(in)correcto ᵈʸˡᵐᵃˢ

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El tiempo pasaba. Minutos, horas, Thomas no lo sabía. Su agotada mente evocaba un horrible escenario tras otro mientras esperaba a que llegaran a su destino, dondequiera que fuese. El chofer le había dicho que se callara cuando Thomas intentó interrogarlo, por lo que estaba a solas con sus pensamientos.

De adolescente, Thomas creyó tener su vida completamente resuelta. Se iba a enamorar de un tipo agradable e insanamente atractivo a los veinte, quien lo adoraría también, tendrían una relación comprometida y estable por algunos años antes de casarse con él. Tendrían muchos hijos, y vivirían felices para siempre. Pensar en ello lo hizo sonreír ahora. Ya tenía veintitrés, el hombre de sus sueños había fracasado en materializarse, y ahora podría no vivir para ver el siguiente día.

Sí, la vida era así de graciosa.

Parece que se durmió en algún momento, porque lo siguiente que supo Thomas, es que despertó sobresaltado cuando dos pares de manos lo arrastraron fuera del vehículo. Con un arma encañonada en su espalda baja.

—Camina —ladró alguien.

Aturdido y desorientado por el sueño, Thomas hizo lo que le ordenaron, parpadeando mientras se orientaba. Parecían estar en medio de la nada. Todavía estaba oscuro, pero podía distinguir el bosque surgiendo a unos treinta metros. El bosque rodeaba la casa a la que estaba siendo medio arrastrado, medio empujado. La nieve era profunda, casi hasta sus rodillas, pesada y húmeda, y Thomas luchaba para mover los pies.

—Más rápido, blyad ¹ —dijo el mismo matón, empujándolo.

Thomas contuvo la respuesta mordaz en la punta de la lengua e intentó caminar más rápido. Resistirse era inútil a esta altura.

Enfurecer a sus captores era simplemente tonto. Había ocho de ellos, y todos parecían estar armados. Tenía que cooperar... de momento.

Al fin, alcanzaron la casa y fue rudamente empujado dentro. Thomas cayó sobre sus manos y rodillas, jadeando. Los matones rieron, intercambiando varios chistes a su costa.

Ignorándolos con estoicismo, Thomas se puso de pie y miró a su alrededor. La sala no era para nada lo que hubiera esperado. Estaba decorada con buen gusto y elegancia, prácticamente gritaba 'dinero'.

El ruido de la puerta abriéndose llamó la atención de Thomas. Un hombre alto, fornido, con rasgos eslavos y corto pelo rubio salió de la habitación. Inmediatamente los matones se pusieron firmes, dejando de lado sus miradas lascivas y burlas. El rubio intercambió algunas palabras con uno de los matones, demasiado rápido para que Thomas lo entendiera. El delincuente se refirió al rubio como Vlad.

Finalmente, Vlad dirigió su mirada hacia Thomas. Thomas encontró sus ojos, negándose a demostrar miedo. Una de las pocas lecciones que su padre había taladrado en él, era que nunca debería mostrar miedo ante la adversidad.

—¿Qué es lo quieres? —Thomas dijo con calma. —¿Por qué me secuestraste?

Vlad lo miró de arriba abajo.

—No tengo que explicarte nada, inglés —dijo, con un acento muy marcado. Sus ojos se quedaron sobre la boca de Thomas por un instante demasiado largo antes de que mirara al matón con el que había estado hablando y le diera una breve orden en ruso.

Si Thomas entendió bien, iba a ser encerrado en la habitación gris del primer piso y sería alimentado una vez por día hasta nuevas órdenes.

El estómago de Thomas cayó al oír eso. Había esperado al menos obtener una explicación.

—Por favor, ¿podrías decirme algo? —Thomas lo intentó de nuevo. —¿Por qué estoy aquí? ¿Quieres dinero?

Los ojos de Vlad se posaron en su boca de nuevo, haciéndole helar la sangre a Thomas.

Finalmente, el rubio negó con la cabeza.

—Tengo órdenes de no hablar contigo —dijo y volvió a mirar a sus hombres. —Zaprite malchishku v komnate seroi ².

Dos matones tomaron a Thomas y lo empujaron y arrastraron escaleras arriba. Thomas no luchó con ellos y no intentó hablar con Vlad nuevamente. El ruso no era quien daba las órdenes. No era quien estaba detrás del secuestro de Thomas. Vlad podría lucir poderoso, pero era un simple peón. No era con quien Thomas debería estar negociando.

Si Mark Sangster le había enseñado algo a su único hijo, era que en cualquier situación adversa, siempre había lugar para negociar. Cualquier situación podría volverse a su favor... o al menos podría inclinarse ligeramente a su favor. Pero uno no negociaba con los peones. Uno negociaba con el rey.

Thomas esperaba con ansias conocerlo.

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glosario:

¹ "Puta".

² "Encierren al chico en la habitación gris".