— Sube —susurró Keith señalando la rendija abierta de arriba. Me quedé mirándolo con el ceño fruncido—. Que subas, por todos los cielos. ¡Vamos!
— No. No quiero.
— Dennis tiene las llaves de todos los armarios y en cualquier momento encontrará la de este, así que sube si no quieres que nos expulsen.
— Es que no puedo —murmuré, justo después de escuchar el tintineo de las llaves al otro lado de la puerta.
— ¿De pronto eres inválida o qué?
Keith puso sus manos sobre mi abdomen y me levantó hasta entrar al tubo de ventilación o ventila. Quise salirme pero él ya había entrado y cerrado la rendija. Le iba a reclamar cuando la puerta se abrió y la luz se prendió, así que me quedé respirando silenciosamente al igual que Keith.
El tal Dennis apagó la luz y cerró la puerta después de unos segundos. Keith intentó abrir la rendija otra vez pero no se pudo.
— Estamos atrapados.
— Vaya, tenemos un científico.
A pesar de que andaba de sarcástica, el miedo comenzó a llenarme. De pronto estaba sudada y tenía el corazón acelerado. No iba a llorar enfrente de Sanders para que tuviera una razón más para molestarme, de modo que cerré los ojos y traté de pensar en unicornios y arco iris, pero era imposible que los recuerdos dejaran de llegar a mi mente. Fui bastantes años con el psicólogo y no había logrado superar mi miedo; dudaba mucho de poder hacerlo en ese momento.
— Jamie, ¿estás bien?
No, solo quiero salirme de este maldito lugar.
— Aja —me limité a responder.
— ¿Y por qué acabas de sollozar como si estuvieras en un funeral?
Decidí ignorarlo. Antes de que pasara algo más, él ya estaba a mi lado, pues cabíamos los dos perfectamente en el tubo.
— ¿Qué tienes? —sus finas cejas se fruncieron.
— Nada.
— No soy tan estúpido como parezco, Quinn. Si no me dices qué tienes no podré ayudarte.
— No necesito la ayuda de nadie.
Creo que eso lo heriría de alguna forma para que dejara de hablarme, sin embargo, solo sirvió para que el aprovechado colocara una de sus grandes manos sobre mi mejilla y me pusiera el cabello detrás de la oreja.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Keith Sanders? —cerré los ojos.
— Si tú me dices qué tienes entonces tendré que averiguarlo yo mismo, Jamie Quinn.
Su mano bajó hasta mi cintura y se dedicó a hacer pequeños círculos en ella que, aunque me cueste admitirlo, enviaron lo que se sentía como descargas eléctricas al resto de mi cuerpo. Quité su mano con un golpe.
— ¿Entonces?
— Pareces vieja chismosa —dije.
— Sí, sí —podía imaginármelo rodando los ojos—. Ahora dime. Solo te recuerdo que quién sabe cuánto tiempo estaremos aquí metidos y no dejaré de molestarte.
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Ni contigo ni sin ti. [Pausada]
RomanceKeith Sanders, el chico de los ojos rojos, es un libro cerrado, una persona intimidante que tiene un secreto que intriga a unos cuantos - o tal vez muchos - estudiantes de Yaxley. También es amable y caballeroso, pero solo con Jamie Quinn, la chica...