El día que Hugo creía que viviría su última noche allí, estuvo cargado de malentendidos.
No puede decirse que el día empezara realmente mal para ambos.
A primera hora de la mañana, cuando los parpados aún pesan y las conciencias todavía no, Hugo y Eva se cruzaron en el pasillo de la academia. Ella se acababa de despertar y él, casi no había podido ni siquiera llegar a dormirse.
-Buenos días.- Murmuró él con la ropa en la mano preparado para ducharse.
Ella no respondió, emitió un leve gruñido y observó como el chico se acercaba a ella para pasar por su lado. La gallega estiró los brazos y le invitó a que se recogiera entre ellos. Fue un abrazo corto que duró unos escasos dos segundos ya que rápidamente Hugo se escabulló de sus brazos.
Ambos se habían pasado la noche contemplando la posibilidad de que esa podría ser la última noche que pasaran bajo el mismo techo. Y aunque no compartían cama, ni confesiones, ni besos, sabían que se echarían terriblemente de menos. Y era ridículo echar de menos lo que no se tiene, por eso echaban de menos lo que alguna vez tuvieron.
Pero Eva no iba a rendirse tan fácilmente ese martes. Por eso, lo intentó de nuevo colándose en la sala de interpretación donde Hugo tocaba la guitarra.
¿Y qué es lo que recibió? Aquella maldita canción que comenzaba a causarle pesadillas. Eva sabía que habían hecho las cosas mal, los dos las habían hecho, pero no entendía ese afán por mortificarse una y otra y otra vez con una historia que ambos decidieron dejar en el pasado. Era como si cada vez que la herida intentara cerrarse, Hugo decidiera meter el dedo en ella y hurgar en lo más profundo. Ya no solo tenía que lidiar con la frialdad que desprendía el chico cada vez que ella estaba a su alrededor sino que encima le había puesto letra a su desidia y la había convertido en canción.
Y eso, hizo que Eva apartara los remos y dejara de remar a ninguna dirección. Porque eso era lo que creía que hacía, remar a ninguna dirección. Y es que cada vez que sentía que encauzaba de nuevo el rumbo de su relación, Hugo parecía soplar con fuerza y desviar todos los sentidos.
Era inútil tratar de ser su amiga.
No fue hasta esa tarde que Hugo se dio cuenta de lo imbécil que había sido con ella.
Recordó exactamente el momento en el que prometió que nunca la haría daño. Y ahí estaba, siendo un autentico gilipollas con ella. Y es que no podía ser su amigo, y no entendía que ella sí pudiera serlo. Sabía que en el pasado habían tenido la mayor complicidad con la que Hugo jamás soñó tener con nadie. Y sabía también que se lo debía. Pero simplemente no podía. No podía ser lo que ella quería que fuera en ese momento. No podía volver a la complicidad del principio con ella ni dejar que se recostara en sus piernas a la hora de la siesta, ni tampoco que le abrazara cuando las cosas le iban bien, no podía soportar todo ello y encima tragarse las ganas por besar sus labios. Simplemente no podía.
Pero si solo iba a quedarles un solo día más juntos en la academia, entonces se tragaría su orgullo, lo haría por ella.
Puso un plato para ella de comida mientras ella estaba aún en plató. Sabía que eso no iba a arreglar las cosas y menos su comportamiento de mierda, pero al menos debía intentarlo.
Cuando la chica subió de plató, él simplemente la acompañó en la cena.
Hugo no era muy bueno con las palabras. De hecho, todo lo que no decía, lo cantaba. Esa era su forma de confesar.
Aunque a Eva, no le gustaran ninguna de sus composiciones. Y tenía toda la razón del mundo.
Aunque tuvo oportunidades, muchas, Hugo no se acercó a ella ni una sola vez.