21 - Miedo.

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Veintiuno.

Los días pasaron hasta que llegó el viernes, cuando teníamos que regresar a Yaxley. Habían sido unas breves vacaciones, pero al fin de cuentas todos nos divertimos demasiado. Casi todos los días salíamos y al llegar a la casa íbamos directamente a la alberca, aunque al poco rato Keith y yo nos subíamos a su habitación a besarnos o platicar por horas. Y bueno, eso era lo mejor de todo.

Jane y yo estábamos en nuestra habitación guardando las cosas; ella se sentaba en las maletas y yo trataba de cerrarlas.

— Te gusta Sanders —dijo, burlona.

— No es cierto.

— Eres una mentirosa de lo peor —replicó entre carcajadas—. ¿Por qué dices que no?

— Era broma —solté una risa tan tonta y patética que me alegré que solo Jane la escuchara—. Es obvio que me gusta, y demasiado.

Aaawww. ¿Y qué esperas para decírselo?

— ¿Cómo que qué espero? ¿Y si me manda al carajo?

— ¿Por qué habría de hacerlo? —Jane se dirigió al espejo y me miró a través de éste mientras se delineaba los ojos—. Mira, el no ya lo tienes. Ahora ve por el sí.

Con esas alentadoras palabras bajé la maleta al suelo y me dirigí hacia la puerta. Como estaba algo pesada, la coloqué en la escalera en espera de que algún caballero me ayudara a bajarla. Después de un rato llegó Aaron y el muy imbécil se pasó de largo. Al poco rato llegó su novio y sí me ayudó a bajar la maleta.

Jonathan se encargó de meter todas nuestras cosas a los autos como si de Tetris se tratara, pues por alguna razón ya no cabían las cosas en las cajuelas. Una vez que nos cercioramos que no nos faltaba nada, Salvatori cerró la puerta de la casa de su tío mientras los demás nos acomodábamos en los lugares que nos habían tocado en el camino de ida. Ya que estuve en mi lugar, antes de que Surius entrara al auto, me incliné hacia enfrente y dejé un beso sobre la mejilla de Keith. Él se estremeció y se volteó para besarme como se es debido.

— Ey, ey, no coman pan en frente de los pobres —se quejó Salvatori, logrando que el auto se inundara de risas.

Llegamos a Yaxley casi al anochecer. Todos fueron a cenar, pero yo no tenía hambre, así que me despedí y fui a mi habitación. Dediqué una media hora a meter a Sirius a mi habitación como si fuera un ilegal tratando de entrar a un país. Estando ya acostados los dos en mi cama recordé que me había dicho mi papá que Sleeping With Sirens iba a dar un concierto en San Francisco y no tenía boletos.

— Mierda, mierda —decía mientras la lap top se prendía.

No podía creer que se me había olvidado algo tan importante. Siempre pensaba en ellos y ahora me olvidaba de ellos.

En lo que ponía en el buscador la página para comprar los boletos, le recé a todos los santos para que hubiera un mísero boleto de sobra. Dios me escuchó, porque había escasos cinco boletos disponibles. Pero luego él pensó que no me lo merecía, porque cuando refresqué la página ya no había ni uno solo disponible.

— ¡No! —grité tan fuerte que Sirius se puso de pie y miró hacia a todos lados—. Joder.

Me tiré en mi cama, me quedé dormida y no desperté sino hasta el sábado a las once. Me la pasé parte de la mañana entre las cobijas, bajo el cuerpo de Sirius, preguntándome porqué tenía tan mala suerte. Incluso las chicas intentaron animarme y hacerme parar para aprovechar el día, pero fallaron estrepitosamente; decidí quedarme ahí con los ojos cristalizados. Incluso una lágrima se derramó, cosa que atribuí a que llevaba mucho tiempo recargada sobre el lado derecho.

Ni contigo ni sin ti. [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora