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"Bruno, tío... No me jodas... ¿Una nota? ¿En serio?" masculla Diana a su lado tratando de aguantar la risa. Bruno se pregunta qué es lo que encuentra tan cómico para estar casi llorando de la risa, pero se abstiene de preguntar por miedo a recibir una respuesta aún más humillante de la pelinegra. Sabe que el pasatiempo favorito de Diana es  vacilarle, pero Bruno ya está empezando a pensar que le gusta verlo sufrir de verdad.

El azabache bufa cansado mientras aparta la mirada. "Yo qué sé, Diana. Yo qué sé." suspira con vergüenza, encogiéndose de hombros antes de cubrirse la cara con las palmas mientras niega con la cabeza. 

Maldito imbécil, ¿En qué coño estaba pensando? ¿No había manera más infantil de llamar la atención del de pelo azul? Cuando Bruno dejó esa nota en su boina, lo único en que pensaba era en la posibilidad de volver a verlo, en compartir otro rato a solas con él, así que ni siquiera lo dudó al hacerlo. Ahora, cinco días después, cree que ha hecho completamente el ridículo ¿A quién se le ocurre?  Además, el contárselo a Diana tampoco ha ayudado en nada, porque a la chica le encanta reírse de él; y Bruno se lo ha puesto en bandeja. 

La chica chasquea la lengua y decide entonces consolarle, frotándole la espalda con la palma de la mano en señal de apoyo, haciendo movimientos ascendentes sobre esta. Bruno suspira por décimo quinta vez desde que empezó a contarle a su amiga lo ocurrido en la biblioteca el jueves por la tarde con el chico de pelo azul, cerrando los ojos en el gesto. 

"Ahora se pensará que soy imbécil. O que tengo cinco años. O que soy un vago. O todo junto." se lamenta en un falso llanto, y de pronto su rostro se descompone en una mueca de angustia y miedo, mirando a la pelinegra con los ojos muy abiertos. Diana le devuelve la mirada con las cejas alzadas, esperando silenciosamente una explicación a su repentino cambio de humor. "¡¿Y si ha perdido la nota!?" exclama entonces, visiblemente alterado ante aquella posibilidad. Aquello sí que sería sin duda un gran ridículo ¿Y si alguien la encontraba? ¿Y si Apolo nunca llegaba a leerla y por lo tanto no volvían a verse? ¿Y si sus hermanos la habían encontrado y ahora querían pegarle por querer algo con su hermano?

"Tranquilízate, hostia." ordena la chica, apartándose el pelo de la cara en un movimiento cansado. Bruno se comporta la mayor parte del tiempo como un niño pequeño, Diana lo sabe perfectamente, así que los berrinches del azabache no son nada nuevo para ella. "Seguro que le ha gustado." le asegura en un gesto tranquilizador, y Bruno hace su mayor esfuerzo por creérselo. "Si es que bajo esa fachada de fuckboy eres todo un romántico..." una sonrisa burlona se hace paso en sus labios, mientras lo mira con una ceja alzada.

Bruno chasquea la lengua, apartando la mirada de la chica. "Eres estúpida." le asegura sin ningún reparo, pero ella ni siquiera se achanta ante el insulto. Es algo más que común entre ellos después de tantos años.

"Por lo menos no conquisto a la gente escondiéndole notitas en la ropa. No sé, igual deberías revisar tu técnica." contraataca la pelinegra, mostrándole su mejor sonrisa cargada de inocencia a la vez que le regala una mirada de "Jódete, cabrón."

A Bruno le apetece descuartizarla en ese mismo instante. Cortarla en cachitos y dársela de comer a los cerdos para que nunca la encuentren. Se pasa la lengua por los dientes en señal de molestia, bajo la mirada triunfante de su amiga.

"Que te jodan." farfulla sin mirarla, cruzando los brazos sobre su pecho como si de un niño se tratase. La chica le revuelve el flequillo con los dedos antes de volver a hablar:

"Soy bollera, Bruno. Y no de las que van abajo." le recuerda la chica, que acto seguido le guiña un ojo antes de dejarlo con la palabra en la boca, desapareciendo con la mochila al hombro mientras se remanga la camisa que lleva encima de la camiseta que Bruno le regaló algunos meses atrás.

El azabache niega con la cabeza con una pequeña sonrisa. Aquella chica de pelo negro y ojos felinos está como una puta cabra, pero también es su mejor amiga, así que Bruno lo deja pasar. El azabache valora mucho que, aunque a veces le saque de quicio, la chica siempre trata de restarle importancia a las cosas con algún tipo de broma, consiguiendo sacarle siempre una sonrisa.

Al cabo de varios minutos decide dejar de darle tantas vueltas a lo de la nota, porque si a Apolo no le ha gustado, aún le quedan mínimo otras diez tácticas de seducción para ganarse su corazón de pintor francés de los ochenta. No piensa rendirse tan fácilmente, y menos con alguien con Apolo. La simple curiosidad por conocerlo sirve como pretexto para no hacerlo.

 Aunque de chico malo solo tiene el atuendo, puesto que puede contar sus relaciones amorosas con los dedos de una sola mano, al azabache le encanta presumir su carácter carismático, con el que poca gente se le ha resistido. 

Pero Apolo no es para nada como ellos. 

Apolo es extravagante, pero siempre consigue pasar desapercibido. Es callado, pero han pasado horas hablando. Es tranquilo, pero aún así se recoloca las gafas y juega con sus manos en un gesto nervioso.

Es simplemente único. Es la primera persona que conoce por la que interrumpiría su querida siesta del jueves.

Y, de hecho, espera con ganas que lo haga.

Después de su última y muy esperada clase del día, Apolo recoge sus cosas mientras se frota los ojos con cansancio, caminando perezosamente hacia la salida. Esquiva a un par de compañeros mientras se cuelga la mochila al hombro y esconde sus manos en los bolsillo de su chaqueta. Está agotado, y debido a la baja velocidad de sus pasos, Julia lo alcanza sin ningún tipo de dificultad, apoyándose en él mientras suspira y se pasa un mechón de su cabellera rubia por detrás de la oreja. La poca diferencia de altura que los separa hace que la chica pueda apoyar su cabeza sobre el hombro del peliazul sin dificultad, aunque la posición es cuanto menos un poco incómoda.

"Esto de hacer bachillerato no está pagado." refunfuña, haciendo que su amigo suelte una pequeña carcajada ante el comentario. Su amiga dice una verdad como un templo, porque desde que acabó la secundaria, Apolo no sabe lo que es dormir bien. Antes estaba deseando ser adolescente, ahora solo quiere detener el tiempo y volver a aquella época en que era un niño pequeño que no tenía seis temas de filosofía para estudiar.

"Y que lo digas. Estoy deseando llegar a la jubilación." contesta en un suspiro cansado, y la rubia no podría estar más de acuerdo con el chico.

"Tú y yo de viejitos, en una casita en el campo... Tú con tus pinturas y yo con mis velas..." planea la chica de forma soñadora. Apolo forma una mueca de asco fingido mientras la mira de nuevo.

"No voy a compartir mi vejez contigo." le aclara apuntándola con el dedo índice de forma acusadora, viendo como la rubia le muestra una mueca afligida. Aunque en el fondo Apolo está más que encantado con el plan, decide hacer rabiar un poco a la chica; pero los hechos no se desarrollan según lo planeado; porque lejos de ofenderse, Julia contraataca sin vacilar:

"Ya... Seguro que prefieres pasarla con el tal Bruno." trata de adivinar, guiñándole un ojo mientras el pelo azul se pone rojo hasta las orejas. Mucho estaba tardando Julia en sacar el tema, aunque Apolo tenía la pequeña esperanza de que se le hubiese olvidado con el cansancio fruto de las clases.

"Imbécil." replica decepcionado al haber perdido la pequeña batalla verbal desarrollada entre ellos, acelerando el ritmo de sus pasos mientras la rubia lo sigue entre risas.

"No te enfades, anda... Si yo no tengo problema en compartirte. No soy celosa." le asegura la rubia, pellizcándole una mejilla con los dedos y dándole una gran sonrisa. Apolo bufa como un pequeño gatito y la sonrisa de Julia se agranda tanto que sus comisuras podrían desgarrarse en ese instante. Su amigo es adorable.

"Tú puedes compartirme a mí, pero yo no voy a compartir a Bruno contigo." contraataca el peliazul con una sonrisa inocente, bajo la mirada incrédula de la rubia, que se queda congelada en su lugar ante el repentino ataque de valentía de su amigo.

Punto para el peliazul. 

Si aquello de tratase de un duelo a muerte entre ellos, Apolo puede asegurar que se proclamaría vencedor al ver la expresión atónita de su amiga rubia. Y, siendo sinceros, es una imagen que le encantaría conservar. 

"¡Apolo! ¡Eh! ¡Vuelve aquí!" exige, pero el chico hace caso omiso de sus palabras, caminando hacia la entrada del instituto con una sonrisa triunfal. "Será cabrón..." farfulla la chica, todavía incrédula y parada en el medio del pasillo. 

canciones de rock y pinturas de van goghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora