El taxi del aeropuerto por fin llegó al internado Yaxley. Éste estaba en las afueras de San Francisco, California, casi llegando a San Mateo.
― ¿Por qué tenemos que venirnos a este internado? ―gruñó Jane cuando nos salimos del taxi. Se amarró el cabello en un chongo y comenzó a abanicarse con el último número de la revista Playboy de mi hermano.
― Porque quería entrar a Linden ―respondí, rodando los ojos―, pero gracias a que intentaste acostarte con el hijo del director, no me aceptaron ahí. Tú solita nos condenaste a este lugar.
― Fingiré que no escucho esta conversación ―murmuró papá para sí mismo, saliéndose del coche―. No se apure, nosotros lo hacemos ―le dijo al viejito que estaba al volante, que ni siquiera tenía planeado bajarse del auto.
Mi hermano Jonathan se colocó un horrible sombrero para después jalar a papá del brazo y caminar hacia la parte trasera del auto.
― ¿Y teníamos que venirnos al otro extremo del planeta? ―preguntó mi gemela, exagerando todo como siempre.
― No estamos al otro extremo del planeta, Jane ―afirmé―. Depende si te vas por el camino largo o por el corto. Es obvio que si te vas por el océano Pacífico, es corto. Pero si cruzas toda África y luego...
― El punto es que ya no estamos en Oceanía ―me interrumpió―. El hecho de salir de nuestro continente nos hace estar lejos. Fin de la historia.
― Y bueno, ¿de qué te quejas? Siempre quisiste un novio estadounidense. Pues aquí hay muchos candidatos ―señalé con la cabeza a las personas que también iban llegando y bajaban sus cosas o se despedían de sus padres. Jane puso los ojos en blanco.
Segundos después, cuando todas nuestras maletas ya estaban afuera, papá nos llamó.
― Quiero que se porten bien ―comenzó en cuanto llegamos a su lado―. De todos modos aquí está Jonathan para que las cuide.
― Bueno, no es que sea el mejor ejemplo ―replicó Jane, devolviéndole su revista. Jonathan se la quitó y la abrazó como lo que era para él, un tesoro.
― Como sea ―papá rodó los ojos―, ¿entendieron? ¿Jane? ―me preguntó.
― Yo soy Jamie ―le corregí.
― Ah, sí, claro. ¿Entendieron las dos?
― Seeeh.
― ¿Y tú? ―se dirigió a mi hermano, que hojeaba entretenido la revista―. ¡Jonathan! ―le quitó la revista y la echó en el bote de basura más cercano. Mi hermano se apresuró a rescatarla, maldiciendo por lo bajo.
― Ya entendimos todos ―dijo de mala gana.
― Muy bien chicos ―sonrió orgulloso―. Denme un abrazo ―a continuación los cuatro nos fundimos en un abrazo de oso.
Segundos más tarde papá se metió al coche, se despidió por enésima vez desde la ventanilla y el taxi arrancó hacia el aeropuerto para irse a nuestro amado país.
― ¿Y ahora qué? ―quise saber.
― Tenemos que ir con la secretaria del director por nuestros horarios —me contestó Jane mientras leía unas hojas que papá le había obligado a imprimir―. ¿Nos llevas Jonathan?
― No, jódanse ―tomó su maleta y salió corriendo hacia no sé donde, perdiéndose entre la multitud.
― Estúpido ―gruñí―. Hay que preguntarle a ese rubio.
― ¿El que está sentado bajo el árbol? ―asentí con la cabeza―. ¡Oye tú!
― ¿Yo? ―preguntó, volteando a vernos y señalándose a sí mismo.
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Ni contigo ni sin ti. [Pausada]
RomanceKeith Sanders, el chico de los ojos rojos, es un libro cerrado, una persona intimidante que tiene un secreto que intriga a unos cuantos - o tal vez muchos - estudiantes de Yaxley. También es amable y caballeroso, pero solo con Jamie Quinn, la chica...