Capitulo veinticinco

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Izumi hamacaba con tanta dulzura al pequeño que éste no podía evitar sentirse adormilado, afiebrado y cansado como estaba respiraba exhausto en la resaca del llanto. Su ánimo al igual que las noches tormentosas en algún momento amanecería. Tenía manchas rojas alrededor de los ojos que indicaban lo fuerte que había estado llorando momentos antes, con el labio inferior tembloroso y la mirada abatida. Ahora, sin fuerzas, desfallecido simplemente se dejaba arrastrar de un lado al otro como un muñeco. Y muy de vez en cuando gimoteaba, un eco triste de su voz casi ronca por el esfuerzo. La mujer había tomado cartas en el asunto, allí en la sala, con el único teléfono fijo que tenían en la casa hablaba encantada con una de las secretarías de central tratando de averiguar a dónde estaban los escoltas del menor. Si un cachorro de central correteaba tan libremente en Resembool quería decir que una tropilla de uniformados irían tras sus pasos, a menos que Edward se hubiera escapado (no sería la primera vez). Una u otra causa eran igualmente preocupantes al tener precio su cabeza. A Izumi le daba mucha más tranquilidad saber que Edward tenía una niñera (pese a que sabía que el muchacho resentía aquello) que imaginarselo vagando a sus anchas en cualquier pueblito alejado de la mano de dios. Desde luego la situación en la que ahora se encontraban era distinta y aún más preocupante, quería respuestas de qué había sucedido con el muchacho. Ella había dejado partir a Central a un pupilo sano, independiente y fugaz, ahora casi como un remedo, le entregaban un pequeño asustado y desvalido como una cordero para el sacrificio. No perdería la oportunidad de regañar abierta y duramente a Roy, a quien había confiado la seguridad y la educación de su muchacho. Sentía que le debía a Trisha (pese a no haberla conocido) que los retoños que había dejado en la tierra estuvieran bien encaminados.

Edward no decía ni una sola palabra que no fuera "mamá" es entonces que por boca de él jamás sabrían la verdad de lo ocurrido. Estaba demasiado angustiado como para seguirle preguntando, puesto a que lo único que había atinado a decir era "Cicatriz" y tras ello nada coherente podía enunciar. La mujer intuía que lo que sea que hubiera ocurrido había sido muy traumático para el pequeño, tanto que las palabras eran arrancadas de su boca incluso antes de que pudiera atinar a pronunciarlas. Anudada tenía la lengua. Le generaba tanto malestar que incluso la fiebre había subido, dando a entender que quizás aquel mal estado era psicosomático. Casi con lástima Izumi había atinado a no seguir interrogando al menor procurando que se sintiera seguro en su pequeña casa de campo. Desde luego, nunca había pensado que Ed podría llegar a ser así de pegajoso "mal acostumbrado" a estar en brazos todo el tiempo. Encaprichado lloriqueaba y pataleaba cada vez que Izumi lo quería dejar sentado en el sillón o acostado en la cama mientras se ocupaba de sus asuntos. Ni siquiera Sig, tan dulce como era, había logrado convencer al pequeño de que soltase a su mujer y le diera un descanso. Sabía que el esfuerzo constante de sostener el peso de la criatura, en algún momento, haría que Izumi tuviera que recuperar con reposo sus fuerzas, aunque cierto era que ella tampoco parecía muy dispuesta a soltar.

Ella daba suaves pero repetitivas palmadas en la espalda del chico al tanto sostenía el teléfono entre su oreja y hombro soltando de vez en cuando un "mmmh" asintiendo a lo que la secretaría comentaba. Sabía que no debía levantar la perdiz, es entonces que actuó como si fuera una de las conocidas "amantes" de Roy, preguntando sobre su ubicación. La pobre trabajadora le daba vueltas hasta que finalmente se le escapó de que estaba trabajando en Resembool. Tras ello simplemente le dejó un mensaje, básicamente diciéndole que tenía al muchacho con ella, la secretaria prometió ponerse en contacto con él cuanto antes así que solo restaba esperar un poco más. Satisfecha ella agradeció antes de colgar el teléfono y mover sus hombros hacia atrás buscando aligerar la tensión.

-Se le escapó- Afirmó girando en dirección a su marido, quien sostenía un plato de avena caliente y dos tazas humeantes de café. Él sonrió bajo su espesa barba antes de hacerle un ademán con la cabeza hacia el sillón, ella recargó el peso del pequeño sobre su hombro izquierdo con un suspiro.

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