Capítulo Dos

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Up with your turret, Aren't we just terrified? Shale, screen your worry from what you won't ever find. Don't let it fool you (Roslyn - Bon Iver, St. Vincent)

Cerré los ojos con fuerza intentando hacer desaparecer aquellos recuerdos que invadían mi mente. Sentía la falta de aire y la desesperación con la que temblaba todo mi cuerpo. No podía soportarlo más. La simple idea de que volviera a poner sus manos sobre mí me hacía querer vomitar. Quería salir de esa casa, huir. Ni siquiera sabía qué me lo impedía. Quizás era la falta de confianza en mí misma. Las lágrimas ya empapaban mi rostro. Era imposible ver algo en la oscuridad de mi habitación. Crucé los brazos sobre mi pecho, abrazándome a mí misma y horas después, conseguí caer dormida.

Al día siguiente volví a preparar de nuevo el desayuno de mi padre antes incluso de que él se despertara.

Salí lo más rápido posible de esa casa que me daba dolor de cabeza y caminé de nuevo hasta el parque del día anterior.

La parte racional de mi cerebro quería que él no estuviera ahí, solo para poder dejar de estar en alerta. La parte sentimental, tenía la esperanza de que si estuviera.

Y así fue.

Cuando llegué al banco en el que habíamos estado sentados el día anterior, Ian se encontraba ahí.

Con una de sus piernas sobre la otra y mirando algo en su móvil.

Me acerqué a él algo tímida, cautelosa.

—Hola, Ian.

—Hera. Te estaba esperando. —El chico sonrió como el día anterior. Hacía que se viera tan fácil...

—¿Enserio? No esperaba verte aquí. Realmente, lo de ayer...

—Cada palabra que dices me convence más de que necesito saber quién eres en realidad.

—Bien. —dije a la vez que me sentaba a su lado en el banco, observándolo.

—¿No te parece extraño? —Preguntó, frunciendo el ceño.

—¿Qué, exactamente? —Muchas cosas me parecían extrañas. Él me parecía extraño. Incluso yo era extraña.

—Todo.

—Ah, muy conciso de tu parte. Supongo que la vida en sí es extraña. Vivimos en una roca gigante.

Él rio y yo sonreí levemente. Me era imposible mantener mi posición de desconfianza a su lado.

—Eres graciosa, ¿sabes?

—No lo soy.

—Llevas calcetines de pingüinos —dijo señalando mis pies— lo eres.

—Los pingüinos no son graciosos, son adorables.

—Tienes razón.

—Es mi animal favorito.

No sabía porqué hablaba con él. Se suponía que la lógica de ir a ese parque era evadirme un poco, y a su lado solo podía actuar con precaución.

—¿Los pingüinos? Aburridos.

—¿Te parece aburrido que el macho lleve los huevos entre las patas para incubarlos? A mí me parece adorable.

El estalló en risa. Y yo no entendí por qué se reía.

—¡Oye, es adorable! No entiendo por qué te ríes.

—Es obvio, Hera. —Dijo aún entre risas.

—Pues no lo entiendo. —admití, mirándolo con una ceja arqueada.

RecuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora