El resto del verano fue un cúmulo de circunstancias que sucedieron a una velocidad vertiginosa.
En vista de no saber con certeza cuando volverían a volver a ver a sus familiares, decidieron hacer de nuevo una ruta de visita a ambas familias.
Comenzaron visitando de nuevo Córdoba.
Pero esta vez Hugo no tuvo ningún encontronazo sorpresa. Las cosas entre él y Aurora aunque habían vivido tiempos mejores, no estaban en su peor momento. Y eso a Hugo le bastaba. Porque del odio a la indiferencia hay un paso en el que el peso del pecho se aligera. El cordobés no sabía lidiar con el odio y menos con el de una persona a la que había amado. No soportaba odiar ni tampoco ser odiado. En sus hechos nunca hubo maldad intencionada, aunque aun así pagase las consecuencias de los hechos. Y no quería que una de esas consecuencias fuera Aurora. Si de todo lo que se dijeron era cierto que ya casi no quedaba nada, quería ser constante en su determinación de querer que ella fuera feliz, con o sin él. Lo había madurado durante mucho tiempo, casi tanto como sentía que había madurado él. En un mundo donde solo creía en un mundo negro o blanco había encontrado una interesante gama de grises, y de azules, como el de los ojos de la gallega, donde había decidido instalarse.
El coronavirus no les había dado muchas opciones de viaje, ni Australia, ni playas griegas ni nada por el estilo. Más bien el descampado de Córdoba en el que se veía, a lo lejos, minúscula, toda la ciudad.
Y esa era la magia. La magia de ser Eva y Hugo y Hugo y Eva. Donde no hacen falta atardeceres mágicos en playas paradisiacas ni cenas ostentosas para encontrar el verdadero lujo de encontrar la paz, la calma.
De Córdoba, de nuevo a Galicia.
Viajaban con las ventanillas del coche viejo de Hugo bajadas. Con la radio a tope mientras Eva, con los pies apoyados en la ventanilla, cantaba a voz en grito canciones en inglés y Hugo se las inventaba. Paraban en lo sitios más llamativos y los viajes de dos horas acababan convirtiéndose en travesías de casi más de cinco horas. Pero no les importaba, porque viajaban sin prisa. Con la calma que solo estar enamorado te otorga.
Pero no todo podía ser así eternamente. No podían olvidarse del sueño que les había unido siete meses atrás. La música.
La primera en estrenar single fue Eva, y ahora era el turno de Hugo.
-Te están llamando.- Dijo Eva apartando el cuerpo de Hugo con los brazos.
-Ya. Búscate otra escusa mejor porque no pienso dejar de hacerte cosquillas.- Dijo el rubio que volvió al ataque sobre el cuerpo de la morena que estaba tumbado sobre su cama intentando zafarse de las manos de Hugo.
-Lo digo en serio Hugo, te llaman.- Insistió la morena señalando la luz que provenía de la pantalla de su teléfono.
El chico giró la cabeza y comprobó que Eva tenía razón y que alguien osaba perturbar su calma. Se levantó de la cama de un salto y cogió el teléfono antes de que dejase de sonar.
-¿Si?- Preguntó al ver que no se trataba de ningún número conocido.
-¿Hugo Cobo?- Preguntó una voz que a Hugo le resultó familiar.
-Sí, ¿Quién es?- Preguntó mientras veía que su novia al otro lado le hacía señas para que pusiera el altavoz y poder enterarse también de la conversación.
-Soy Tony. Tony Aguilar, el de los cuarenta.-
A Hugo se le abrieron los ojos como platos mientras Eva gesticulaba con la boca un claro "¿Qué?" mientras acercaba su oreja al teléfono de su novio.
-Te llamo porque me gustaría invitarte al coca-cola music festival de este año, ya sabes que con todo este tema de la pandemia, multitudinario a nivel presencial... no va a ser, pero te aseguro que es una fiesta sin precedentes.- Explicó el presentador.