ventitré

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Recibió la llamada al día siguiente.

—Señor Sangster —dijo una desconocida voz con un marcado acento. —Por la muerte de su padre, le hemos concedido generosamente algo de tiempo extra, pero nuestra paciencia se está acabando.

A Thomas se le secó la boca.

—Me temo que no lo entiendo.

—Pagamos por un cargamento de doscientas unidades y lo esperamos para este sábado.

—¿Unidades de qué?

—No te burles de mí, chico —dijo el hombre.

—Realmente no sé de qué me está hablando.

—Riñones.

El estómago de Thomas se hundió.

Mierda. Comercio ilegal de órganos. Su padre estaba involucrado en el tráfico ilegal de órganos. Thomas no estaba seguro de por qué se seguía sorprendiendo.

—Mire, lo que sea que mi padre le prometió, no sé nada al respecto...

—No me importa, chico —dijo el tipo con aspereza. —Tengo compradores haciendo fila. Quiero mis productos. Si no los obtengo o vas a dar cháchara a la policía, iré tras tus jodidos órganos.

Colgó incluso antes de que Thomas pudiera preguntar con quién estaba hablando.

Doce horas después, Thomas estaba sentado en la antigua oficina de su padre, con la cara enterrada entre sus manos.

Frustración, ira y miedo retorciendo sus entrañas luego de revisar la computadora de su padre.

Era demasiado para él. Había esperado acabar con la parte oscura en los negocios de las Industrias Sangster de forma rápida e indolora -no tenía intenciones de seguir los pasos de su padre- pero era más fácil decirlo que hacerlo. Aparentemente existían obligaciones que su padre —y ahora él en su lugar— debía cumplir antes de que Thomas pudiera lavarse las manos de toda esta mierda, y no tenía idea de qué hacer. El círculo íntimo de su padre nunca tomó enserio a Thomas, y todos se fueron al carajo hacia alguna parte luego de la muerte de su padre, ya sea para mantener el perfil bajo o seguir adelante con sus propias vidas. Thomas también querría hacer esto último, pero primero tenía que arreglar este desastre sin cagarla de alguna manera, dejándose matar o arrestar.

Desearía poder ir a las autoridades, pero no era tan ingenuo como para pensar que la policía podría encontrar y arrestar a cada uno de los cómplices de su padre. Estaría muerto en cuestión de semanas si lo hiciera. Sin mencionar que no deseaba que el nombre de la compañía fuera arrastrado por el barro, lo que inevitablemente iba a ocurrir si se hacían públicos los tratos ilegales de su padre.

Lágrimas de ira llenaron sus ojos, y las apartó con brusquedad. Dios, nunca había odiado más a su padre. No era suficiente que hubiera sido una persona de mierda y un padre de mierda; tenía que hacerse matar y dejar este desastre detrás.

Doscientos riñones para el sábado.

Una risa áspera dejó la garganta de Thomas. Se suponía que de alguna manera obtuviera doscientos riñones para este sábado o estaría muerto... luego de lo sucedido a su padre, Thomas tenía pocas dudas de que estas personas tomaban en serio los negocios.

No sabía qué hacer.

Estaba completamente fuera de su terreno. ¿Qué podía hacer?

A menos que...

Con sus manos temblando, Thomas alcanzó su teléfono. Abrió su lista de contactos y se deslizó a través de ella hasta que llegó al que necesitaba.

(in)correcto ᵈʸˡᵐᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora