IX

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Zemo hojeó las páginas de ambos archivos y se quedó pensando.

El expediente del Soldado del Invierno no se parecía en nada al expediente que Tony le mostró en el Lux. El primero era en definitiva más oscuro.

Ya habían llegado de madrugada de la ciudad y con las horas que pasó comprobando y leyendo todo ahora ya estaba amaneciendo. Y aunque estaba inicialmente cansado, dormir no era una opción luego de saber que todo lo poco que Barnes le dijo era real. Pero claro, había cosas que ni por asomo James intentó contarle.

—Maldita sea —masculló.

Su esclavo no podría contarle nada de eso porque aparentemente si perdió la memoria. A la fuerza y muchas veces como para no tener secuelas.

No sabía si sentirse horrorizado o no. Realmente su esclavo mató a Kennedy, sin importar si eso ocurrió hace décadas y no parecía tener sentido.

—Mierda, ¡mierda! —se lamentó, mientras ponía la cabeza sobre el escritorio, intentando entender todo lo que acababa de enterarse.

Oeznik se acercó a su despacho y miró a Zemo todavía allí sin haberse quitado siquiera la ropa del día anterior.

—¡Sr. Zemo! —dijo el mayordomo, corriendo hacia él que estaba recostado en todo el desastre de papeles que dejó.

—Estoy bien, estoy bien... —murmuró, levantando su cabeza del escritorio lentamente y apaciguando con la palma abierta a su empleado.

—Pensé que estaba en su cuarto, señor —murmuró el viejo, dándole unas palmaditas en la espalda—. ¿Fue tan malo lo que encontró?

Zemo suspiró.

—Experimentaron con él tanto que lo criogenizaban y aplicaban mejoras todo el tiempo. Tiene más de 100 malditos años y su lista de asesinatos es de al menos treinta personas —dijo Zemo, masajeando su pecho para intentar que la presión baje.

Por un momento creyó ser el hombre más joven en morir de un infarto de toda su familia.

—Eso esta mal —dijo el pobre hombre, horrorizado—. James es muy dulce.

—Muchas personas lo describirían como el mismo demonio si llegaran a verlo —gruñó Zemo—. ¿Crees que eso es dulce?

Oeznik permaneció callado mientras venía a Helmut paseándose por el cuatro, mientras quitaba sus zapatos y abrigo, arrojándolos por ahí.

—Tomaré una ducha, necesito pensar —masculló.

El anciano asintió, el barón salió de allí entre preocupado y furioso, él echó un vistazo a los expedientes notando claramente las diferencias en las fechas de nacimientos y otras cosas. Luego comenzó a recojer las prendas del hombre de la casa, pensando brevemente en todo lo que el pobre joven pasó antes de caer allí. Definitivamente Helmut estaba lamentando salir de su retiro para esto, podía sentirlo.

Luego de un rato, alrededor de las 8 a.m. el barón estaba sentado en un gran sofá de dos cuerpos mirando a James con ojos expectantes.

James estaba de rodillas esperando, cada mañana hacían eso. A veces el juego comenzaba temprano, otras veces Zemo le decía que ese retire y él así lo hacía. Cada mañana de presentaba y nunca Zemo lo miró por tanto tiempo sin decirle nada como hoy. Se sentía descolocado. Su amo, a diferencia de otros nunca le había prohibido el contacto visual y James casi siempre había disfrutado mirarlo a los ojos, pero... ¿hoy? Hoy parecía como un día de látigos sin motivo.

—James... ¿tienes hambre?

Barnes pensó un poco en su respuesta. Si decía no, sería un poco mentiroso. Si decía sí, probablemente estaría firmando su sentencia y trabajaría por comida hoy. La mirada dura de Helmut parecía indicar ese itinerario hoy.

𝘿𝙪𝙡𝙘𝙚 𝘼𝙫𝙚𝙧𝙣𝙤 » 𝘽𝙖𝙧𝙤𝙣𝙒𝙞𝙣𝙩𝙚𝙧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora