Capítulo 1.

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Mi mano derecha fluía por toda la hoja. Las letras se transformaban en sílabas; las sílabas en palabras y las palabras en frases que nacían del puro sentimiento que florecía y se expandía en mi corazón. Los papeles tirados en el suelo, aumentaban su número a medida que el tiempo pasaba. No me sentía satisfecho cuando creía terminar una hoja y después de minutos de verla y examinar hasta el último detalle; la tiraba resignado por mi inútil talento en encontrar las palabras correctas. Pero... ¿en verdad existían las palabras correctas cuando se quería demostrar el amor a esa persona?

Despejé mi escritorio y con la oscuridad frente a mi ventana y la pequeña luz de mi linterna, me dispuse a escribir. Sin forzar nada; las palabras afloraban y se plasmaban en la hoja. Finalmente, terminé. La carta era corta, sin embargo, sentía que con esas cortas palabras trasmitían el verdadero amor que le tenía. Así que, con cuidado tomé entre mis dedos el sobre color blanco y metí la carta; la cerré y esos pequeños detalles rojizos a la orilla del sobre le daban un toque romántico y especial que me hizo enamorar cuando lo vi en la tienda.

Los nervios eran tantos que tuve que obligar a mis ojos cerrarse por milésima vez y el cansancio pronto llegó, acompañado de una esperanza y deseo de que todo saliera bien por la mañana.


***

La camisa azul estaba aún arrugada, pero no decidí ir por la plancha (además no tenía tiempo), así que me la remangué hasta dos centímetros antes de mi codo. Me dirigí hasta el espejo y comprobé mi atuendo para la escuela; estaba más ansioso esta vez ya que sería el día en que por fin dejaría salir mis sentimientos por esa persona después de tanto tiempo.

Cuando tu ve mi bolso listo y con la carta dentro, ya iba de salida. Me despedí de mi padre, un hombre de pelo gris que cada día se aclaraba más y no muy alto, pero sí de gran corazón, que leía el periódico como todas las mañanas frente a su taza de café bien cargada y de mi madre; una mujer hermosa con su pelo castaño, esos ojos azules al igual que lo míos, sus pestañas largas y finas y por último, su elegante y delicada sonrisa que enamoraría a cualquiera; que esperaba en la puerta.

—Que tengas un lindo día, hijo —dijo, acariciando mis cabellos castaños que no llegaban más debajo de mis orejas.

—Gracias, mamá —sonreí con una sensación de ansiedad en mi pecho que crecía cada vez que el tiempo pasaba y la hora de mi confesión se acercaba.


***

—¡Oh, dios mío! ¿Qué hiciste qué? —exclamó después de escuchar mi resumido relato sobre cómo había salido de clases al baño con el permiso del profesor, me escabullí hasta el sector de casilleros de la persona que tanto me gustaba y finalmente, por medio de las pequeñas aberturas que estos casilleros portaban, dejé mi carta de confesión.

La fuerte voz de mi amiga resonó en mis oídos y llamó la atención de algunas personas en la cafetería. Le tapé la boca tratando de calmar su exagerada reacción. Bueno, desde el día de ayer no se me pasó por la cabeza contarle mi plan y tenía por seguro que si lo hubiera hecho, estaría mucho más ansiosa que yo al entregarla y quizá, hubiéramos sido descubiertos en pleno acto.

—Alexa... cállate ¿quieres que toda la escuela se entere? —susurré entre dientes cerca de su cara.

Me sacó la mano de su boca y me tomó de mi suéter, acercándome, aún más, a su cara de modo agresivo.

—¿Por qué lo hiciste? ¡Acabas de sentenciar tu muerte!

Dramática como siempre. El día en el que le confesé que me gustaba Andree (que fue hace más o menos cuatro o tres meses), se volvió loca y terminó golpeándome la cabeza, porque pensaba que era un problema que superaba mis idioteces anteriores. Tuve que darle una charla extensa sobre todas las cualidades y atractivos que hacían que yo me sintiera así respecto a él. No me hizo caso y solo lo denominó un amorío infantil e irreal creado por mi imaginación.

Me confesé al chico equivocado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora