Capítulo Cinco

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Walk in the room watching you smoke I'm such a fool, take off your coat (Michelle - Sir Chloe)

De alguna forma, saber qué le importaba a alguien me hacía sentir bien.

Dejé el café delante de mi padre, que ese día estaba de peor humor que normalmente, si era posible.

Y sabía la razón. Había llegado tarde. Y me había visto sonreír.

Y nunca me había atrevido a hacerlo ante él. Me limitaba a hacerlo solo en mi dormitorio, cuando leía algo y aparecía ese cosquilleo en la palma de las manos o cuando tropezaba con mis propios pies al salir corriendo. Y, aun así, después me sentía culpable por hacerlo.

—Te ves aún peor sonriendo.

Mentira, solo dice mentiras.

—No me importa.

Por eso, acabé de nuevo en Sun Park con el cuerpo dolorido por sus golpes.

Me encontraba en el mismo banco que los días anteriores, con una sudadera en pleno julio.

Jugaba con mis dedos intentando pensar en cualquier cosa que no fuera volver a casa.

Porque era un infierno.

Estaba harta. Harta de todo.

—¿Puedo sentarme?

Ya conocía esa voz. Metí mis manos en el bolsillo de la sudadera nada más escucharlo.

—Claro.

Él se sentó junto a mí en el banco.

—Hace mucho calor ¿cómo puedes ir con eso?

—Yo siempre tengo frío.

—Mientes de nuevo.

No pude hacer nada. ¿Cómo podía darse cuenta tan rápido? No era mala mintiendo, era él. Ian era algo así como un detector de mentiras.

Igual era porque mis ojos gritaban lo contrario. Y él se fijaba mucho en eso, los ojos. Lo había notado.

Sin apartar el contacto visual buscó mi mano con la suya. Y en solo unos segundos, consiguió que sacara la mano del bolsillo y sostuvo cuidadosamente mi brazo con una de sus manos.

—¿Puedo? —preguntó.

Yo asentí. Entonces él subió la manga de mi sudadera hasta el codo y todo quedó a la vista.

Y lo peor fue que él no encontró lo que creía que encontraría.

Porque en mis brazos no había cortes, como él había pensado, sino hematomas. Mi brazo entero estaba lleno de ellos, tanto que parecía que mi piel fuese morada.

Si a eso le sumabas las heridas en las manos, mi piel daba miedo.

—¿Quién te ha hecho esto, Hera?

Su voz se cortó un poco y tenía el ceño fruncido.

—Yo.

—¿Aún no has asumido que no puedes mentirme? Vamos, solo quiero ayudarte.

Acarició mi piel con las yemas de sus dedos.

Dudé en decírselo o no. Pero llevaba años guardándomelo dentro, alejándome de la gente por miedo a que descubrieran que en realidad no era solo la chica callada de clase que no hablaba con nadie. Porque yo siempre había sabido que el problema no era yo, pero él era mi padre, mi única familia y de una forma u otra, lo quería. Aunque me hiciera daño.

RecuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora