Extra.

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Advertencia: Se centra sólo en el Aokise.

Ryouta corría bajó la tormenta. Sus cortas piernas de niño no le permitían correr tan rápido como él deseaba.
Cayó muchas veces sobre el cemento mojado y frío, sin embargo eso no lo frenaba. Sus rodillas se habían lastimado, las palmas, codos e incluso la cara del niño no eran la excepción.

La sangre manchaba su rasgada ropa y sus lágrimas no le permitían ver por donde iba exactamente.

Luego de correr por varios minutos, llegó a ese lugar al cual le temía como a nada.
Sus orbes dorados soltaron las lágrimas que había estado aguantandose el menor.

Se abrazó a la lápida de mármol. Sus orbes no paraban de repasar el nombre de su padre, intentaba buscar algo que le dijese que su padre no había muerto.

Durante un mes el menor de siete años no había visto a su padre. Como cualquier niño, comenzó a preguntar más a menudo, hasta que en un arranque de furia de su madre, la rubia prácticamente le gritó que se había muerto su padre.

El niño no quería creerlo, sin embargo, no tuvo más opciones cuando llegó a ese lugar espantoso para él.

Siguió abrazado al frío material, sus sollozos no frenaban y sus orbes se mantenían cerrados con fuerza.

De la nada, sintió una caricia en su cabello. Rápidamente abrió los ojos -¡Papá!- Gritó. Ambos niños se miraron con los ojos abiertos al extremo.

Daiki miró con miedo al otro cuando vio que el rubio volvía a desprender lágrimas. -L-Lo siento...- susurró el moreno.

Kise no respondió y solo siguió llorando.
El peliazul no quería molestar al otro, así que decidió quedarse sentado junto al niño  sin emitir sonido alguno.

Pasó al menos una hora hasta que Ryouta desenterró su rostro de sus piernas. La lluvia había comenzado a frenar, pero ambos niños estaban completamente empapados.

-¿P-Por qué seguis acá?- El moreno se sonrojo al ver los brillosos pero aún hermosos ojos del rubio. -P-Porque estás triste...- susurró él .

Kise se quedó sin aire. La expresión avergonzada del moreno lo habían dejado pasmado. No entendía del todo al otro niño, y eso le molestaba. Pero por alguna razón, se sentía cómodo.

El rubio tomó la mano del moreno y se apegó al menudo cuerpo del otro menor. Su cabecita se apoyó en el hombro del otro niño y un suspiro se le escapó mientras los sollozos volvían a aparecer.

-E-Era mi papá...- Dijo sorbiendo la nariz. -Lo extraño mucho.- Daiki no decía nada, simplemente acariciaba la cabeza del menor desconocido.

-¿Cómo te llamas?- Interrogó luego de unos minutos, cuando el rubio ya se había comenzado a calmar. -Kise Ryouta.- Susurró.
El moreno sonrió y le dijo que era un bonito nombre. -¿Cuál es el tuyo?- Preguntó con curiosidad. -Daiki.- Respondió.

-¿Solo Daiki?- Interrogó. El otro asintió. -No tengo papás.- Dijo intentando ocultar su dolor. El rubio no supo que decir, así que abrazó al otro menor. -Perdón por preguntar.-

Sin darse cuenta, pasaron la tarde juntos. Ambos se hacían buena compañía y sus dolencias volaban lejos.
Pronto llegaría la hora de la despedida y eso tenía nervioso a ambos.

-D-Debo irme...- susurró Kise. Daiki asintió y se paró del suelo. Ambos caminaron hasta la salida del cementerio.

-Entonces...- Decía con un leve sonrojo el moreno. -¿Podemos vernos mañana?- Interrogó el rubio. La sonrisa en el rostro del moreno apareció y asintió con efusividad.

Las bendiciones de los milagros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora