Capítulo N° 29| Nuestra felicidad. (MIDOTAKA)

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Midorima corría por los pasillos del hospital. Poco y nada le importaba que todos los presentes lo miraran como si fuese un loco.
Subió más escaleras que nunca, o eso sentía él. Quería llegar de una vez a donde se encontraba su esposo.

Pronto su carrera se vio acompañada por otra persona. Una compañía que él conocía bien.
-¿También Kuroro/Takao?- preguntaron a la vez los dos padres, claro, sin dejar de correr. -Ya estamos casados.- Hablaron otra vez juntos. Y es que ninguno de ellos perdía la costumbre de decirle por el apellido de solteros a sus amigos donceles.
Ambos dejaron esa rara discusión trivial para ingresar al área de maternidad.

Midorima pidió que inmediatamente le dijeran donde se encontraba su esposo y cuando lo hicieron no dudo en volver a correr para llegar con su Takao.

Con velocidad sobrehumana se colocó aquellas vestimentas e ingreso en la sala donde su esposo ya estaba listo para expulsar a sus bebés.
Los orbes verdes se encontraron con los azules del más bajo. Shintarou pudo sentir como la mirada de su azabache lo asesinaba.

Con velocidad llegó hasta el chico y besó su frente.
-¡¿Dónde estabas?!- le gritó al borde de las lágrimas. -No es momento de hablar de eso Kazu.- Respondió. -¡Cállate, yo estoy pariendo, yo puedo decidir que hablamos mientras tengo a mis hijos!- Las uñas del azabache se clavaron en la mano blanca del peliverde al sentir una fuerte contracción. Midorima apretó los dientes al sentir las leves heridas que Kazunari le estaba causando.
El doncel ya llevaba unos cuantos minutos en aquella posición, el médico le había avisado que una vez que su canal se hubiese dilatado bien, podrían comenzar con los pujidos -¿Cada cuánto pasan las contracciones?- interrogó Midorima. El médico lo miró con el ceño fruncido.
-Midorima-san, le recuerdo que en éste momento es padre, no médico.- dijo con algo de molestia. -Así que mejor apoyé a su esposo y déjeme trabajar.- Terminó su frase. El peliverde se quedó de piedra al escuchar eso. El solo quería saber.

Los minutos siguieron pasando. Kazunari comenzaba a sentir el dolor en todo su cuerpo, pero entonces, cuando creyó que ya no podía, el médico le dijo que puje, y así lo hizo.

El primero de sus tres bebés nació. Midorima no dudo en cortar el cordón umbilical y luego envolvió a su primer hijo en una mantita. Se acercó a su esposo y mostró al pequeño Takudoshi. La pelucita del cabello del menor era de color verde, más oscuro que el de Midorima, sus orbes eran de un azul muy bonito y su piel era similar a la de Takao.

El tiempo siguió pasando, Takao debía volver a esperar antes de que su otro hijo naciera, el niño aún no parecía querer nacer.
En esos pocos minutos que pudo tener a su primer bebé lo había besado con mucho amor.
Sabía que aún le faltaba un largo camino hasta tener a los tres.

Las contracciones volvieron a comenzar luego de dos horas sin padecer de ninguna, eran cada vez más fuertes.
Escuchaba a todos los enfermeros y doctores hablar, pedir tales utensilios, ciertas dosis de tales medicinas. Conocía cada una de ellas pero en ese momento poco y nada podía pensar.

El sudor recorría todo su cuerpo al igual que el calor.
Su cabello se pegaba a su frente, pero ahí estaba su Shin-chan. Midorima corría los cabellos del doncel hacia atrás y no soltaba la mano de Takao. Los orbes azules entrecerrados lo miraron y una débil sonrisa se instaló en el rostro del azabache. -No duele...- Le dijo a su esposo. Midorima miró a Takao con incredulidad. Si bien Kazunari no se quejaba mucho, ni mucho menos gritaba, él sabía que si le dolía. 
-No duele mucho.- Repitió agregando lo último y riendo con un gran esfuerzo. -Pero... no es tu culpa. Sé que estásmmm- una contracción fuerte hizo al doncel apretar los labios.

El doctor logró de milagro  atrapar al segundo bebé  y es que había nacido muy rápido.
Las enfermeras lo limpiaron con rapidez y se lo entregaron al peliverde.

Las bendiciones de los milagros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora