Capitulo cinco

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El viaje fue realmente más corto de lo que sus pobres almas atormentadas por el cansancio esperaban con todas sus fuerzas, era de esperarse que estuvieran terriblemente cansados luego de haber atravesado todas esas duras semanas que parecían volverse cada vez más pesadas sobre sus hombros de caramelo, hacía un par de horas que estaban abrumados por todas esas emociones pesadas que peleaban por ser el único rey en ese reino en decadencia que sus pobres cuerpos mortales podían ofrecerles luego de miles de tazas de café, pocas horas de sueño, falta de apetito y llanto inconsolable, que como una nube sosa y negra se cernía sobre sus cabezas de marfil, obligándoles a suspirar su vida en una queja muda al universo, pidiendo, rogando que una luz iluminara aquel pesar que como una capa de plomo mantenía sus cabezas bajas y la mirada ensombrecida. Quizás el niño que ahora dormitaba sobre el regazo del hombre era aquella palomita que regresaba al barco clamando tierra con el pico abierto y las alas rozando el infinito. Sin embargo, la presencia del chico entre ellos además de ser bienvenida como un ángel que acaricia la tierra, era un presagio de que podría avecinarse otro golpe emocional para aquella tierra desolada por la pérdida de animas jóvenes, de niños estrella. Esperaban con lo profundo de sus corazones ahogados en pena amarga y veneno que quema, poder ver venir el golpe para estarse preparados para ese momento.

Como aquel perro que dormía bajo las vías del tren, en un lugar incómodo y de alguna manera desagradable, se estira saludando al sol con aquel vago movimiento, de esa misma forma tan mortal ambos adultos se desperezaron de una siesta poco reparadora y más destructiva en los asientos de cuero de aquel auto anticuado que les había servido de apoyo en aquel momento de lucha con el menor. El chofer se bajó del carro sin dar más vueltas mientras, en un acto de amabilidad, procedía a abrirles las puertas y tratar de hacerles más sencillo eso de bajar al menor del coche sin que se despertara. Agradecieron la ayuda, pero los perros del ejército eran bravos cuando se trataba del cachorro que adoptaron aquel día de tormenta, cuando en un llanto mudo y la cabeza baja un cachorro de rubio pelaje se acercó al fiero, amargo y brusco perro entrenado, buscando cariño, buscando contención.

-Gracias por traernos- le dijo Riza mientras se despedía del hombre regordete que habría fungido el papel de chofer, éste trabajaba para el gobierno por lo cual no había necesidad de pagarle, tampoco lo hubiera esperado. Allí lejos marchó, con rumbo a la estación donde quizás otro perro del ejército necesitara de sus servicios, importante labor teniendo en cuenta lo lejos que estaban los puntos importantes de la ciudad, era claro que el que había realizado los planos no había previsto el incremento de la población casi al 90%. Riza observó como el menor había enredado sus brazos en el cuello del adulto con debida pasividad, estaba claramente dormido pues en otra ocasión aquel acto tan necesitado no hubiera podido darse- Ven- habló la mujer con renovado ánimo mientras procedía a abrir la puerta de entrada de aquella casa que tantas veces el hombre de cabellera oscura había visitado, tantas noches en vela, tantas tardes entre películas... estaba tan llena de buenos recuerdos que no podía evitar traer a la memoria buenos momentos en compañía amiga, esas veces que niños venían a pedir dulces frente a su puerta, recordaba también esas noches que llegaba tan tarde, tan casada y su cama la recibía con sus tibios brazos mullidos para fundirse en ella con un caluroso abrazo. Una sonrisa se escapó de sus labios antes de ingresar dentro de aquella oscura casa, que no pasó mucho tiempo en las tinieblas pues el interruptor no tardó en ser apretado por el otro adulto haciendo que todo tomase una tonalidad agradablemente luminosa que no molestaba a la vista ni producía ceguera momentánea. Frente a ellos se encontraba el hall, que poseía una mesita que su tatarabuela le había regalado por un cumpleaños festejado tardíamente, sobre éste se encontraba un espejo y un jarrón lleno de flores que francamente estaban bastante secas, habrían sido mal atendidas esas semanas de llanto y pérdida. Una alfombra se extendía un por largo pasillo que terminaba en una escalera que Roy conocía mejor que nadie, una habitación amplia con un baño propio. Escaleras abajo, tanto a la izquierda como a la derecha, tres habitaciones se ocultaban tras aquellas puertas de madera, la cocina, el baño, la habitación de huéspedes, el comedor, la sala de estar y el patio trasero, respectivamente, cosas que no eran muy importantes como para narrarlas en ese momento- Creo que deberíamos darle un baño antes de dejarle dormir y...- continuó fijando sus ojos cansado en el hombre a su lado, quien la observó con el mismo semblante exhausto- quizás podríamos dormir un poco nosotros- finalizó dibujando una sonrisa en aquellos finos labios de cereza que el hombre podría pasar su vida entera mirándolos sin perder el interés.

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