Mi cuerpo se sentía como si flotara en el agua. Abrí mis ojos y el cielo azul fue lo primero que vi. Las nubes dispersas y el brillante color azul del cielo, me hizo sentir tranquilo y al mismo tiempo algo perdido. Levanté mi cuerpo y pensé que mi ropa iba a estar mojada, pero estaba completamente seca y no había agua por ninguna parte.
Estaba en medio de un prado que se extendía hasta las montañas, un gran árbol yacía más lejos y el sol se encontraba en lo alto del cielo. No había rastros de civilización o construcciones. Era un prado desierto. Estaba solo y los fuertes rayos de sol chocaron contra mí, haciéndome sentir un infernal calor. En respuesta, corrí hacia el único árbol y suspiré al encontrarme debajo de su sombra, que me proporcionaba aire fresco. Cansado, me apoyé en el tronco.
¿Dónde estaba? No reconocía para nada este lugar. Con intentos fallidos de poder recordar este lugar, solté un suspiro pesadamente. A mis espaldas escuché una risa, casi inaudible. Pensando que solo era mi imaginación, traté de ignorarlo, pero, de inmediato, otra risa más sonora que la anterior, llegó a mis oídos. Era la risa de un niño pequeño y se oía tan familiar. Conjunto con esa suave risa, se adhirieron dos risas más, una se oía grave y la otra era como el canto de los pájaros en la mañana, suave.
Con curiosidad y algo de temor, me giré y apoyándome en el tronco, levanté mi vista. Un niño pequeño de al menos seis años jugaba y corría a la par con un hombre. Un poco más lejos de ellos, una mujer sentada en el césped, los miraba y sonreía.
Por un momento se me olvidó como respirar, y las ganas de llorar aparecieron repentinamente. Un sentimiento cálido se anido en mi pecho y mis extremidades ya no poseían fuerza. Caí arrodillado al darme cuenta de que el pequeño niño era yo. Con esos ojos azules y redondos como almendras, esos brazos cortos y delgados, mi yo de pequeño mostraba una tierna y gran sonrisa en sus labios, frente a mí. Mi madre con una pañoleta que sujetaba sus cabellos, pero no faltaban los que se desprendían por los bordes y con sus famosos hoyuelos, que la acompañaban en cada reluciente sonrisa.
Y al otro extremo, mi yo pequeño, se lanzaba a los brazos de mi padre. Una muestra de amor inocente entre hijo y padre. Debería estar sonriendo antes estos recuerdos. Sin embargo, lo único que provocaban en mi era asco y mucha rabia. Aunque tenía ganas de ir y golpear a mi padre, no podía destruir la ilusión de ese niño de su gran padre. Mi ilusión.
Pero ya lo había hecho, ¿o no?
Cuando quise levantarme de donde había caído, no pude, porque sentí como si unos brazos imaginarios, una fuerza que se aferraba a mí como garras, me arrastraran. Traté de gritar, pero mi voz no salía.
Abrí mis ojos con brusquedad y pegué un ligero salto. Miré a mí alrededor y estaba de regreso a mi habitación. Con la idea de levantarme, me detuve en seco al recordar que no estaba solo. Y el peso del brazo de aquel sujeto en mi cadera, me hizo caer en la realidad otra vez.
Damon... Debía admitir que parecía un angelito cuando dormía. Volví apoyarme en la almohada, tratando de no moverme tanto y no despertar al de ojos esmeralda. Volteé mi cabeza y giré levemente mi cadera, para poder mirarlo con mayor comodidad.
Tenía ligeramente abiertos sus finos labios, mientras respiraba con tranquilidad. Unas pecas adornaban parte de sus mejillas y otras traviesas se posicionaban en su nariz. Conté tres lunares, uno más arriba de sus labios, otro en la sien y el último por debajo de la mejilla. Mi mano se acercó lentamente a su cabello, no lo toqué por completo, solo quería saber si era tan suave como se veía. Y así lo era, un mechón se deslizo entre mis dedos, tan suave como una pluma. Tenía algunos rulos en la parte superior de su cabeza que caían de manera desordenada. Por último, con mis ojos perdidos en su extraordinaria belleza, noté un diminuto orificio en su nariz. Supuse que se trataba de una pasada perforación. Y me lo imaginaba, debería verse muy bien. Ahora que lo había descubierto, aunque que fuera la última cosa que hiciera, debía verlo con una perforación ¡Sería la perdición de mi cordura!
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Me confesé al chico equivocado
Teen FictionJason es un chico que esconde sus pensamientos bajo las sombras y se adentra cada día más al mundo de las fantasías. Una de ellas y, a la que más dedica tiempo, es Andree; la persona que le robó el aliento en el primer momento en que lo vio. Y, al...