Capítulo dieciocho

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Pareció incluso más seguro mientras lo levantaba del interior de sus hombros, pese a lo mucho que parecía resistirse y sacudirse intentando con rudeza escapar de aquel destino más que pronunciado, pero ciertamente necesario. Se estaba portando como un niño malcriado (y tal vez lo era) pero no quería ir a dormir solo ni mucho menos dentro de una vomitiva cuna, había despertado finalmente de su encanto infantil (¡No era un maldito bebé! Irónico decirlo mientras usaba un pañal) estaba en pleno control de sus facultades mentales y reconocía qué era lo que estaba bien, cómo debía de actuar frente a determinadas situaciones, pero debía algo de libertad a su ciertamente confundida mente humana. Aunque ciertamente antes se había mostrado encantador ¿por qué ahora no podía dormir con mamá? Era ridículo para cualquiera que se detuviera a pensarlo durante mucho rato. Quería dormir en la cama de sus constituidos protectores (sin ir más lejos reconocía que le habían salvado la vida más veces de las que les gustaba entender) pero el coronel estaba seguro de lo que ordenaba y no le quedaba más que acatar, aunque esto le sentara como un baldazo de agua helada directamente en la cabeza, no sabía qué más podía hacer con respecto a eso. Cierto era que no iba a poder escapar y que, conociéndose tan bien como lo hacía, no iba a dejar pasar una oportunidad como esta para darse a respetar, incluso si tenía que ir en contra de su propia esencia. Llenó sus pulmones de aire cuando usó sus manos para empujar el pecho del coronel haciéndole vacilar cuando en esa noche románticamente silenciosa, un grito infantil cubrió por completo con su bruma todo lo que se creía apagado, cansado y apartado de la realidad en la cual sumergido se encontraba. Para sorpresa de Roy, aquello pareció llenarle por completo de una sensación de desasosiego, cuando perdía de golpe la partida de ajedrez que creía ganada desde un comienzo. Supuso, como un vago estratega, que luego de todo lo que había transitado el menor en ese día (inusualmente largo e insufrible) dormiría ni bien su cabeza tocara la almohada, sin dar pelea ni comprometerse a nada más que no fuera cumplir su instinto más básico. Pero estaba en un error, las cosas con Edward nunca eran tan sencillas y debió de sospecharlo, más cuando lo vio tan silente evadir sus palabras paternales que buscaban darle algo de consuelo, pero había caído como un pez a una red. Aquella lluvia de oro que formaba su propio cabello cubría su mirada mientras más se resistía a dejarse llevar, deslizando ahora sus manitos por las paredes, tirando cuadros, flores o cualquier otro objeto que en su camino se encontrase tratando de aferrarse a algo y detener el inevitable camino. Con un alarido infernal, trataba de llamar la atención de Riza quien los seguía sujetando alguna de las cosas que el menor tiraba, ciertamente contrariada con su comportamiento, pero sentida, quería lo mejor para él después de todo. Aquellos ojos ámbar hacían temblar el universo mientras brillaban de desenfreno irascible, escapando de toda su normalidad, tiritado necesitado por completo de algo de apoyo. No deseaba ese tinte blanco-negro que cubría cada una de las ordenes que se le daba "siéntate" o "come" nada que le permitiera valorar sus opciones y (por el amor de un dios en el cual no creía) equivocarse o tentar un poco su suerte. Nada de correr, nada de salir, nada de alejarse de la teniente o el coronel, nada de ser niño, nada de dar vueltas en un tren. Quería volver a su vida anterior, aunque sea un parpadeo, un minuto perdido con el bodrio de las personas hablando una sobre otra, el olor a humedad y el ruido de las ruedas rechinando sobre los rieles. No estaba triste del todo ni enojado, la única palabra que envolvía por completo sus emociones era la frustración, presente en toda esa Odisea. "Déjame bajar" gritó sacudiendo la cabeza varias veces, a ese punto, su rostro había tomado un color rojo suave por culpa del llanto y de su quebrada voz que sacudía cada parte de su espíritu cansado, delirante en su entendible enfado direccionado a una persona que no tenía nada que ver y que contaba con una paciencia envidiable, reconociéndolo como una persona aparte capaz de enojarse, de tener días malos y buenos, simplemente humano. Riza parecía incluso más calmada que el resto, como si entendiera lo que sucedía, acostumbrada al ruido habitual de la criatura cuanto más cansado se encontraba, estaba ciertamente relacionado al llanto o la molestia por la noche. Nada con lo que no pudiera lidiar tranquilamente al final de un ajetreado día. Después del baño, sabía que estaba hambriento y con mucho sueño, dejando de lado la siesta de la tarde, eso iba más allá que un capricho o alguna costumbre arraigada en su corazón aún latiente. Edward de por si dormía mucho más que una persona de su edad, era algo que venía relacionado con su existencia, dormir bastante más que lo esperado, aún más si se trataba de ese instante soñoliento tras una buena comida de varios platos. Así había sido desde que lo conocieron tras aquel fatídico día. Es decir, para Ed cada hora de sueño era sumamente valiosa y pasar activo una mañana sin darse un merecido respiro era más que nada una tortura bastante cruel. Finalmente, no era completamente su culpa no saber manejar la frustración.

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