

Partieron al día siguiente a Escocia. Fue un viaje largo y con escalas, y Aitana, mal acostumbrada —porque sus viajes fuera del país se limitaban a una vez al año, cuando visitaba a la abu—, sentía la urgencia de llegar a la hacienda y descansar.

August las esperó en el aeropuerto. Era un hombre de cuarenta años, calvo, ojos verdes y piel blanquita, además era robusto, deduciría Aitana que sería por el trabajo en la hacienda. Llevaba una camisa de mangas largas azul y pantalón de tela beige, en sus manos colgaba un letrerito que decía: Catalina Palacios y Aitana Bracamontes.

― ¡August querido! —exclamó Catalina en inglés, lanzándose en un abrazo.

― Me alegra verte, Lina.

Aquella abreviatura del nombre retumbó en la mente de Aitana. Solo sabía que Lelo la llamaba así.

― Mira, te presento a mi nieta Aitana —luego se dirigió a la joven—. Él es mi estimado amigo August.

Y aquellos se estrecharon la mano, con una amplia sonrisa.

― Mucho gusto, miss Aitana.

― Igualmente.

― Podemos irnos ya. Me imagino que están cansadas.

― Sí, querido, por favor. Dormiremos un poco y estaremos listas para el almuerzo. Ya quiero ver a Doreen también.

El legado de LinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora