Capítulo 4

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Alex Silvestri

Jessica y yo nos encontramos en su cuarto, yo estoy en su cama y ella en la silla de su escritorio. Le dije que se sentara ella en la cama porque por la manera que me agarró de la camiseta y nos tiró al suelo, quedando muy juntos, pensé que para ella era sagrado, aunque la excusa que me puso ese día era porque estaba sudado. 

Tocan la puerta de la habitación, la abren y veo a una chica pelirroja. La chica tiene una carpeta negra, un tanto desgastada, con apenas unas hojas. La chica tiene gafas de pasta negra y está vestida con una camisa blanca de rayas negras y unos pantalones negros.

Jessica mira donde mismo yo. 

—Hola Jessica, tu padre me a contratado para ser tu nueva psicóloga—la chica sonríe de forma educada, a todo esto Jessica está seria con una ceja levantada.

Se gira en mi dirección aún seria. 

—Será rápido—no digo nada y me levanto. La pelirroja mira, de forma pervertida, cada movimiento que hago. La chica entra a la habitación y yo salgo cerrando la puerta. 

Estoy en el pasillo a la espera de que las dos chicas terminen con lo que tienen que hablar. No se escucha ni una palabra desde la habitación. 

Jessica no mentía, no pasaron ni cinco minutos para comenzar a oír unos sollozos y, segundos después, la puerta es abierta por la pelirroja. La chica salé de la habitación de Jessica llorando y con la carpeta apretada en sus manos. 

Entro en la habitación después de mirar a la pelirroja irse llorando por el pasillo. 

—¿Qué fue lo que le dijiste?—pregunto señalando a mis espaldas, ella se encoge de hombros.

—¿Yo?, nada—me da una sonrisa de felicidad y se la devuelvo.

—¿Cuantos psicólogos han salido llorando después de haber estado unos minutos contigo?—le pregunto volviéndome a sentar en la cama. 

—A todos ellos—dice sin ningún titubeo.

—¿Y esos cuántos son?

—Ehh, ¿40?, ¿50?, perdí la cuenta después de los primeros veinte—se dirige al dibujo que había hecho en la madrugada y lo coloca en una esquina con más cuadros pintados.

—¿Alguna vez me dirás el por qué?, ¿el por qué no te abres emocionalmente con nadie?—me mira. Baja la cabeza un segundo y relame sus labios. Vuelve a levantar la cabeza.

—No. La única razón por la que te lo diría es si vuelve, pero está muerto, así que no lo haré.

Sus palabras me dejan aun más desconcertado.

 ¿Quién había muerto? 

¿Podré alguna vez saber qué le pasó?

—No hay ninguna posibilidad de que me lo digas ¿verdad?—pregunto aunque ya sé la respuesta.

—No—era obvio que diría eso.

Seguimos hablando y tiempo después vamos a desayunar. Sinceramente, me encanta su cara al probar la comida. Sé que no está acostumbrada a comer y, por lo tanto, no ha probado muchas comidas. Su cara de ''que bueno está esto'' me hace sonreír como un bobo. 

Hoy quería ir al gimnasio que hay en su casa, ella le pega duro al saco de boxeo mientras yo lo agarro. A veces parecía que lo iba a dejar en el techo de lo fuerte que le daba, puede que estuviera pensando en la razón por la cual no había dormido. 

La víbora Roja✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora