XV

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«Aún lo recuerdo. Han pasado veinte años y su recuerdo permanece en mi cabeza con la claridad del cielo en un día de verano. Aquella fría noche de invierno... Yo estaba en la cama, tratando de dormir, asustado por los ruidos de las sombras que llamaban a mi ventana movidas por el fuerte vendaval del exterior acompañados del monótono sonido de la lluvia contra el cristal.

Mi madre canturreaba, con su preciosa voz, en la cocina mientras terminaba de preparar la comida para el día siguiente. Por el olor parecía alguna especie de estofado o guiso con mucha, mucha cebolla.

Entró. Entró sigilosamente, como un fantasma. Ninguno nos dimos cuenta, hasta que fue demasiado tarde.

Y aquel chillido de mi madre, espeluznante, aterrador, que hubiera puesto los pelos de punta a cualquiera. Inmediatamente después se oyeron los pasos rápidos de mi madre, tratando de huir de nuestro inesperado visitante.

Poco después pude ver su sombra proyectada frente a la puerta de mi habitación. Se tropezó con la alfombra y cayó. Vi cómo trataba de levantarse, dolorida, pero era tarde. Aquella persona la alcanzó rápidamente, la levantó y la empujó contra la pared. Y la sombra del intruso se llevó una mano a la cintura mientras con la otra mano tapaba la boca de mi madre para impedir que pidiera ayuda. Vi cómo la sombra de un objeto puntiagudo se elevaba sobre la cabeza de mi madre y cómo la sangre salpicaba la pared de color salmón. Un color que nunca me gustó.

El asesino vino hacia mi habitación. Al asomarse a la puerta me vio, mirándolo fijamente, ojiplático, inmóvil, asustado. Y se acercó lentamente. Me aterraron especialmente los ojos de botón cosidos en el pasamontañas que cubría su cara.

Veinte años y sigo recordando esa pesadilla. ¡Hay que ver cuán poderosa es la imaginación de los niños!» –pensaba mientras terminaba de prepararse.

Se ajustó el cinturón de herramientas y se aseguró de tenerlo todo en orden. Después recogió su pasamontañas negro, caracterizado por dos brillantes botones del mismo color cosidos a modo de ojos, y salió de casa.

Aquella era una fría noche de invierno, una noche en la que las sombras golpeaban las ventanas movidas por el viento y la lluvia chocaba incesante contra los cristales.

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