Dieciocho.
El jueves estábamos en el comedor. Clarisse y Ellie discutían como siempre, Aaron y su lengua estaban ensimismados jugando con su piercing, y Jason y Jane se lanzaban bolitas de cereal el uno al otro. ¿Y yo? Bueno, yo no podía dejar de pensar en el beso que Keith y yo nos habíamos dado el día anterior. Todavía tenía esa sensación de cosquilleo en los labios y las mariposas revoloteando por todo mi estómago. Estúpido SMR.
Estaba tan absorta en los recuerdos de ese beso tan perfecto que ni siquiera me di cuenta que el susodicho se sentó a mi lado. Sentí que alguien tocó mi hombro, de modo que volteé y al siguiente instante ya tenía sus finos y suaves labios sobre los míos. Estaba algo impresionada por la destreza y rapidez con la que me había robado otro beso, pero aún así le correspondí en un par de segundos.
Cuando terminó bajé la mirada hacia el hilo que tenía mi blusa como si fuera algo importante; no quería que nadie viera mis mejillas sonrojadas ni mis labios hinchados.
— Dios. Mío. Qué. Mierda —ese había sido Aaron, que por el rabillo del ojo noté que nos miraba perplejos, sin dejar de jugar con el aro que colgaba de su labio.
— ¿Qué acaba de pasar? —Jason llamó la atención de Sanders lanzándole un cereal. Cuando éste volteó a verlo con el ceño fruncido, se escondió detrás de Jane—. Lo siento, no me mates.
— Perdiste la apuesta —noté que Clarisse sonreía como el Joker.
— ¿Qué apuesta? —preguntó Keith, a mi lado.
— Black me pagará cincuenta dólares porque tú y Quinn ya andan —explicó. Luego estiró la mano en dirección al rubio para recibir su dinero. Él sólo la miró feo.
—Ehm... no andamos —aclaré.
Cox escupió el trago de leche con chocolate y nos salpicó a todos.
— ¡Qué asco, Jason! —gruñó Jane.
— Y yo que me había tardado media hora en delinearme los ojos y ponerme rímel —se lamentó Ellie al momento de observar su reflejo en una cuchara.
— ¿Cómo que no andan? —repitió Jason.
— Pues no andamos —repetí—. Estamos en el siglo XXI, y podemos besarnos sin ser nada.
— Entonces tú me debes cincuenta dólares porque ya se besaron —le susurró el rubio a Andrews lo suficientemente alto como para que los escucháramos todos en la mesa.
— Cállate —le espetó ella y le pasó un billete, igual de discreta.
— ¿Y por qué se andan besando como si no hubiera un mañana? —los interrumpió Jason.
— Pareces mi papá —se quejó mi gemela.
— ¿Y por qué andan apostando a mis espaldas? —repliqué.
— Oh, vamos Cox —exclamó Keith—, solo fue un pequeño besito.
— Sí, claro —susurró Jane—, con todo y lengua —fue mi turno de lanzarle un cereal—. Espero que Jonathan no lo haya visto.
— Lo mismo digo —añadí.
***
El viernes, después de una hora de viaje habíamos llegado a la casa del tío de Salvatori.
A pesar de que el camino había sido corto, también fue de lo más incómodo. Para empezar porque no cabíamos en los autos. Después de discutir por media hora cómo nos íbamos a ir, decidimos que Keith manejaría el Camry de Travis, en el asiento del copiloto iría Ellie - usando de excusa que era la más grande en edad - y en la parte de atrás mi hermana, Scott y yo, con Sirius encima de nosotros como rey. La camioneta de Liam la manejaría él y a su lado se iría Aaron. En la parte de atrás se acomodaron Jason, Clarisse y Travis. Jonathan sin duda fue el más jodido, pues le tocó en la cajuela.
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Ni contigo ni sin ti. [Pausada]
RomanceKeith Sanders, el chico de los ojos rojos, es un libro cerrado, una persona intimidante que tiene un secreto que intriga a unos cuantos - o tal vez muchos - estudiantes de Yaxley. También es amable y caballeroso, pero solo con Jamie Quinn, la chica...