15 - Parque de diversiones [Segunda parte]

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Quince.

—Parezco un imbécil —murmuró Keith, mirándose.

Tenía puesto un traje gris que en la parte trasera decía "mantenimiento" y le había pegado algo que parecía bigote falso. Al principio se rehusó a usar lo que llamó pelo de rata, pero lo amenacé con cortarle una mano si no rescataba a nuestro hijo.

Después del recorrido de la montaña rusa, nos bajamos y buscamos a Kaiden, que lo encontramos tirado bajo las vías del juego, justo donde había cerca y el paso no estaba autorizado. Nos vimos obligados a meternos por una puerta que solo podía usar el personal autorizado.  También encontramos los trajes grises y decidimos usarlos para salvar al bastardo tuerto.

— Avanza ya —ordené mientras atravesábamos discretamente la reja.

Como ya estaba atardeciendo, nos costó encontrar al bastardo tuerto, pues no podíamos usar el flash del celular sin ser descubiertos. Al encontrar al bebé, caminamos hacia la salida y nos encontramos con un señor vestido igual que nosotros.

— ¿Qué hacen aquí? —nos preguntó enojado. Escondí el bebé atrás de mí—. ¡Les dije que era en la rueda de la fortuna, par de tarados!

— Está bien —dijo Keith alzando sus manos y señalando la puerta para que me saliera—. Qué amargado —añadió por lo bajo y se salió atrás mío.

— Estuvo cerca —murmuré, una vez que nos habíamos quitado los ridículos trajes.

— Lo sé. Si me da la peste será tu culpa.

— Dios santo, Keith, te quejas más que una señora.

Salimos al parque y nos quedamos parados pensando a qué atracción ir a continuación.

— ¿Vamos a la casa embrujada?

Mmm, entra tú —Sanders me miró con una media sonrisa—. No te burles, está oscuro ahí dentro.

— No me estoy burlando —se dio la vuelta y puedo jurar que lo hizo para reírse sin que yo lo viera—. Vamos a algo a lo que podamos entrar los dos.

— No —puse mis manos sobre su espalda y lo empujé—. Métete y aquí te espero. Pero pobre de ti si te veo con esa rubia teñida.

Por fin soltó una carcajada mientras caminaba hacia la casa. Pasados unos cinco minutos se pararon a mi lado Clarisse y Travis. Éste comía algodón de azúcar azul y ella tenía una vaca de peluche gigante. Incluso tenía lentes.

— ¿Dónde la conseguiste? —señalé la vaca.

— Es en el juego donde está un tipo todo tatuado. Lo reconocerás al instante —torció la boca—. Solo que gastamos cincuenta dólares.

— Está bien sexy —articuló Clarisse con los labios y me reí.

— Yo quiero uno —murmuré.

— ¿No estabas con Sanders? —preguntó Andrews, dandole una mordida al algodón de azúcar.

— Ey —se quejó Travis y reí.

— Sí, se metió a la...

— Ya llegué —como si lo hubiéramos invocado, Keith llegó a nuestro lado.  También le dio una mordida al algodón y se alejó de Travis antes de que le diera un golpe.

— ¿Qué tal la casa? —le preguntó Clarisse.

— Dan más miedo los cuentos que le leo a mi hermana —respondió, encogiéndose de hombros.

Al poco rato los tórtolos se fueron. Me gustaba verlos juntos; eran totalmente opuestos y a la vez muy iguales. Eran una buena pareja.

— ¿Me consigues un peluche gigante? —le pregunté a Keith haciendo pucheros.

Ni contigo ni sin ti. [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora