« ...¡Por dios, hijo mío! ¿Dónde estabas?, ¿sabes cuánto te busqué? Me tenías vuelta loca, yo no puedo... »
« ...Señora, tranquilícese, le haremos algunas unas preguntas... »
« Joven, ¿usted estuvo involucrado en algún conflicto o pelea? Su mano está herida y... »
« ...¡Hijo, por dios, tu mano!... »
Mi mano se apegó a mi pecho y sin si quiera levantar la mirada a mi madre o al otro grupo de personas, pasé de ellos hasta dirigirme a las escaleras. El primer escalón lo vi tan oscuro que por una milésima de segundo creí que un agujero era lo que esperaba tocar mi pie. Vacilé y sin escuchar e ignorar la palma de mano de mi madre en mi brazo, un tacto con miedo; con timidez y algo torpe, mis pasos, con ligero cuidado, me llevaron hasta el segundo piso. Gracias a mi extensa memoria sobre la dirección de dónde quedaba mi habitación, con marcha segura y sin la necesidad de levantar mi cabeza, tomé el picaporte y abrí la puerta con carente titubeo. Cuando el notable olor de mis prendas, cama y desorden llegó hasta mis narices, de un tirón dejé que la puerta se cerrara hasta que la luz del pasillo desaparecía por fragmentos de modo veloz.
Escuché como mi mamá apoyaba sus manos en la puerta, tratando de adivinar qué hacía, qué me pasaba, qué es lo que trataba de hacer ahora, qué me había pasado en todo el lapso de desaparición. Sin embargo, con un vago pensamiento de un breve «Ni yo lo sé», aseguré mi decisión sobre quedarme encerrado en estas cuatro paredes; paredes que en este momento me parecían más triste que lo usual. No podía dejar de pensar en las veces en que mi padre entró y me consoló cuando no entré al equipo de futbol, en las que fingió castigarme y gritar para que mi madre, que con un oído realmente entrenado, escuchara y quedara satisfecha.
Ya no queda más de eso.
Por supuesto que lo sabía. No obstante, a pesar de que le demostré a mi padre y a su amante mi desagrado por su inaceptable y ruin relación, me obligaba y lo hacía cada dos segundos en los que recordaba lo del engaño, quedarme con los bueno recuerdos de mi padre. Mi memoria, de manera casi instantánea, cada ocasión en que recordaba lo del golpe, lo de los dolorosos llantos de mi madre, lo de las peleas; los reemplazaba por esos maravillosos momentos en los que mi familia era feliz.
¿Y si la respuesta siempre fue esa? ¿Y si la solución para mi extraño cambio de humor (casi depresivo) era sustituir esos horribles acontecimientos? Lo que menos me importaba era si era la solución más fácil; si me hacía sentir mejor, haría lo que fuera.
Mis ojos se quedaron en mi cama que era cubierta por sólo un cobertor azul. Decidí ir hasta mi armario y sacar mi cobertor para invierno, lo tiré y de un movimiento (en el que consistió en sacarme las zapatillas) me recosté bajó todo que pareciera protegerme de la luz o algún intruso. No me preocupó que la puerta no estuviera cerrada, de igual forma no estaría interesado en atender alguna petición o responder ante cualquier palabra ajena. La herida de mi mano, donde la sangre parecía ya seca, me produjo una sensación desagradable que hizo que llevara hasta debajo de la almohada y el frío que esta poseía, disminuyera el ardor.
— Cuando las luces se apaguen, no olvides recordar que siempre estaré ahí... — susurré con la mitad de mi cara al aire dando la espalda a la puerta y la otra cómodamente contra la suave y esponjosa almohada —. Los monstruos jamás te atraparán, estaré combatiéndolos por ti...
Acerqué el extremo de la sábana hasta mi boca, deteniendo las palabras que hacían que mi corazón se apretara y volviera a soltarse, dejándome una sensación desgarradora. Cada letra de la canción que mi padre me cantaba era fácil de recordar debido a las noches en las que me ayudó a pasar sin miedo a que Artock, mi infaltable monstruo personal, atacará sin piedad. De manera evidente, en ese tiempo mi imaginación estaba a flote y creía que Artock, ese monstruo con forma de serpiente, tan silencioso y aterrador con sus ojos grandes y rojos, vivía en mi habitación y salía cada noche para poder apoderarse de mi alma a costa de todo.
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Me confesé al chico equivocado
Teen FictionJason es un chico que esconde sus pensamientos bajo las sombras y se adentra cada día más al mundo de las fantasías. Una de ellas y, a la que más dedica tiempo, es Andree; la persona que le robó el aliento en el primer momento en que lo vio. Y, al...