Epílogo.

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-Si, acepto.- La voz suave del doncel rubio resonó por toda la iglesia.
Los orbes dorados estaban clavados en los azules de su ahora esposo, Aomine Daiki.
A sus treinta y siete años al fin se habían casado.

Daiki durante años espero al rubio, jamás lo presionó, incluso si el tenía muchas ganas de dar ese paso junto a "la madre" de sus hijos, junto al amor de su vida.

Se conocían hace treinta años y estaban juntos como pareja hace diecisiete años.
Tenían tres hijos y una niña en camino. Ya tenía seis meses de embarazo, sin embargo su vientre parecía de tres meses.
Eso era normal para el rubio, incluso cuando tuvo a sus mellizos, su vientre no creció como lo "normal".

Daiki le sonrió a su esposo sin quitarle la mirada de encima. El hombre que los estaba casando siguió hablando un poco más luego de ya haber dado la bendición y por fin, dijo lo que ambos anhelaban. -Pueden besarse.- El hombre no llegó ni a terminar la frase que la pareja ya se estaba besando.

Se escucharon inmediatamente los aplausos, gritos, silbidos, etcétera, de sus amigos, de su familia. Porque eso eran, una enorme familia.
Tomados de la mano la pareja salió de la iglesia, el auto los esperaba listo para darles un paseo y la tan esperada sesión de fotos que Kise había organizado.

Llegaron a aquel lugar que era tan especial para ambos. Bajaron del auto y observaron la tranquila soledad del lugar. El frío viento de otoño hizo a Ryouta temblar, quien abrazó su vientre y así mismo buscando calor.
Los brazos morenos rodearon el cuerpo de su esposo buscando brindarle calor.

-¿Queres seguir con esto?- interrogó el moreno mientras dejaba un tierno beso en la mejilla sonrosada por el paspado que el frío ocasionó.
El puchero de Ryouta hizo sonreír a Daiki.

Oh, si. La sonrisa blanca y perfecta de su moreno era simplemente sublime.
Podía perderse con tan solo observarla una milésima de segundo.
Volteó sin soltarse del abrazo de su esposo, quedó de frente a el moreno. La mirada dorada se lleno de felicidad, Daiki con solo ver sus orbes dorados podía notar que su chico estaba feliz.
Fue jalado de su corbata levemente hacia abajo y sintió como los labios rosados del doncel aprisionaban los suyos.

Sus brazos permanecieron al rededor de la cintura del chico rubio. Pudo sentir la mano derecha de su chico  acariciarle la mejilla con amor. -Vayamos a la fiesta, muero de frío y comenzamos a tener hambre.- le susurró a su esposo.

Daiki asintió con una sonrisa, le dio un pico en los labios y luego tomó la mano izquierda de Ryouta. Kise se sonrojó al ver como su esposo besaba la alianza que ahora decoraba su dedo anular.
-Vamos, hermoso.- Dijo Aomine y entrelazo su mano junto a la de Kise.

-¡Quietos!- les gritó Takudoshi. Ambos adultos se quedaron inmóviles. El chico de cabello verde era el fotógrafo personal para la fiesta.
El hijo de los Midorima sacaba fotos hermosas, había comenzado a trabajar de fotógrafo junto a Hiroki ya que necesitaban juntar dinero para su bebé. -¡Perfecto tíos, ahora ya no hay necesidad de que sigamos sacando fotos!- gritó con emoción.

Los orbes del doncel rubio se abrieron con emoción. Su sobrino era increíble. Les había logrado hacer una sesión  hermosa, teniendo en cuenta que sus poses fueron limitadas y que ellos ni notaron cuando fueron fotografiados.

Todas las fotos eran naturales, tenían ese toque espontáneo y real. Takudoshi había logrado capturar ese momento romántico que ambos tuvieron en el lugar favorito de la pareja. La última foto era la de ellos tomados de la mano y riendo, en ese momento el viento había corrido un poco más fuerte, moviendo sus cabellos a la par de las hojas secas de los árboles.
Simplemente hermosas fotos, los fondos a pesar de ser el mismo, parecían completamente diferente, incluso sus trajes se veían más hermosos.

Las bendiciones de los milagros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora