Capítulo Quince

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She takes me away to that special place. And if I stare too long, I'd probably break down and cry (Sweet Child O' Mine - Guns N' Roses)

— Son las diez de la mañana, no va a venir nadie.

—¿Y yo estoy pintada o qué?

—Tú eres nuestra mejor cliente. Siempre vienes.

—No importa Ian, no haremos una guerra de helado ahora.

—A Amelia le gustaría.

—Sí. —La pequeña dijo con voz infantil, asomando la cabeza sobre el mostrador.

—Eres una mala influencia para esta pobre niña.

—La mala influencia eres tú, que le pegarás lo aburrida.

—Yo no soy aburrida. Miro por mi salud, y si llega a venir Robert y ve todo esto lleno de helado malgastado nos mataría a los tres.

—Pues que no me hubiera dejado a cargo de esto. Podría estar durmiendo ahora mismo.

Robert había ido temprano con su madre a buscar un traje para la boda y habían dejado a Ian a cargo de la heladería y de su hermana.

Me entretuve terminando todo mi helado de chocolate y justo cuando me quedaba una última cucharada sentí algo frío en mi mejilla y acto seguido escuché unas risitas tras el mostrador.

Miré a mis atacantes con el ceño fruncido y me limpié el helado de la mejilla con un dedo.

—¿Pistacho? Encima tenéis mal gusto.

Ellos seguían riéndose con ganas. Puse los ojos en blanco.

Y me dolió tener que gastar mi última cucharada de helado en decorar la bonita cara de Ian, lo que provocó quejidos de su parte y que Amelia explotara en risas.

Esa niña tan adorable disfrutaba con la desgracia ajena.

Ella estaba sentada sobre el mostrador, señalando a Ian con el dedo índice y retorciéndose de la risa.

Aproveché que la tenía cerca para hacerle cosquillas hasta que me suplicó que parara.

Después, me acerqué a Ian para limpiarle la cara con una servilleta que tenía el logo de la heladería impreso.

Él me colocó un mechón de pelo rebelde tras la oreja y me sonrió.

—¿Sois novios? —Preguntó la niña con una sonrisa llena de entusiasmo.

—No. Ian y yo somos amigos. —le dije pellizcando una de sus mejillas regordetas con cariño.

Acto seguido sentí la respiración de Ian en mi oído, haciendo que se me erizara la piel.

—Los amigos no se besan. —Susurró.

—Tú me besaste. —Susurré esta vez yo.

—Pero no te apartaste.

—En realidad, sí que lo hice. —Dije, recordando el momento de minutos atrás.

Ian puso los ojos en blanco divertido.

—¿Un chiste? —Dijo, todo ilusionado.

—De nuevo no, por Dios. —Dijo Amelia con un tono cansado que me hizo reír, señalando a Ian.

—Hasta a la pequeña le parecen horribles tus chistes. —Dije entre risas.

— Ja, ja. Muy graciosas. Lo contaré de todas formas.

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