Cuando la puerta comenzó a abrirse Keith y yo nos quedamos petrificados. Si nos cachaban ahí nos expulsarían.
Un señor entre los noventa años y la muerte se nos quedó viendo. Por su ropa pude saber que era el conserje.
— ¿Qué hacen ustedes dos aquí? —preguntó entrecerrando tanto los ojos que creí que ya no vería nada.
Entonces Keith habló con un acento inglés que me sorprendió.
— Señor... —leyó rápidamente el nombre en su uniforme—... Binns, somos de salubridad. Nos llamaron porque había una... —volteó a todos lados buscando qué inventarse—... fuga de gas. Ya está todo controlado.
— Oh, sí, sí, qué bueno que ya lo controlaron. Mi querida Bertha murió por una fuga de gas —acarició el palo de su escoba mientras veía al vacío—. Váyanse, son libres como los pajaritos —añadió con un hilo de voz.
Salimos corriendo y atravesamos un pasillo hasta llegar a la habitación de Keith. El olor a marihuana me llegó de golpe en cuanto abrimos la puerta.
— ¿Crees que le diga algo al chino?
— Tiene amnesia o Alzheimer o algo parecido.
Acto seguido se quitó la playera, dejándole notar su marcada espalda. Se le hacían unos pequeños hoyuelos al final de ésta.
— Pensé que estaba loco.
— También —volteó a verme y me quedé embobada en su abdomen. Por suerte él no me vio porque tenía la cabeza cubierta con una playera azul.
— Pobre señor —murmuré. Me di cuenta del bebé tuerto en mis manos y lo recargué en la almohada más cercana—. Aquí te dejo a tu hijo.
— También es tu hijo, Quinn.
— Sí, pero te toca cuidarlo hoy —repuse.
— ¿A mí por qué? —inquirió al sacar la cabeza. Se acomodó la playera y luego se peinó un poco.
— Porque yo lo cuidé ayer.
Puso los ojos en blanco y se metió al baño. Me acerqué al armario a recoger un calcetín tirado. Ahí se intensificaba el olor de la mota.
La curiosidad mató al gato, ¿no? Sabía que no debía abrir el armario, pero aún así lo hice y comencé a buscar entre la ropa lo más rápido que pude.
— ¿Qué crees que estás haciendo? —escuché a Keith a mis espaldas.
— Quería entrar a Narnia, ¿qué más si no?
— No puedes husmear en mi armario.
— ¿Y qué tiene el armario que no pueda ver? Seguramente ahí está tu droga escondida, ¿o me equivoco? —me puse a la defensiva.
— No, no te equivocas, linda, pero también tengo otras cosas —se acercó lentamente a mí como cuando un león va a cazar a su presa. Recargó un brazo al lado de mi cabeza y se acercó todavía más. Incluso podía ver que su iris derecho tenía un tenue verde al rededor.
— ¿Un cadáver?
— Más bien algo como esto.
Metió el brazo al armario y lo estiró lo más que pudo, provocando que su cuerpo se pegara peligrosamente al mío. En seguida me mostró una pequeña caja negra con letritas. La volteó y noté que era una caja de condones extra largos. Tragué saliva.
— No son tuyos.
— ¿Quieres apostar? —se llevó una mano hacia la bragueta.
— ¡No, no, no! ¡Ew, te creo!
Gracias a mi vista periférica noté que había alguien parado a unos dos metros de nosotros. Si mal no recordaba, su nombre era Travis, el que le gustaba a Clarisse.
— Perdón, sigan con lo suyo. Yo solo venía por algo.
— No es lo que...
— Ya sé, rubia. Nunca es lo que parece —tomó una prenda negra y nos sonrió pícaramente. Después su mirada pasó a Keith—. Felicidades, campeón.
Huyó antes de que pudiera gritarle que se fuera al infierno.
— Ese es mi amigo —rodé los ojos.
— Qué gran presentación, Sanders. Ahora préstame una playera, porque ni pienses que iré al resto de mis clases en esto —señalé mi pijama.
— ¿Por? No le veo el problema —alcé la mano para darle un porrazo pero se quitó rápidamente—. Okay, ya voy, ya voy.
Ya en clase de biología Jane me lanzó un papelito.
¿Quieres decirme dónde mierda estuviste toda la mañana y porqué traes una playera de hombre? ¿Acaso tú...?
Le contesté:
Con Keith ._. Es una larga historia, al rato te explico.
Una vez en la habitación tuve que explicarle todo con pelos y señales de lo que había pasado en la noche.
— ¿Y no hicieron nada? Ya sabes... —se dejó caer sobre su cama. Le di La Mirada—. Wow, si las miradas mataran ya estaría hasta el núcleo de la tierra, Jamie.
En ese momento entraron Clarisse, Ellie, Aaron y Jason.
— ¿Quieren ir el viernes a la fiesta de Travis? —nos invitó Cox mientras caía al lado de Jane.
— ¿Quién irá? —preguntó ella.
— Según mis cálculos, el setenta por ciento de Yaxley —aclaró Ellie.
— Suena bien —dije—. Cuenten con nosotras. Ahora, si me disculpan, me urge bañarme.
— Ya lo habíamos notado —se burló Aaron.
Cuando salí del baño ya no había nadie, por lo que me acomodé a mis anchas y chequé Facebook un rato. Después puse Umbrella de The Baseballs y comencé a curiosear en el iPhone de Keith. Me vi interrumpida cuando el perro de la otra noche comenzó a ladrar. Lo ignoré y me metí a las fotos.
No tenía tantas. Algunas eran de él y Travis, con personas que supongo eran familiares, de las vaqueritas de Dallas, de él surfeando o de cualquier cosa que tuviera que ver con el surf y... oh por dios... tenía fotos en espejos de cuerpo completo donde se veía su marcado abdomen. ¡Me lo podría comer entero!
Antes de ponerme a fantasear con ese cuerpo de modelo, me pasé a sus contactos. Creí que iba a haber bastantes, pero solo tenía a su mamá, Travis y el de un tal Tom Starr. Se me hizo raro; nadie tenía tan pocos conocidos, ¿o sí?
Pronto comenzó a llover y los ladridos del perro se convirtieron en chillidos. No pude más y abrí la ventana. Inmediatamente entró un pequeño perrito negro como la noche y mojado como si lo hubieran metido en una cubeta.
— Ven, bebé —lo cargué y cerré la ventana—. ¿Y tu mami? Okay, no vas a contestarme, mejor vamos a bañarte con agua caliente, y si no te reclaman te quedarás con Jamie, ¿está bien?
Me hinqué sobre el tapete y metí al cachorro al agua cuando había dejado de caer la fría. Lo estuve masajeando un rato con shampoo de Clarisse para rizos definidos y después lo sequé.
— Pareces un pequeño grim —le dije—. Te llamaré Sirius —original es mi segundo nombre—. Ahora, Sirius, te meteré a mi mochila e iremos con la cocinera para mi venganza contra Keith.
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Ni contigo ni sin ti. [Pausada]
RomanceKeith Sanders, el chico de los ojos rojos, es un libro cerrado, una persona intimidante que tiene un secreto que intriga a unos cuantos - o tal vez muchos - estudiantes de Yaxley. También es amable y caballeroso, pero solo con Jamie Quinn, la chica...