Capítulo 23.

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—¿Estás segura de esto? Sabes que si pasa algo nuestros chicos no podrán contra Damon.

—¿Por qué lo dices? Serían cuatro imbéciles contra Damon.

—Cuatro imbéciles drogados hasta la vena.

—Entonces tú te encargas.

—No actúes como si no supieras que es capaz de romperme la puta cara y más descubriendo que estoy en la ciudad.

—No me importa nada de esa mierda. Déjame torturar a su minino y ya. Ya hablamos de esto, Elias, deja de tocarme las bolas o la que te romperá la cara seré yo.

Escuché un suspiro. Mis ojos se sentían extrañamente pesados y cansados ¿En qué momento...?

—El minino ya despertó —dijo ella y no pasó mucho tiempo cuando sentí su mano en mi mandíbula, con sus uñas casi incrustadas en mis mejillas, generándome un ardor doloroso—. ¿Disfrutando de la fiesta, eh, guapo?

—Si tienen algún problema conmigo o con Damon —su expresión cambió cuando mencioné ese nombre—, podemos perfectamente resolverlo como personas adultas. No con juegos infantiles.

La rabia había consumiendo cualquier miedo que podía yacer en mi interior. Estaba enojado con este tipo de situaciones y mucho más al escuchar que se trataba de Damon.

—¿Y quién mierdas te dijo que tenías voz en esto? —bramó, soltando bruscamente mi cara. Pude divisar al hombre que hace unos minutos estuvo conversando con ella y era alto, tenía barba y rulos.

—Si no tengo voz en esto me gustaría saber por qué estoy aquí —dije, intentando mantener un tono sosegado. Ella sonrió.

—¿Es que quieres llegar a tu casa con moretones y heridas, —su dedos comenzaron a hacer su camino desde mi abdomen hacía arriba lentamente—, por aquí y por allá, tan abiertas y profundas que tu desgraciada madre no fuese capaz de reconocer el propio cuerpo de su hijo?

Su expresión facial me produjo un escalofrío. Sus pupilas estaban tan dilatadas que su mirada parecía vacía.

—He preguntado si eso es lo quieres —su tono de voz subió y su mano estaba apretando mi cuello.

—No —vacilé.

—Así me gusta —soltó mi cuello y sonrió... ¿Con ternura?—. Elias, dame su celular.

—¿Mi celular? —cuestioné en un susurro que ella pareció  escuchar enseguida porque volteó hacía mí.

—Vamos a avisarle a Damon que su minino está en peligro.

***

Pasaron minutos en los que trataba  no ser intimidado por la fija mirada de ese tal Elias, ella había salido a no sé dónde con mi celular. El tiempo avanzaba y no había rastro de nadie, sólo de esos hombres que de vez en cuando soltaban comentarios obscenos e imbéciles sobre mi aspecto o mi reciente situación. No le tomé importancia, estaba más centrado en descubrir en dónde demonios estaba; una cosa fue segura, me alivié al escuchar en forma de eco y muy bajo la música. Eso me decía que aún estaba en el club, simplemente me habían llevado a una habitación lejos de la pista. Lo que más me extrañaba era la ausencia de preocupación de mis amigos, sin embargo, considerando que los mensajes enviados desde mi celular, el cual por cierto no poseía patrón ni contraseña, no eran míos, ellos podían creer cualquier cosa y tranquilizarse al ver que contestaba.

—¿Asustado, chico? —me dijo Elias, acercándose a mí y tomando el respaldo de la silla por mi espalda.

—Estoy harto de todo esto — susurré.

—¿Qué has dicho? —me preguntó un poco altanero.

—Estoy harto de convertirme en la carnada de todo el maldito mundo —levanté mi voz y dije, dirigiendo mi mirada hacía él.

—Veo que tienes carácter —sonrió—. Eso es bueno, espero lo uses en el futuro.

—¿Por qué lo dices? —las palabras sólo salían. Este tal Elias no me intimidaba tanto como la mujer.  

—Verás, no hago esto de hablar con nuestros rehenes pero... 

—¿Lo hacen a menudo? —vacilé un poco ante la nueva información. Él soltó una carcajada que después de unos segundos fue acompañada y coreada por los otros jóvenes.  

—Ella tiene sus métodos.

Quedé más intrigado por lo que dijo. De la misma manera quise preguntar cual era el nombre de la mujer, no obstante preferí callar ya que hablar con él era un avance.

—Damon ha hecho algo muy, muy, muy malo y... debe pagar por lo que hizo —dijo claro y fuerte, alejándose de mi silla y dándome la espalda.

—No es de mi incumbencia lo que él haya hecho o no —respondí sin vacilar.

Así era, esto me tenía harto. Debía dejar de ser la víctima de todos simplemente por caprichos o cuentas no pagadas.  

—Ella tiene sus métodos y espero que uses ese tierno coraje tuyo cuando lo veas —habló y finalmente se echó en el sofá a empezar a conversar  en murmullos con la otra gente.

No era bueno calculando el tiempo sin el uso de un reloj pero una media hora había pasado y el sueño ganaba la batalla. De vez en cuando estos imbéciles me molestaban para mantenerme despierto y en el momento en que mi cabeza caía por el cansancio fue cuando sentí la fuerte y repentina bofetada.

—La siesta terminó.

Ella había llegado. 

—¡Prepárense, Damon pronto estará aquí! —chilló con entusiasmo.

Me confesé al chico equivocado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora