Capítulo veinte

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Lejos de la angustia que alguna vez pudo haber sentido, caminaba disperso en sus pensamientos, saltando con sus pies juntos cada baldosa del corredor intentando no tocar las líneas, manteniendo el chupete aún pegado a su paladar, llenando de una luz casi enceguecedora aquel lugar comúnmente silencioso. Realmente la presencia de Ed dentro de ese lugar lo había reformado por completo, se podía ver un alivio general por su haberlo recuperado de las garras de la muerte, pero de alguna manera ceñido en la esperanza vaga de un mejor futuro, todos lo miraban con simpatía. El pequeño personificaba la alegría del no saber, la diversión a la vuelta de la esquina y el ejemplo más cercano de la razón por la cual estaban luchando, el falso ideal de seguridad que su militarizado país promovía. Verdad incómoda que era mejor no decir en voz alta. Ajeno a todo aquello el pequeño simplemente ignoraba las voces amables sobre su cabeza mientras que se divertía abiertamente, teniendo cuidado en no pisar los cables de las radios y mucho menos las líneas. Estirando sus bracitos de vez en cuando para simular ser una golondrina o el más tonto jilguero, dando vueltas y vueltas como un trompo ¿Acaso su energía no se acababa nunca? Con una recarga energética de un buen desayuno, lo único que le quedaba era pasearse por allí con la gloria coronando sobre sus hermosos cabellos de ángel, curioso, como cualquier otro niños. Riza y Roy iban platicando a sus espaldas, sobre papeles y papeles, carpetas de papeleo que parecía perder el sentido según ellos iban agregado datos ¿qué demonios significaban las letras y los números mezclados? ¿Por qué había paréntesis por todos lados? ¿Por qué demonios todo era tan confuso? Quizás en algún momento Ed hubiera tenido la capacidad y las ganas de comprender, impulsado de alguna manera por lo reacio que Roy pareciera a explicarle lo que sucedía. Ahora, con todo el tiempo del mundo, simplemente disfrutaba de aquellas pequeñas cosas que siempre debió de degustar. La niñez robada regresaba con un suave llamado divino que le llenaba los ojos de añoranza y le hacía saltar entre risas, jugando solo, pero libre, disperso de todo, un instante agónico del tiempo que lo abrazaba con divino encanto. Que iluminaba su mirada, haciendo que el fuego se alzara en medio de ese invierno eterno que no parecía querer irse, que pesaba y deprimía, un invierno plagado de nostalgia, que el chico espantaba a cada paso. Ciertamente respetuoso del trabajo de los demás, se limitaba a esquivarlos recibiendo palmadas sobre su cabeza y uno que otro comentario bien intencionado algo como «Qué guapo que estás hoy Ed» o tonterías como « ¿Por qué tan alegre pequeño?» la lista seguía hasta el infinito con algunas trivialidades. Fue Hughes quien puso freno a su lento juego, tomándole con ternura del interior de sus hombros para levantarle al cielo, viéndole divertido con ese hermoso chupete nuevo. Riza y Roy distraídos ni siquiera notaron que su cachorrito había sido interceptado en el camino de sus saltitos revoltosos. Realmente Ed se había transformado velozmente en una mascotita de aquel lugar lleno de perros grandes que miraban por su camino sin dar muchas vueltas, pero era lindo por primera vez sentir que realmente estaba haciendo algo útil. El ejército en general estaba falto de ánimo debido a las últimas circunstancias, trabajaban más y realmente las salidas ociosas siempre estaban cubiertas de un horrido velo negro. En una ciudad de luto perpetuo. Sacudido en su ensueño divertido, Ed estiró sus manitos presurosamente para sostener el rostro del adulto acompañando esa risa genuina que éste le dedico añorante.

-¿A dónde estás yendo tan apresurado, pequeño príncipe?- lo apodó divertido viendo como Riza y Roy continuaban caminando como si nada, hablando bastante contrariados sobre una nueva norma superficial que controlaba el uniforme. Sí, claro, frente a una época de crisis era imperativo votar sobre si hacer obligatorias las botas de cuero de algún material sintético. Era ridículo de solo pensarlo un momento, necesitando tanto presupuesto para hacer cosas útiles para el resto del país, se gastaba en tonterías como esas ¿Acaso estaba loco o no entendía lo importante de una votación en medio de la nada con razón a nada? Aquello era impensable, a cada día la horca se ajustaba más al cuello de algún «no tan inocente» alquimista estatal, ciertamente allí no trabajaban con totalidades, anhelantes del poder, inocentes no serían del todo.

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