Epílogo

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--¿Y el senió Adgentina papi? --Preguntó con total inocencia la neozelandesa al notar la ausencia del argentino por tanto tiempo.

Estaba preocupada, y Australia, aunque lo negara por culpa de Canadá y Estados Unidos, también, dado que era el único con el que podía jugar a la pelota y a los monstruos con total libertad, sin sentirse un salvaje por eso.

Extrañaba la actitud tan positiva y divertida le gustaba, le hacía sentir a gusto y le daba valor a su opinión cosa que no hacían sus hermanas o padres por el hecho de considerarlo inmaduro e incapaz de decir algo "adecuado".

Esperaba que nada malo le hubiera pasado, le había prometido cocinar un delicioso postre sencillo del orfanato que exageraba con que era el mejor del mundo.

--Es señorita, Nueva Zelanda --Corrigió con el entrecejo fruncido ante la mención de aquella persona, claramente seguía más que molesto aún, por sentirse tan idiota y enfermo por haber salido con alguien con un desbalance mental--  Y ella no volverá nunca más --Sentenció con mayor malhumor, volviendo a centrar su mirada a la computadora en su escritorio.

Los dos menores intercambiaron miradas preocupadas, creyendo que quizá se habían peleado por algún motivo que claramente desconocían, pero ninguno creía que fuera excusa para referirse de esa manera de él.

--¿Po' qué papi? --Preguntó de nuevo con preocupación, esperando que no fuera algo grave.

El británico suspiró con enojo ante la pregunta.

--Eso porque ella es mala influencia para ustedes, no debe estar cerca suyo una persona mentalmente insana a solas con niños tan inocentes como ustedes --Sentenció con molestia.

Nueva Zelanda se aferró al brazo de su hermano al sentirse intimidada ante el tono de voz de su padre. 

--¿Por qué la tratas de ella padre? --Se atrevió a preguntar Australia al sentir como su hermana temblaba de miedo a su lado.

--Porque es una mujer, una mujer mentirosa y con claros problemas mentales --Respondió de mala manera, provocando incomodidad en ambos menores-- Ahora largo, no los quiero ver más aquí mientras trabajo.

--P-pedo --Un golpe en seco contra la mesa la hizo callarse mientras se aferraba más al brazo de su hermano.

--Pero nada Nueva Zelanda, aprende a obedecer y vete de aquí --Se enderezó en su silla sin perder su molesta mirada-- Y no quiero volverlos a escuchar nada de esa idiota de nuevo, está prohibido mencionar su nombre a partir de ahora, ¿les quedó claro? --Ambos niños asintieron asustados, pero eso no era lo que esperaba el británico, que golpeó con fuerza de nuevo su escritorio provocando que los niños se asustaran más-- Les pregunté si les quedó claro, ¿son sordos y mudos ahora? --Les dijo en un tono fuerte, casi como un grito.

--No padre --Respondieron a la vez, con Australia y Nueva Zelanda al borde de las lágrimas.

--Y no lloren maldición, no son unos malditos bebés para que hagan haciendo berrinche por estupideces --Sentenció volviendo a enfocar su mirada en la computadora.

Ambos menores aprovecharon eso para huir tan rápido como pudieron, con sus pequeños pasos pero rápidos ante el temor de que volvieran a gritarles.

Se sentían mal, incomprendidos, y culpables, creyendo que ellos fueron quienes provocaron aquel malestar en el europeo.

Ojalá Argentina estuviera ahí para calmarlo y calmarlos a ellos, querían un cálido abrazo que les hiciera entender que ellos no tenían la culpa de la situación. Sólo querían un poquito de cariño.


~ ~ ~ ~ ~ ~   F   I   N   ~ ~ ~ ~ ~ ~


Entre rosas y risas [C.H] [A.U] [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora