Diecisiete.
Al siguiente día yo fui Jamie y mi hermana Jane. Después de la hora de la comida, los demás fueron a estudiar a la biblioteca, pero yo me dirigí hacia la cocina para negociar con Karla comida para perro.
En el camino, cuando iba pasando por el edificio Oxford, me crucé con un Keith Sanders tan enojado que le palpitaba la vena de la sien, fruncía los labios y apretaba la mandíbula y los puños.
— ¿Estás bien? —le pregunté, parándome frente a él.
Negó con la cabeza y pasó de largo. Pensé en seguirlo, pero tal vez quería estar solo. O tal vez no. Le daría tiempo hasta después de hablar con Karla.
— ¡Hola, Jamie! —me saludó Karla en cuanto llegué—. Ahorita te doy la comida.
— Sí, no te apures.
A los dos minutos llegó a donde me había sentado y me dio una bolsa grande de comida. Sin duda Sirius estará feliz. También había un racimo de uvas.
— ¿Por qué las uvas? —inquirí.
— Un pequeño regalo — respondió Karla sonriendo.
— Bueno, gracias —la abracé y le di discretamente unos cuantos dólares.
Llegué a mi habitación y me encontré con Jane y Liam Blair besándose en su cama.
— Perdón por interrumpir —siguieron con lo suyo y yo me acerqué a donde estaba Sirius—. Hola, mi amor, ¿cómo estás? —le pregunté mientras le rascaba la panza—. Jane, estaré afuera. Aunque no creo que te moleste —añadí por lo bajo, pero al parecer escuchó porque me fulminó con la mirada.
Tomé las uvas y cerré la puerta al salir de la habitación. Mis piernas me llevaron hasta la azotea del edificio Manchester, donde me encontré a Keith sentado. Olía un poco a marihuana la azotea y, por alguna razón, me gustó el aroma.
— Sabía que estarías aquí —musité cuando lo abracé por atrás; mis manos se cruzaron en su abdomen y recargué mi cabeza en su hombro. Él dio un respingo y por un momento pensé que si hubiera estado sentado más a la orilla se hubiera caído del edificio—. ¿Estás bien?
— Sí, Jamie. Estoy bien.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué estabas tan enojado?
— Un imbécil dijo algo que no tenía que decir —su mirada seguía fija en la ciudad, aunque podía ver sus ojos rojos. No sabía si era por fumar o porque tal vez hubiera estado llorando.
Entendí que no quería hablar sobre eso, así que en silencio me senté junto a él.
— ¿Te molesta si me quedo? —negó con la cabeza y me abrazó, pero para tomar una uva.
— Están dulces —murmuró después de tragarse la uva—. Vamos a jugar a algo, ¿va?
— ¿A qué?
— Avientas una uva y si no la atrapas me dices un secreto tuyo que no le hayas contado a nadie. Si la atrapas no dices nada y es mi turno. ¿Entendiste? —se levantó y me ayudó a hacer lo mismo tendiéndome la mano.
— Sí. Vas tú primero.
Nos alejamos de la orilla y le entregué el racimo. Lanzó la uva y no la atrapó. Se quedó callado por un momento.
— Mis papás se casaron estando borrachos en Las Vegas. También nací ahí.
— Wow —exclamé, riéndome y luego aventé la uva, que segundos después cayó en el suelo—. A ver... ¡Oh, ya sé! La única mascota que tuve fue una tortuga que murió aplastada por mi trasero.
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Ni contigo ni sin ti. [Pausada]
RomanceKeith Sanders, el chico de los ojos rojos, es un libro cerrado, una persona intimidante que tiene un secreto que intriga a unos cuantos - o tal vez muchos - estudiantes de Yaxley. También es amable y caballeroso, pero solo con Jamie Quinn, la chica...