XVIII

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John le sonrió a Lemar. Estaban orgullosos uno del otro, no podían evitar verse con esos ojos, estaban contentos. Ganarían una buena apuesta con los Zemo, algo que John quiso hacer cada cacería pero siempre perdía por andar con Paulie. Aunque, siendo sinceros, era el único que lo aceptaba sin ser tan odioso con él. Jared era muy frío, pero tampoco lo culpaba.

—¿Uno? —dijo Lemar, tomando el ciervo enorme sin piel ni entrañas que habían cazado, ya que lo habían limpiado en el bosque antes de subirlo a la camioneta.

—¡Dos! —dijo John, sonriendo enorme.

—¡Tres! —mascullaron ambos, y con esfuerzo lograron levantar al animal sobre ellos para llevarlo hacia adentro. Sus abrigos estaban algo sucios, pero ellos estaban felices.

Heinrich, que estacionó en el garaje, palmeó la espalda su su yerno mientras cargaba el animal y se metieron adentro por la puerta que daba a la cocina. Sharon reía diciéndole a John que tenía grandes posiblidades de ganarle a sus hermanos, mientras llevaba consigo un pequeño gancho con cinco liebres que ella misma limpió. Su padre, elogió de nuevo a Lemar, como un gran muchacho, muy bueno con el rifle y dejó en la mesada un zorro.

La cacería fue buena y con suerte cenarían un manjar esa noche.

Sabían que el otro grupo ya llegó porque la camioneta estaba afuera, pero la casa estaba bastante, bastante silenciosa. Lemar y John chocaron puños al revisar la despensa y no encontrar otros animales. Sharon rio:

—A juzgar por las tazas en el desastre que hay en el fregadero, estos tontos no cazaron otra cosa que un resfriado —dijo ella, mirando dos teteras de porcelana vacías pero manchadas de chocolate.

—¡Y yo gané, amor! —rio John, cerrado el refrigerador, satisfecho.

—Te traje suerte —respondió Lemar, como pidiéndole que no se le suban los humos por el ciervo que él mató.

—Lo sé, cariño, ¡ganamos! Espere por esto casi siete años, mi pequeño amuleto —rio, dándole un beso en la cabeza y un manotazo en la espalda, totalmente eufórico—. ¿Quieres algo caliente, Lemar?

—Algo dulce estará bien —respondió el otro, quitándose los guantes y abrigos—. ¿Te ayudo?

John asintió mientras buscaba los ingredientes para armar algo de chocolate. Tenía una estúpida sonrisa en la cara, de la que Sharon se burló mientras ayudaba a su padre a refrigerar las presas. No había servidumbre en la cocina, lo cual era algo extraño, pero John se las arregló y preparó chocolate con malvadiscos, junto con su mejor amigo.

Heinrich y Sharon conversaban animadamente, mientras tanto, el chocolate se calentaba y John y Lemar trabajaron en dividir el ciervo en partes para refrigerarlo. Cuando la cocina estuvo limpia y el chocolate listo, los cuatro se sirvieron un poco y comenzaron a dispersarse por la casa.

—Iré a ver a mis hijos —comentó el hombre, luego de un rato—. Espero que Paulie y Helmut no hayan estado jugando con sus rifles más de la cuenta.

Sharon rio y lo acompañó, con una taza de chocolate en mano. Subieron las escaleras y quedaron mirando el caos del segundo piso cuando vieron a todos su empleados yendo y viniendo de la habitación de Helmut y Paul.

—¿Qué sucedió? —preguntó Sharon, al ver a Jared en las escaleras, mirando el pasillo. No hubo respuesta. Cuando se acercaron un poco más, y notaron que estaba llorando, empezaron a preocuparse—. ¡Hey, Jared, ¿qué pasó?!

𝘿𝙪𝙡𝙘𝙚 𝘼𝙫𝙚𝙧𝙣𝙤 » 𝘽𝙖𝙧𝙤𝙣𝙒𝙞𝙣𝙩𝙚𝙧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora