quattro

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Dylan O'Brien se alejó del cuarto del prisionero, su humor más oscuro que nunca.

La sirvienta que encontró de camino a su oficina le echó una mirada, palideció, y agachó la cabeza, como si deseara que no la notara. Cosita inteligente. Una lástima que estuviera demasiado alterado ahora mismo.

La agarró del brazo. Ella se paralizó, apenas respirando.

—Lena, ¿cierto? —dijo en voz suave, mirando su cabello rubio y su delgada figura. No era particularmente bonita, pero tenía labios tersos y suaves. Sus ojos se fijaron en ellos. Su mandíbula se tensó.

—Sí —dijo mansamente, levantando la vista para verlo por un momento antes de dejar caer la mirada. Podía notar su pulso latiendo acelerado en la delicada base de su cuello. Tenía miedo de él. O quizás estaba excitada. Probablemente ambos.

En silencio, abrió la puerta de su despacho e ingresó. Sabía que ella lo seguiría dentro. No se equivocó. Raramente lo hacía.

—Cierra la puerta —dijo.

La puerta se cerró tras él.

Hubo un momento de silencio, únicamente roto por el aullido del viento en el exterior y la rama de un árbol golpeando la ventana. Hacía mucho calor en la habitación pese al helado clima.

No había calefacción en la habitación gris, pensó Dylan, recordando el tembloroso cuerpo del niño. La falta de calefacción fue una decisión estratégica: generalmente los "invitados" que se alojaban en la sala gris debían debilitarse por el hambre y el frío.

Definitivamente no siendo mimados y alimentados adecuadamente.

La mandíbula de Dylan se tensó.

—Puedes irte ahora —dijo—. O puedes desnudarte.

Luego de una breve pausa, oyó el sonido de ropa crujiendo.

Tomó una profunda respiración, intentando relajar los hombros. No sería bueno dañar a la muchacha. Más bien podría gustarle... cuando no sentía ganas de romper algo. O alguien.

—Sobre mi escritorio —murmuró. No estaba de humor para preliminares elaborados. No hoy.

Estaba húmeda cuando embistió en ella.

Ella dejó escapar suaves gemidos mientras él la follaba, completamente vestido excepto por la cremallera baja, sus dedos aferrándole las caderas en un agarre castigador, sus dientes apretados y sus ojos enfocados en la rabiosa tormenta de nieve exterior.

Apenas sintió que se corría. Sólo fue una liberación, un escape a su sombrío humor. No lo calmó en absoluto.

—Gracias, cariño —dijo después, sacando algunos billetes de su bolsillo y colocándolos en el escritorio junto a la jadeante forma de la muchacha.

Ella sonrió aturdida, tomó el dinero y su ropa, y se apuró a salir de la habitación.

Dylan ató el condón y lo desechó en el basurero. Dejándose caer en la silla, encendió un cigarrillo y cerró los ojos.

Blyad¹. Maldita sea.

Incluso después de follar, aún podía ver las ondas doradas del muchacho y su suave boca rosa cereza. Esa boca. Era una mezcla entre la boca de un ángel y de una puta.

Quería romperla con su polla.

Lo había deseado desde el momento en que vio al chico en el restaurante por primera vez, completamente vestido para la ocasión e intentando jugar juegos adultos sin conocer las reglas.

(in)correcto ᵈʸˡᵐᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora