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“Mía... Eres sólo mía”. •
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Cuando llegamos a la habitación Tom se sentó en la cama viendo fijamente su mano derecha. Salí de la habitación y pedí en recepción alcohol, vendas, algodón y una compresa.
Entré al cuarto y me acerqué a Tom quien seguía viendo su mano la cual temblaba, levanté su rostro y nuestros ojos se conectaron.
—Te voy a curar las heridas ¿vale? –agarre la compresa y se la dí. —Pontela en el ojo
Le habían alcanzado a golpear un ojo y lo tenía un poco rojo, me hizo caso y yo saqué el algodón llenandolo de alcohol.
—Dame tu mano
Cuando me dio la mano le limpie la sangre seca de los nudillos, luego la vendé y repetí lo mismo con la izquierda. Luego acerqué su rostro a mi y él bajó la compresa revelando su ojo aun un poco rojo. —Esos hijos de puta –dije.
—Al tal Lucas ese le va a costar muchísimo más recuperarse que a mi, créeme, princesita –sonreí de lado.
—Gracias de nuevo, Tom
—No es nada, bonita
Bonita...
Limpié las heridas de su rostro y luego se puso la compresa, me senté a su lado y puse mi cabeza en su hombro.
Pregúntale por el olor a perfume de mujer...
No pierdes nada...
—Iré a cambiarme –Tom me miró burlón y alzó una ceja.
—¿En serio te vas a cambiar en el cuarto?
Rode los ojos y me crucé de brazos, me levanté y agarré mi pijama caminando hasta el baño. Cerré la puerta detrás de mi y solté todo el aire contenido en mis pulmones, miré hacia arriba y negué.
