Capítulo 8: Tocando las nubes.

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Rápida, pero exhaustiva fue la visita al que un día fuera el hotel Biron. De por sí, el palacete del siglo XVIII y su impresionante jardín, considerado como uno de los más bellos de la capital francesa, era meritorio de visita; el disfrute de las inigualables obras escultóricas del padre de la escultura moderna tendría que ser visita obligatoria.

En silencio realizaron el recorrido, solo habían compartido sonrisas y miradas cómplices ante la majestuosa «puerta del infierno», «el pensador» y, como no, el mítico «beso».

Las palabras, los comentarios sobre lo recién visto brotaron a tropel nada más poner un pie en la rue de Varenne y sacarse una foto ante la puerta del museo, casi habían sido los últimos en abandonar el bello recinto.

La oscuridad era plena, las luces de la ciudad brillaban en su esplendor y la lluvia volvió a aparecer, Natalia sacó el paraguas del bolso.

―Te toca llevarlo, no pienso quedarme sin brazo para poder llegar a tu altura ―Sonriente comentó―, ¿quieres que cojamos el metro o damos un paseo?

―Prefiero pasear sin la menor de las dudas. ―Mike cogió el paraguas y le ofreció el brazo.

―¿Me vas a dar alguna pista de adónde vamos el sábado? ―Aceptó complacida el brazo que le ofrecía.

―No, sabes lo suficiente, es una sorpresa, eso sí, nos toca salir de madrugada.

―¿De madrugada?

―Sí, tenemos casi tres horas de carretera y tenemos que llegar bien temprano.


No la miró, pero no podía disimular una sonrisa ladina en los labios. Natalia se percató de aquella sutil sonrisa, se detuvo y plantó delante de él.

―Te estás divirtiendo, ¿verdad?

―Mucho.

―¿Me vas a hacer levantar a las cuatro de la mañana?

―No, en realidad, a esa hora tenemos que estar saliendo.

―¿Te has dado cuenta que nunca me dejas dormir?

―¿Tienes queja de nuestra noche juntos? ―Clavó sus azules pupilas en las ambarinas de ella.

―Ninguna.

―¿Te fías de mí?

―Sí...

―Pues créeme cuando te digo que valdrá la pena.

*****


Natalia se agarró con fuerza a la cintura de Mike y bajo el parpadeo de las luces salieron de la capital francesa rumbo al Valle del Loira. La ciudad dormía, ante ellos se abrió una visión completamente diferente de la avenida que horas atrás era recorrida por cientos de transeúntes. No habían dormido más de tres horas, el madrugar no había impedido que aprovecharan la tarde del viernes para conocer el barrio de Montmartre, callejear por sus empinadas callejuelas, curiosear por sus puestos callejeros; encontrarse sin saberlo frente al muro de los «ja t'aime», desconocido para ambos y donde sin ponerse de acuerdo decidieron que era mejor no sacarse una foto juntos para evitar las absurdas conclusiones de sus amigos, y terminar cenando en un pequeño restaurante cercano al Sena.

La brisa fresca los acompañó todo el trayecto, Natalia no se separó ni un solo instante de la espalda de Mike, si bien era cierto que no era la primera vez que viajaba en moto, nunca había hecho un trayecto tan largo, sin embargo, le encantaba la sensación de sentir el aire en la cara y la cercanía del cálido cuerpo de su amigo, que también disfrutaba al sentir el pecho de ella sobre su espalda.

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