II

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Bajo el calor veraniego paseaban, montados en sus bicicletas, Jaime y Susana. Él con compostura atlética, pelo castaño, nariz picuda y poca estatura; ella, alta, esbelta y con una larga melena rubia.

Iban por un camino de tierra, en una colina a las afueras de la ciudad, desde donde podían ver la plaza donde montaban la feria año tras año durante las fiestas de la ciudad. Y como todos los años, les gustaba pasar por allí para ver cómo preparaban el recinto.

– He oído que este año la noria es enorme. –apuntaba Jaime.

– A mí me han dicho que van a traer una montaña rusa del extranjero. –comentó Susana.

– ¿Sabes qué? Tengo curiosidad por saber cómo será el circo este año.

– Ya, espero que sea mejor que el del año pasado porque, joder, fue una mierda.

– Y tanto... ¿Recuerdas cuando se cayeron los trapecistas?

– Menos mal que estaba la lona debajo. ¿Y cuando casi se ahoga el mago?

– Eso fue muy fuerte, si no hubieran encontrado el mazo a tiempo no sé qué hubiera sido de él. Meterse en un tanque de agua para hacer el truco está bien, siempre y cuando no salga nada mal.

– Fue horrible, el mundo circense desde luego no era lo suyo.

Pasó el tiempo hasta que llegó el día. El día en el que Susana y Jaime fueron a la feria. Se lo pasaron en grande montándose en las distintas atracciones y comiendo algodón de azúcar y manzanas de caramelo. Por la noche, para finalizar aquel fantástico día, decidieron pasarse por el circo.

A las afueras del recinto, rodeado de LEDs de colores que parpadeaban al ritmo de la música, se erguía imponente la colorida carpa.

– Esto... –Jaime se detuvo cuando se acercaban a la cola para comprar los tickets– Sus, ¿tú tienes dinero, verdad? Porque yo creo que me he gastado todo, y lo que me queda tengo que guardarlo para el bus.

– Pues yo estoy igual. –dijo revisando su riñonera– Tendremos que volver el año que viene...

– Espera. ¿Y si nos colamos? –dijo mirando a un rincón de la carpa al que la luz de las farolas no alcanzaba a iluminar.

– ¡Jaime no podemos hacer eso! ¡Nos van a pillar!

– Puede... O puede que no. Venga, es de noche, no nos verá nadie.

– Bueno... Venga, vale, vamos. –Susana no pudo evitar ceder ante la mirada enternecedora que puso su amigo.

Tal y como dijo Jaime, los dos rodearon la carpa para buscar una forma de entrar por otro lado. Caminaron cuidadosamente sin separarse de la carpa, con el ruido de los animales y el ajetreo de la gente de fondo.

– ¡Wow!–exclamó Jaime– Nunca había visto esta parte de la feria. Hay muchas caravanas, no sabía que trabajaba tanta gente aquí.

– Jaime, silencio. -susurró Susana- Alguien viene.

Una figura alta, cuyos rasgos no pudieron ver debido al contraluz, se acercaba a ellos lentamente. Los dos se quedaron inmóviles, deseando que no les hubiera visto. Pero por desgracia para ellos sólo fue un deseo.

– Vaya, vaya. –dijo con la voz rota– ¿Qué tenemos aquí?

Cuando se acercó pudieron ver que era un hombre de unos cincuenta años, calvo, con nariz achatada y una barba descuidada de pocos días.

– ¿Acaso no sabéis que no podéis estar aquí?

– Sí, lo sentimos. –se disculpó Susana– Estábamos...

– Estábamos buscando un baño. –afirmó Jaime rápidamente.

– Comprendo. –dijo aquel hombre– Siento deciros que aquí no hay ningún baño.

– Vaya, es una pena. Entonces nos vamos, muchas gracias y perdón por las molestias. –se apresuró a decir Susana con una sonrisa nerviosa.

– Esperad. Podéis usar el baño de mi caravana, está aquí cerca.

– No ha... hace falta, gracias. –respondió Jaime con el corazón a punto de salírsele del pecho.

– Tranquilos. Acompañadme, de verdad que no me importa. –insistió.

Ante su persistencia, y su aparente amabilidad, acabaron cediendo. Presas del miedo siguieron a aquel hombre intimidante en silencio. La caravana a la que les llevó, apartada del resto, era bastante grande y lujosa.

– -Tenéis suerte. –dijo el hombre– Tengo dos baños, así no tenéis que esperar. Yo, mientras tanto, me prepararé para la función.

Cuando salieron del baño se encontraron a su anfitrión disfrazado de payaso. Tal era el cambio que hubieran jurado que se trataba de otra persona.

– -¿Qué os parece? –preguntó con voz de falsete– ¡Berto, el payaso feliz, ha llegado a la ciudad! ¡Jo, jo, jo!

– Que guay. Me encantan los payasos. –exclamó Jaime con falsa emoción.

– Bueno, nosotros nos vamos ya, muchas gracias por dejarnos usar su baño. –dijo Susana mientras tiraba de Jaime hacia la puerta.

Pero la puerta no se abría, estaba cerrada con llave.

– Señor Berto, ¿podría abrirnos por favor? –pidió Jaime nervioso.

– ¿Sabéis qué? –dijo Berto, usando su voz siniestra de nuevo– La vida es una mierda. En este mundo sin dinero no eres nadie, no eres nada. –se agachó para buscar algo en un cajón– La vida circense, sinceramente, tiene muchos gastos, y eso no deja demasiado para el sueldo de un pobre payaso. Así que busqué otra forma de conseguir beneficios, y la encontré. –se incorporó con un par de sogas en una mano y una pistola en la otra– Resulta increíble la cantidad que ofrecen algunas personas por órganos sanos. Y si son jóvenes, más. –acto seguido les apuntó con el arma– Vaciad vuestros bolsillos, tiradlo todo al suelo. ¡Rápido!

Lo hicieron enseguida, enmudecidos y pálidos por el miedo. Después, Berto les ató con fuerza con las sogas y les dejó tumbados en la cama. Antes de irse apretó un botón escondido debajo de la encimera de la cocina tras lo cual se empezó a oír el silbido de algún tipo de gas saliendo por las rendijas del aire acondicionado.

– Ahora empezaréis a sentiros cansados. No os preocupéis, solo os echaréis una siesta. No quiero mataros. –hizo una pausa, dubitativo, para repasar sus planes– Bueno, no todavía.

Entonces se puso la nariz roja y esbozó una sonrisa tétrica, disfrutando de cómo luchaban en vano sus víctimas por desatarse y sabiendo que pronto sufrirían los efectos del somnífero.

– ¡Berto, el payaso feliz, volverá después de la función! ¡Hasta luego amiguitos! 

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