Capitulo cuatro

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¿Sabían lo pesados que pueden ser los medios de prensa para tratar de tener la primicia de una situación? No podemos evitar verlos como zánganos insaciables que se alimentan de las lágrimas de las personas, en este caso el morbo los movía como títeres a apuntar sus cámaras sin mucha gloria hacia los pequeños cuerpos que lentamente desfilaban ya en pedazos, ya en paz, sobre unas camillas que pretendían llevarlos a la morgue lo más rápido posible, alejarlos del vulgo y del propio dolor mundano que a uno le destruía por dentro al ver a un niño herido o bien ya muerto, con sus mejillas secas, ojos hambrientos de ensueño que ya no volveran a abrirse, dedos curiosos que se paseaban sobre el polvo, manos inquietas que ya no jugaran, pajarillos exhaustos cuyas alas pesaban, pestañas como candados que apartaban ojos tristes del vulgo, voces dulces que en un mar de ruido se perdieron, sonrisas de chocolate y llantos de miel,  almas de vibrante porte que se perdieron en una noche de tormenta.. sobre todo, ya no habría un rayo de sol que los iluminara. Las lagrimas y el rechinar de dientes era algo que poco a poco dejó lugar a una tétrica calma efímera, los familiares estaban destruidos ¿Quién puede dejar ir a una dulce criatura que de tu seno se alimento? ¿Podemos encontrar la respuesta en camias vacías, columpios inmóviles y sillas desocupadas a la hora del almuerzo? Heridas impalpables cubrían el alma y deñaban a cualquiera que hubiera conocido la historia, pero sobre todo eso un suave ulular repetía a viva voz una pregunta que a los militares preocupaba endulzado con palabras escritas por profetas de la antigüedad, se pintaban en las paredes "¿Quién hay como la bestia y quién podrá luchar contra ella?" sabían que ponerse en guerra contra él tan solo ocasionarían más caos, pero ya no sabían hacia dónde ir, estaban desesperados y más al saber que una criatura protegida por su propia alquimia y espada había terminado en manos de esa bestia, que escupía fuego y robaba vidas. Ed, su niño de fuego y mar enrarecido ¿por qué estamos esperando a que reavives tus llamas? La respuesta era clara, siempre fue la luz de aquel frío lugar, ya no se sentía como casa, las gaviotas no regresaría jamás ¿Realmente regresó aquel niño de hebras de oro? Nadie estaba seguro y la añoranza mataba más que el orgullo.
Para cuando la luna los quiso fuera de aquel destruido lugar, los perros militares con las orejas bajas y la cola entre las patas se encaminaron con la desgracia dibujada con acuarelas en el rostro, reconocían su propia humanidad al no poder proteger al más joven de ellos como realmente se merecía. Por su parte escoltaban a ambos adultos junto con el niño que sobrevivió a aquel tormento indescriptible a un auto que los llevaría finalmente a la sede central. Todo era tan extraño, lo único que podían ver era una cápsula idéntica al jovencito en brazos de Roy, pero el brillo en sus ojos era diferente, no lo reconocieron como propio, no pudieron y a duras penas siguieron buscando, pero el tiempo se terminó el unico superviviente fue ese niño tan igual pero tan distinto, que miraba a la nada con ojos cansados y porte pequeño. Edward se había quedado en silencio finalmente, como un muñeco de trapo mantenía la vista fija en aquel lugar que dejaba atrás cubierto de sangre amiga, exhausto, en los brazos de aquel hombre que de solo pensar que por poco regresaba al cuartel con las manos vacías, se le daba un vuelco al corazón de una forma tan dolorosa que debía cerrar los ojos para evitarse el mal rato. Riza caminaba a su lado, con la mirada baja y el rostro lleno de sangre que el menor le había puesto al luchar con uñas y dientes para que lo soltara de aquel tormento. Giró un tanto su cabeza para observar aquel rostro sereno, repleto de lágrimas que estaba recostado sobre el hombro del coronel... ese niño estaba destruido y lo único que parecía apetecerle era unirse a los otros que hallaron su final tras la sangre derramada en todas partes. Con una de sus pequeñas manos extendida frente a su rostro, como si no entendiera que ya todo había terminado, pero no respondió incluso cuando Roy aplastó su cabeza contra su hombro para evitar que tomaran fotos de su rostro. Era lo menos que podía hacer. Al ver a su compañera que pálida apenas se mantenía en suave caminar a su lado, no hizo más que tratar de animarla.
-Va a estar bien-una sonrisa apagada jugó en sus labios por un par de minutos, mientras deslizaba una mano sobre las espalda del menor- siempre lo está- le aseguró Roy colocando uno de sus brazos sobre el hombro de la mujer a quien sin dudarlo abrazó antes de llegar a aquel auto de doradas puertas manchadas de barro de algún otro pasajero que cargó tiempo antes de aquella ruina universal que hundía a cualquiera en la desesperación de no poder hacer más que observar como la lluvia limpiaba la sangre y el mundo regresaba lentamente a la calma, con sabor amargo en la boca y un puñal en el pecho que aún sangraba pero a nadie le importaba en lo absoluto, aquel infanticidio hizo arder por días enteros el alma de las personas de piel de seda, el mundo moría y en agónico silencio reclamaba que se tomaran cartas en el asunto ¿Dejarían los perros del ejército nuevamente morir en manos de sangre a inocentes de ojos de luna? La desconfianza y el recelo se hizo tangible, nuevamente una brecha de sangre separaba al pueblo de los pobres infames que debían protegerlo a mano limpia, a sed del diablo- tenemos que ser fuertes- le aconsejó abriendo la puerta para que ella subiera primero. Era difícil para él darle ánimos a aquella mujer de rudo aspecto y corazón de aparente hielo, pues él mismo se sentía totalmente destruido, desanimado, golpeado sin pena ni gloria por la vanidad del mundo ruin el cual lo rodeaba ¿Por qué su cuerpo temblaba tanto con la sola idea de que el menor desapareciera de sus manos? ¿Era acaso algo de culpa lo que mordisqueaba su nuca con rudeza? Suspiró entrecerrando sus ojos por un momento, pero su semblante volvió a estar serio cuando la mujer fijó sus bellos ojos en él, no podía desmoronarse, no ahora, no frente a ella. La mujer,  se subió al auto con los ojos húmedos por completo, pero sin darle más vueltas al asunto estiraron sus manos para tomar al niño que le estaban pasando. Si alguien, cualquiera no enterado de la situación, observaba aquella escena con ojos ajenos encontraría enternecedor la forma en la que aquella pareja en uniforme militar procuraba no despertar al obnubilado niño mientras lo acomodaban sobre el regazo de aquella mujer con la mirada dulce. Ed, oscilando como era común entre el estar dormido y el estar despierto, emitió un leve quejido cuando sintió los brazos de esa mujer ceñir su cintura. 

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