Ha llegado el momento de la gala 0.
Jamás creí verme en un escenario tan grande como ese. Mentiría si dijera que no he soñado alguna vez con conseguirlo, por supuesto que sí. Pero nunca he sido de los que se retroalimentan de los sueños.
Pero ahí estoy, a mis 20 años cumpliendo uno de ellos.
Si hace dos meses, al Hugo desanimado y desesperanzado le hubieran contado todo lo que le estaba por suceder, se hubiera vuelto un escéptico.
No sé cuantos de mis compañeros han cantado ya.
Se oyen gritos. La gente aplaude, alaba, anima.
Si voy a hacer una mierda de actuación por lo menos ofreceré un buen show.
Oigo mi nombre. Mi turno.
De repente me asaltan dudas de si tal vez no haya hecho una buena elección de canción para la gala.
Cierro los ojos y recuerdo la cara de Aurora al escucharme cantarla por primera vez. La emoción en cada estribillo y el disfrute compartido de cada palabra rasgada que sale de mi garganta. Como dos chiquillos a los que no les importa nada. Creo recordar que fue en ese momento en el que se convirtió en mi mayor fan.
Por eso la elegí. Porque eso mismo espero de las miles de personas que me estarán viendo esa noche.
Es la hora. Agarro el micro con fuerza y doy un par de pasos torpes al frente.
-Que sea lo que tenga que ser.- Me digo a mí mismo antes de ver la cara del técnico de sonido que asiente dándome paso.
Entro con seguridad. La inmensidad del escenario no es capaz de intimidarme del todo y siento en la presencia de la gente la fuerza suficiente para arrancarme a cantar.
De todos modos, tal vez esa fuera la única oportunidad que tenía de desplegar mis dotes artísticas sobre un escenario.
Casi dos minutos de puro desgarramiento de voz. Dos minutos de auténtico disfrute.
Cuando escucho los últimos acordes de la canción, la vibración final de la guitarra que suena en directo y el golpe final a la batería, siento una liberación inmensa de saber que he ofrecido todo lo que tengo.
Y no sé si he cantado para mí, para el jurado, para las las miradas relamidas del público, para Aurora o para todos los que me dijeron que jamás lograría cantar en un escenario como ese.
Siento que un arranque de aplausos se abre eco entre el gentío y mis compañeros se ponen en pie uniéndose a la causa.
Y yo aplaudo también.
"Has de ser agradecido ante todo Hugo" Decía mi madre.
Cruzo la pasarela y escucho las voces de la gente gritando mi nombre y alabando lo que acabo de hacer sobre el escenario. Parece ser que a primera vista ha gustado lo que he hecho.
Me siento tan liberado después de esto. Ya nada depende de mí. He dejado en manos del jurado mi futuro. Y eso, me abruma. No me gusta que las cosas que me conciernen no dependan exclusivamente de mí. No creo en la suerte ni el azar. En la tómbola de la fortuna muchas veces creo que se olvidaron de meter mi nombre.
Esa sensación de estar haciendo algo único que es muy probable que no se vuelva a repetir es lo que me hace poder disfrutar de la gala. Veo como mis compañeros se van sentando poco a poco en el sofá y el espacio se va reduciendo aún más.
Tres filas extensas de sueños compartidos que se tambalean, de piernas inquietas y de sonrisas forzadas.
Nadie se quiere ir.