28 | Comenzando como debería

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[Jenna en multimedia]

Melissa POV

Yo quedé pasmada. Literalmente, no reaccionaba. Ante cosas tan grandes, tan impactantes como esas, mi rostro no mostraba expresión o reacción alguna. Toda la historia de Raymond tenía que ser mentira. Mi padre me hubiera dicho toda la verdad... ¿cierto? O eso fue lo que pensé en ese momento. Decidí no creerle. O quizá él decía la verdad, pero no quería aceptarlo. Me reí, tratando de hacerme creer que todo era una broma de mal gusto.

- ¿Qué tiene de gracioso todo esto? - preguntó él frunciendo el ceño.

- No juegues con ese tema.

- ¿Qué? ¿Tengo cara de estar jugando o riéndome siquiera? - levantó una ceja, mirándome con desprecio.

- No hables de mi madre. Y no inventes cosas. Eso menos.

- Melissa. Te das cuenta de que lo que dices no tiene sentido, ¿verdad? ¡Rose escribió esa carta! ¡Rose Greenwood, tu madre, Melissa! - me gritó - ¿Por qué inventaría una historia así?

- Tengo que irme - me levanté de golpe.

- No, Melissa. No te vayas - me agarró del brazo - ¿Podemos hablar de todo esto? Creo que ésta no es la mejor forma de que lo digieras.

- Tú no eres mi hermano. El idiota de Phillip no es mi padre. Y Jenna no es parte de mi familia. De ninguna manera - dije y él se veía triste, como si lo hubiera hecho sentir mal con lo que le acababa de decir. Pero era cierto, no podía ser que todo cambiara de un día para el otro. Apenas conocía a Phillip. Sabía que estaba medio... mal de la cabeza, pero eso era todo. ¿Un padre no querer a su propia hija? Eso me parecía más bien... cruel. Volví a la mesa donde estaban todos. Nos miraban como si Raymond me hubiera hecho una confesión de amor o algo así.

- ¿Qué ocurre, Mel? - preguntó William con cara de preocupación.

- Chica, estás pálida - dijo Edward enarcando las cejas.

- ¿Te sientes bien? - preguntó Isaac.

Yo lo miré por un rato con desprecio y luego me volví hacia Collins.

- Vamos.

- ¿Qué? Pero todavía no terminé mi capuccino - se quejó ella.

- Vamos, Collins... - puse mi mano en su hombro - por favor - decía mientras Raymond volvía a la mesa.

- ¿Qué ocurre? - preguntó, mostrando en su voz que sabía que algo me pasaba mientras yo miraba a Raymond.

- Quiero irme a casa.

- Está bien, - dijo mirando a los demás, pero con cara de extrañada - adiós, chicos - fuimos hacia la puerta junto con Jessica y al salir me preguntó - Melissa, ¿qué ocurre?

Antes de responder, decidí correr. Salir corriendo hasta casa. Las lágrimas corrían por mi cara sin importar qué; nada valía la pena en ese momento. ¿Vieron ese momento cuando haces algo sin pensar? ¿Cuándo no piensas en nada, estás concentrada en un solo objetivo? En ese momento, el mío era llegar a casa y llorar. Llorar y llorar. Mi vida no era ni había sido nada fácil. Tenía dinero, sí. Pero algo completamente cierto era que el dinero no compra la felicidad. Si tuvieras una pelea con alguien a quien de verdad le importas, entonces no puedes darle un fajo de dinero para que todo esté bien de vuelta. ¡No! Eso era lo más desalmado del mundo. Me preguntaba si alguien de verdad había hecho eso alguna vez. Y estaba segura de que alguien en este mundo, sí había pensado en hacer eso. Mientras más lo pensaba, (o trataba de hacerlo en ese momento, porque mil cosas pasaban por mi cabeza) más cierto se hacía el asunto. Puedes tener dinero. Fajadas, fajadas de billetes, pero, casi una ley de vida era que si tienes dinero, no eres completamente feliz. Pensándolo bien, un niño humilde sería más feliz que una familia poderosamente rica. Alguien quien no pude entender los conceptos de qué es tener dinero porque no tuvo la posibilidad de tenerlo nunca, entonces no sería capaz de ver la vida de esa forma. Y así se es feliz. Porque cuando uno más codicioso es, más infeliz se vuelve. Mi padre y yo no éramos muy unidos del todo. Él era un pan de Dios. Me trataba como la niña de sus ojos, pero había un pequeñísimo problema: no sabía como expresar sus sentimientos hacia mí. También, él sentía algo de pena por mí, y yo sabía eso. Por mamá, por no tener contacto alguno con ninguno de los miembros de mi familia, por estar todo el día trabajando. Entonces decidió decirme que me quería con la forma de la que él mejor sabía: dándome dinero para que gastase en lo que yo quisiera. Esa era nuestra principal (y usual) forma de comunicación. Su única manera de demostrar su cariño hacia mí. Al principio me parecía algo simpático que hiciera eso, pero ya al crecer me había dado cuenta de lo estúpido que era eso. Pero no lo culpaba. Oh, no señor. Él tenía todas sus buenas intenciones de hacerme feliz y de poder convivir como tenía que ser. Lástima que esa no era la forma de la que tenía que ser.

Midnight Train to LondonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora