Trece.
— ¿Crees que podamos juntarnos hoy para comenzar mi tutoría?
Estaba acabando de recoger mis cosas cuando Salvatori se me acercó. Traía una camisa negra desabotonada en la parte de arriba y un gorro de lana gris. Dios, tan solo se verlo me daba calor.
— Claro. ¿Te parece en la biblioteca después de comer?
— Sí, como digas.
Me dedicó una sonrisa antes de salir del salón y desaparecer entre el mundo de gente que acababa de terminar sus respectivas clases.
Al poco rato también salí al pasillo y, gracias a mi baja estatura, pude caminar con rapidez entre las personas.
— ¡Quinn! —me gritó una voz que reconocí como la de Sanders.
— ¿Qué pasa? —pregunté cuando llegó a mi lado. Colocó un brazo sobre mi espalda y fui consiente de cómo se nos quedaban viendo nada discretos algunos estudiantes—. ¿Es que no puedes vivir sin mí?
— No te hagas ilusiones —vio el reloj y dio unos pasos, separándose de mí—. Llegó un mensaje de tu papá. Dice que quiere hablar contigo.
— Okay, gracias.
Tenía planeado decir algo más, pero apenas terminé de hablar salió corriendo mientras gritaba el nombre del profesor de química.
Me sorprendió y me alegró que me tratara de la misma forma que siempre después de lo que había pasado la noche anterior, ya que no quería que me tuviera lástima. Y menos él.
Mi día estuvo lleno de divertidas clases, y cuando pensé que por fin iba a descansar, recordé la asesoría con Salvatori. Fueron dos largas horas de ecuaciones y cálculo, justo como quería pasar mi tarde.
Luego me propuse ir a las canchas de atletismo a mejorar mi condición, pero estaba tan cansada y desvelada que fui a mi habitación, me tiré en mi cama cual costal de papas y no desperté hasta la hora de la cena. Como me comenzaron a dar cólicos, ni siquiera acabé de cenar y me regresé a mi habitación y volví a quedarme dormida. Fue impresionante la cantidad de horas que dormí ese día.
Al siguiente día sentí una almohada cayéndome de lleno a la cara. Me desperté y me encontré con mi doble observándome con una ceja curveada.
— ¿Qué te ocurre? ¡Estaba soñando con Kellin Quinn!.
— Agradece que no te lamió Sirius —se amarró un listón al cabello y se dio la vuelta—. Ándale, floja, que ya se nos pasó el desayuno.
— ¿Y Clarisse y Ellie no pudieron despertarnos? ¿Cómo pretenden que empiece mi día sin desayunar?
— Deja de quejarte —me aventó una barra de granola y otras cosas vomitivas más. Seguí quejándome.
Al llegar a clase de álgebra, la profesora no me dejó pasar y la muy perra me dijo "Ve con el director Lee y dile que es tu tercer retardo en la semana". Le dije mentalmente que se fuera a la mierda y caminé hacia Nottingham. En el camino me crucé con una máquina dispensadora y decidí desayunad.
Como el chino/japonés/coreano/malayo no estaba, tuve que sentarme a esperarlo. El viejo llegó hasta la siguiente hora pero me hizo pasar de inmediato.
— ¿Qué te trae por aquí, Quinn?
De repente todos los recuerdos de la noche del lunes llegaron a mi mente y traté de no reírme. En serio traté, pero se me salió un sonido medio extraño.
— ¿Se encuentra bien? —me miró un poco consternado.
— De maravilla.
Miré hacia la derecha y vi un cuadro gigante de un koala. Inmediatamente supe que ahí estaban las rendijas por las que nos asomamos. Era como las mansiones de ricos de las películas; podíamos espiarlo a través del cuadro.
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Ni contigo ni sin ti. [Pausada]
RomanceKeith Sanders, el chico de los ojos rojos, es un libro cerrado, una persona intimidante que tiene un secreto que intriga a unos cuantos - o tal vez muchos - estudiantes de Yaxley. También es amable y caballeroso, pero solo con Jamie Quinn, la chica...