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A lo largo de toda su vida, Apolo ha podido confirmar en innumerables ocasiones que, fuese coincidencia o un acto inconsciente que había desarrollado con los años, tanto su personalidad como la de sus hermanos era, irónicamente, muy acertada teniendo en cuenta la procedencia de sus nombres. Aquellos tres dioses de la Antigua Grecia de los que los tres hermanos habían obtenido el nombre, parecían haber vuelto a la vida a través de sus cuerpos. 

La personalidad de Ares siempre había estado ligada a los problemas. El chico parecía ser un imán para ellos. Aura y Apolo solían ser sus principales víctimas, aunque la mayoría de personas que pasaban por su lado terminaban siendo conocedoras de sus inagotables ganas de bromear y discutir con todo aquel que estuviese dispuesto a seguirle el juego. 

A pesar de aquello, Apolo es plenamente consciente de que su hermano pequeño no es una mala persona. A lo largo de los años ha sido testigo de múltiples situaciones en las que el chico ha dejado de lado el lado más odioso de su personalidad, permitiéndole salir al chico maduro y racional que en realidad es. Lo ha consolado un millón de veces, y lo ha defendido otras cuantas. Porque, a pesar de que Apolo sea el mayor, también le gusta adoptar de vez en cuando el papel ficticio de hermano menor.

 Y, aunque se queje de ello la mayoría de veces, muy en el fondo Apolo adora el lado bromista de su hermano, y como siempre parece tener las palabras adecuadas para levantarle el humor en los días más grises.

Y es por todo esto que, cuando mientras camina con Bruno hacia la puerta de entrada del instituto, con las manos entrelazadas mientras sonríen y bromean entre ellos sobre cualquier tontería que se les ocurre; Apolo siente que su mandíbula está a punto de tocar el suelo al ver como tras una gran multitud de alumnos que se amontonan cerca del aparcamiento, se encuentra su hermano peleando con otro chico. El peliazul no sabe ni quién es el chico ni cuál es la razón del enfado de su hermano, solo sabe que aquello no puede ser nada bueno.

Su mano abandona con rapidez la de Bruno, corriendo hacia él mientras el azabache lo sigue de cerca. Su instinto de hermano mayor protector sale a flote de vez en cuando, y esta es una de esas situaciones. Sus hermanos son dos de las personas más importantes de su vida, así que, cuando se trata de protegerlos, Apolo no se lo piensa dos veces.

"¡Ares!" exclama, haciéndose paso entre la multitud y dejando a Bruno atrás, perdido en la infinidad de cuerpos amontonados a su alrededor, mientras su hermano permanece con el puño en alto hacia el otro chico, totalmente ido mientras su hermano lo llama a lo lejos.

Cuando consigue llegar hasta él, el chico apenas se inmuta, y Apolo se coloca frente a él, tratando de tranquilizarlo. Pero Ares se aleja de él, apuntándolo con el índice a modo de advertencia.

"Apolo, no te metas." advierte entre dientes, volviendo a colocarse frente al chico, haciendo caso omiso de los intentos de su hermano por detenerlo. Apolo se siente impotente, débil y pequeño al ser incapaz de detener a los dos adolescentes.

"Ares, creo que es suficiente." el peliazul reconoce la voz de Bruno a su lado, que sujeta al mencionado por lo hombros, mientras este trata de zafarse de su agarre, pero el pelinegro permanece sereno, todavía sin soltarlo. Siempre parece hacer acto de presencia en el momento adecuado, y ese instante no es una excepción.

"No tienes ni puta idea." masculla el menor, y Apolo quiere gritarle, pero permanece inmóvil en su sitio, mientras la multitud a su alrededor parece volverse cada vez más grande y a punto de devorarle.

"Vamos, déjalo ya." insiste Bruno, y Ares suelta una risa seca, mirándolo con odio mientras se zafa por fin de su agarre, apartándose de él y mirándolo con odio. Sus ojos poseen un brillo oscuro, y Apolo apenas es capaz de reconocerlo.

"Que quieras tirarte a mi hermano no te da el derecho de meterte en mis asuntos." escupe, mientras la mandíbula de Bruno se tensa, visiblemente molesto ante el comentario, y sus fosas nasales se dilatan producto de la impotencia.

Apolo siente los ojos de todos los presentes sobre él, y sus manos empiezan a temblar, porque si hay algo que verdaderamente odia es ser el centro de atención. Y Ares lo sabe perfectamente. Lo ha sabido siempre, desde que eran unos niños y Apolo siempre se escabullía de las multitudes. Sabe perfectamente el daño que le hará ese comentario, pero aún así, ni se lo ha pensado dos veces antes de formularlo.

"Eres un puto gilipollas." masculla el peliazul, sintiendo como el nudo que se forma en su garganta se vuelve cada vez más apretado. Ares está acostumbrado a oír todo tipo de insultos por parte de su hermano, pero en esa ocasión, no hay ningún tipo de ironía o burla en su voz. No hay nada que le indique que no lo cree de verdad.

Ares permanece congelado en su sitio, mientras Apolo ni siquiera lo mira una última vez antes de marcharse, huyendo de la multitud a su alrededor mientras se muerde el labio inferior con fuerza. Está enfadado, se siente humillado y quiere irse a casa.

"¡Apolo! ¡Espera, por favor!" la voz de Bruno resuena a sus espaldas, y solo entonces lo recuerda. Solo entonces se da cuenta de que lo ha dejado allí solo, mientras él solo trataba de ayudarle. Se gira sobre sus talones, encarando al chico, que lo observa con sus grandes orbes cargados de preocupación.

"Quiero irme a casa." apenas susurra, mientras las cejas del azabache se fruncen con angustia.

"Apolo, yo-" trata de empezar, pero como siempre, el chico no le deja hablar. Aquello parece haberse vuelto ya una tradición entre ellos.

"Bruno, no te preocupes ¿vale?" pide, alzándose sobre sus puntillas y dejando un pequeño beso sobre sus labios, ante el que el azabache apenas es capaz de reaccionar. "Solo quiero irme a casa." repite, antes de separarse de él. "Nos vemos mañana." se despide, haciendo su mejor esfuerzo por formar una sonrisa, pero esta no llega a sus ojos.

Bruno lo observa marcharse, inmóvil sobre el asfalto. Quiere ir tras él, quiere abrazarlo, quiere besarlo, quiere decirle que lo quiere, que le encanta y que Ares no tiene ni puta idea de nada. 

Pero, sin embargo, se queda allí, inmóvil mientras Apolo le aleja, terminando por desaparecer al final de la calle.

Apolo no está enfadado con el azabache, no tiene ninguna razón para estarlo. Simplemente, no quiere que lo vea llorar por una tontería como esa. Quiere estar solo, arropado por la tranquilidad de su habitación mientras se desahoga todo lo que quiere.

Y, durante un rato, parece que lo está consiguiendo. Parece que ha encontrado un pequeño rato de tranquilidad. Pero entonces, alguien toca a su puerta y, pensando que se trata de Aura, Apolo masculla un "Pasa", sentándose perezosamente al borde de la cama y limpiándose los restos de lágrimas que adornan su rostro.

Pero, en su lugar, es Ares quien aparece frente a él. Está más calmado, y ya parece haber vuelto a ser el chico que él conoce. Sin embargo, Apolo no tiene absolutamente ninguna intención de verlo en ese instante.

"Vete." masculla, sin ni siquiera molestarse en mirarlo. No cree ser capaz de hacerlo sin derramar al menos un par de lágrimas.

"Apolo-" trata de empezar el chico, pero su hermano mayor no está por la labor de dejarle continuar.

"Que te vayas." repite, con la mandíbula apretada y los ojos cerrados.

"Solo escúchame." insiste su hermano, y el de hebras azules está a punto de echarse a reír.

"No tengo nada que escuchar, Ares." escupe, mientras su hermano se vuelve pequeño frente a él. "Sabías perfectamente que eso me haría daño. Y no tenías ningún derecho a hablarle así a Bruno. Lo sabías perfectamente y eso no te detuvo." Ares mantiene la vista clavada en sus zapatillas, como un niño pequeño que está siendo regañado. Pero Apolo no se detiene, está tan enfadado que ni siquiera mide sus palabras. "¿Sabes qué? Cuando éramos pequeños y Aura venía llorando a mi habitación por las noches diciendo que no quería dormir contigo porque eras muy cruel con ella yo solía pensar que era una exagerada, que en realidad no eras una mala persona. Ahora no lo tengo tan claro." al terminar de hablar, Apolo no se siente para nada aliviado. De hecho, se siente terriblemente miserable.

Y el sentimiento no hace más que incrementarse cuando Ares levanta la vista, con la mandíbula apretada y las cejas alzadas, y sus ojos se encuentran con los suyos, cargados con una mirada de dolor que se clava en lo más profundo del corazón del peliazul.

Y, por segunda vez en esa tarde, quiere ocultarse bajo sus mantas y desaparecer para siempre.

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