III

651 96 84
                                    


La inmensa mansión era más de lo que Bucky podría soñar años atrás cuando vivía en las calles de Siberia como un don nadie. Y definitivamente era mejor de lo que se imaginaba cuando por necesidad se prestó a la Viuda Negra sabiendo muy bien cuáles eran las condiciones.

Y si bien con Tony jamás pasaría hambre o frío de nuevo, tener un dueño fijo también haría de su rutina de trabajo algo más tranquilo, ya que era bueno obedeciendo. O eso pensó.

—Quítate toda la ropa —le dijo Zemo. Y Bucky quedó hecho piedra en su lugar.

Tomó la estúpida decisión de envolverse casi involuntariamente con la manta, aunque su espalda sangrara por los cortes de las copas del bar. Había trozos pequeños todavía incrustados. Pero la orden le descolocó un poco y ni siquiera pudo moverse.

Zemo se acercó, quitó la manta y cortó su camisa con tijeras para descartarla. Bucky pensó que era de esos insensibles al que le gustaba el sexo y la sangre, y se tensó muchísimo al verlo invadir su espacio y mirarlo a los ojos de ese modo. ¿Realmente está sería su bienvenida? Ni siquiera se había preparado psicológicamente para ser vendido está mañana.

—Métete a la ducha, iré por pinzas y aguja, hay que suturar algunas heridas —dijo el barón, indicando dónde estaba el baño, y Bucky pudo respirar otra vez.

Luego, Barnes tuvo que recostarse en una camilla de masajes y esperar que cerrara algunas de su heridas más grandes. Él estaba cubierto solo por una toalla y el silencio era incómodo, pero tampoco tenía ánimos de hablar.

—He tenido bajo mi tutela todo tipo de hombres y mujeres, pero debo decir que la primera impresión que me diste fue muy lejana a la imagen de Thor siendo arrojado a tres metros gracias a tus propias manos.

Zemo vio como estrujaba las sábanas con sus manos, nervioso. Siempre fue un adiestrador experto que lograba saber qué tipo de chico tenía enfrente para trazar un plan de acción, pero James lo había dejado estupefacto: él no era el típico chico difícil con el que alguna vez trató.

De cualquier modo, Bucky no respondió, porque realmente no había nada qué responder. Sólo recibió un gruñido de parte de Zemo, y el tratamiento sobre sus heridas se volvió más brusco.

—Todos los esclavos tienen una historia —dijo el castaño aún nervioso por el problema innecesario en que le había metido con los Odinson—. Nunca me topé con un soldado desamparado que simplemente se haya levantado un día pensando "hey, creo que quiero ser una puta", así que... ¿de qué estás escapando? Nadie con esa disciplina termina en un lugar así porque sí.

Bucky dudó un poco, e iba a contestar pero debió tardarse demasiado, porque recibió un trato rudo en sus heridas. Gruñó e intentó levantarse de allí, pero entonces Zemo apretó su cara contra la camilla sorpresivamente, (y de un modo violento que de verdad no esperaba), colocándole un pequeño disco en su cuello.

Con el picor que causó el pequeño artefacto que se adhirió a su piel, Barnes quedó quieto y apretujado en la camilla, pensando que de haberse movido quizá resultaría dañado.

—¿Qué me hiciste? ¿Qué fue eso? —dijo, desesperado mientras respiraba ansioso.

—Cuando yo pregunto, tú contestas —le murmuró a su oído, soltándolo—. ¿De qué o quién estás escapando?

—De nadie —contestó, más por inercia de lo que hubiera pensado.

Los ojos de Zemo se fueron asomando poco a poco a su vista mientras se agachó a verlo en la camilla. Él todavía respiraba agitado.

—Tú no puedes mentirme, James —le dijo, inclinando la cabeza solo un poco como para que Bucky quisiera bajarse de la camilla y correr.

Luego de unos cuantos segundos aburriéndose de mirar los ojos de pánico y rebeldía de James, Zemo río y sacó de su bolsillo un pequeño control.

𝘿𝙪𝙡𝙘𝙚 𝘼𝙫𝙚𝙧𝙣𝙤 » 𝘽𝙖𝙧𝙤𝙣𝙒𝙞𝙣𝙩𝙚𝙧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora