Capitulo nueve

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El rubio se limitó a ronronear gustoso mientras apretaba una caja de jugo de durazno entre sus pequeñas manitos, degustando del helado platillo mientras, arrodillado en el sillón de la sala de espera, observaba por la ventana como el viento acunaba las hojas de los árboles, de alguna manera había conseguido quedarse allí mientras los otros adultos discutían sobre temas del trabajo, ocupado en no querer causar más problemas, decidió que aquel sillón recostado contra la ventana era un buen lugar para "no hacer nada en lo absoluto" hasta que fuera útil de alguna manera. Por otro lado, el jugo estaba increíble y un buen paquete de galletitas de vainilla descansaba a su lado luego de haber sido devorados por el menor, así que ahora más que nunca con la panza llena, creía que era capaz de portarse bien un rato para que no debieran preocuparse más por él, por lo menos un rato. Realmente no quería ver a Riza enojada en lo absoluto, sabía que durante todo el día había estado tentando a su suerte provocándola con cosas absolutamente risibles en lugar de darle una mano y no tentar al demonio con cosas triviales. Se talló uno de sus ojos antes de sentarse sobre sus tobillos, recostando su barbilla contra el respaldo del sillón, entrecerrando suavemente sus ojos para poder observar el paisaje, los muros, el cielo nublado, el aire helado y finalmente los perros del ejército que como miles de hormigas aterradas por la lluvia correteaban por el suelo una tras otra. Dejó la caja vacía de jugo a su lado mientras deslizaba uno de sus dedos por la ventana, ligeramente cansado se limitó a recostarse poco a poco en el sillón, usando su brazo humano como almohada, el otro era demasiado duro a decir verdad. Allí se quedó tumbado en la bruma del sueño, deslizando sus dedos por el terciopelo del sillón, dibujando garabato, escribiendo palabras aisladas hasta que finalmente se quedó dormido. Eso realmente resultó ser un alivio para los otros dos ya que en ese particular silencio lograron crear lo que parecía ser un buen trabajo, lograron terminar de revisar los perfiles de los nuevos ingresantes y dividirlos en grupos aparte por si en algún momento precisaran mandarlos a una misión especial, por ahora deberían entrenarlos un poco, adiestrarlos lo suficiente para que siguieran la pelota sin preocuparse por el terreno donde tendrían que transitar. Reconocía que a Ed, al tratarse de un caso en particular, probablemente le faltó bastante del típico tira y afloja al que estaba acostumbrado, tenían a un insurgente en sus filas que se cuestionaba cada orden, no mordía en vano y siempre iba por allí entre saltos por entre las piedras, como una dorada gacela coronada de gloria vana, mundana. Rápido y certero como una flecha, forma parte de su caballería, ya no como un peón simple, sino como una bestia imparable que rehuía de su propia fuerza como una serpiente. Lo malo entonces del perro rebelde, es que como tierno se deja acariciar la panza, velozmente mordía sin avisar, sin ladrar y en silencio sepulcral. Giró la cabeza para verlo allí, tumbado, acurrucado aún con las zapatillas puestas en aquel sillón, con la boca ligeramente abierta mientras murmuraba entre sueños cualquier palabra que para él debía de tener algún tipo de significado en especial. Simples balbuceos de un niño dormido mientras pretendía divagar entre las sombras del sueño y el despertar, tan dulce como siempre. Riza hacía tiempo se había ido, por lo tanto ahora a él le tocaba guardar los sueños del menor mientras hacía su papeleo, habían quedado en que no debían siquiera dejar que el menor fuese al baño solo por dos razones, la primera refería a su tamaño, realmente estaba incapacitado para hacer muchas cosas por su cuenta y la segunda era su propia seguridad, vamos, que Cicatriz no podía haberse olvidado del menor de esa manera tan idiota, algo más planeaba hacer con él por lo tanto era gracioso que los demás lo tomasen como tema pasado. Su seguridad seguía siendo un tema de estado, seguía siendo parte del ejército por el momento, aunque el reloj de alquimista estatal ahora solo sirviera de chupete. Lo observó chuparse el dedo un poco más antes de volver a fijar su atención en los papeles frente a él, había terminado todo, no tenía nada más que hacer (bueno si, pero esas cajas atrasadas las haría en otro momento) en un momento así, en otro tiempo, se iría a dar una vuelta a los patios del complejo, iría a ver cómo iba Edward con alguna investigación o simplemente pasearía por la ciudad. Ahora debía quedarse con el menor mientras este dormía debido a que no se atrevería a despertarlo, en segundo lugar, sería peligroso siquiera sacarlo del establecimiento un par de minutos estando solo en un día ligeramente más húmedo que el resto. Vio como apretaba los labios ligeramente mientras giraba de manera que le daba la espalda, hundiendo su pequeña naricita contra el respaldo del sillón, inquieto incluso en sus propios sueños.

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