XI

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Así que allí iban. Juntos, en la parte de atrás del auto, esperando el último trayecto del viaje hacia el centro de Sokovia. Eran alrededor de las nueve de la mañana, había neblina y el clima era frío.

Zemo sacó guantes antes de subir al auto y abrigó a James con una gabardina gris que lo hacía lucir sofisticado, aún más con el pelo en un pequeño moño que  hizo con su cabello y quedó en su nuca.

Ahora admiraba su dedo de metal decorado con el brillante anillo dorado. Lucía realmente ansioso por ello, y Zemo se lo quitó para colocar la sortija en un collar.

—¿Mejor? —dijo Helmut cuando la alianza estaba colgando a la altura de sus clavículas, visible sobre la sobria corbata negra.

—Sí —murmuró James.

—Mantén la calma —murmuró Zemo. Sabía cuán acomplejado se sentía por su brazo biónico y se cubrió sus manos con guantes.

—¿Crees que me veo bien? Ordinario quiero decir —dijo el chico.

Los ojos de Zemo parecían perdidos mirándolo, pero su sonrisa se ensanchó rápidamente. Se puso los anteojos oscuros e intentó parecer calmado.

—Tan ordinario como un chico de ojos azules vestido así puede serlo —rio. Ok. Llamaría la atención, entonces.

—No me dejes solo con tu familia —pidió con esmero.

—Dios, James, no —se quejó con risas—. Mi familia estará tan sorprendida porque dejé de ser un bicho raro que no dejará de molestarte. Será una jungla para mí también. Pero eres buena compañía, y creo que no debemos despegarnos si queremos sobrevivir.

El nombrado lo miró por un momento, dedicándole una pequeña sonrisa.

—Gracias, Zemo... ¿o Helmut? —preguntó confuso—. ¿Cómo debo llamarte ahora?

—Como gustes —murmuró el otro, al salir del auto—, mientras sigas tu papel frente a mi padre. Él no puede enterarse de que eres un esclavo —advirtió.

James se sintió avergonzado de algún modo, pero asintió. Zemo le ofreció su mano cuando debió bajarse del auto.

El soldado notó el cuidadoso modo en que Zemo acomodó sus guantes para que su mano metálica no se viera, algo que agradecía porque no quería llamar la atención de ese modo. Pero no contento con eso, Zemo hizo que envolviera su brazo izquierdo con él para que caminar juntos.

La vista de una gran mansión victoriana golpeó de lleno sus ojos cuando bajó. Era gigantesca, y totalmente hermosa, pero también algunas partes se veían modernas, como si hubieran reedificado ciertas zonas. Podría jurar que había cerca de veinte o treinta habitaciones. Las luces cálidas que adornaban el interior y el patio hacían que la niebla se viera bonita, incluso en aquel día tan gris.

—Aquellos, son mis hermanos —dijo él señalando discretamente a dos hombres de barba, uno de cabello largo y otro más bajo con el cabello corto—. El mayor, de cabellera, mi único hermano de sangre: Jared. El otro... bueno, mi hermanastro Paul, adoptado en el segundo matrimonio de mi padre. Un verdadero estúpido —finalizó, lo dijo con cansancio.

Más aún porque ambos vieron a Paul acercándose con una sonrisa.

—¡Helmut, no puedo creer que estés aquí, hermano!

Estaban lejos así que el grito de Paul, alarmó a todos en la fiesta.

Dios. Zemo lucía cansado de solo verlo. Apenas recordaba lo insoportable que era, pero al escuchar su voz, las anécdotas ridículas junto a Paul empezaban a caer una a una.

𝘿𝙪𝙡𝙘𝙚 𝘼𝙫𝙚𝙧𝙣𝙤 » 𝘽𝙖𝙧𝙤𝙣𝙒𝙞𝙣𝙩𝙚𝙧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora