VII

7 2 0
                                    

Conocí a la pequeña Alice cuando tenía seis años. Fue un encuentro fortuito: yo estaba sentado en el banco en el que me sentaba todos los días, leyendo una noticia en el periódico sobre la desaparición de varios menores, cuando la dulce criaturita de cabellos dorados se acercó a saludarme.

Lo recuerdo bien, se acercó tímidamente, vigilada atentamente por sus padres desde el banco de enfrente. Me dio los buenos días y con mucha educación me pidió ver más de cerca mi estrambótico sombrero de copa verde y amarillo, el cual siempre atraía las miradas de los más pequeños.

Yo iba a aquel parque todos los días, y ella, después de clase, también. Y siempre venía a saludarme y a acariciar el suave terciopelo de mi sombrero. A veces me regalaba flores que encontraba en el suelo o piedras con formas y colores inusuales. A veces la ofrecía caramelos y chocolatinas que compraba en el kiosco que hay en la entrada del parque.

Conocí a la pequeña Alice cuando tenía seis años, y eso fue hace tres años. Tres años. Y hace apenas treinta y seis horas que me dejaron al cuidado de la pequeña Alice mientras ellos atendían asuntos importantes. Pero empezó a llover, y no quería que la pequeña Alice se resfriase. Me la llevé a mi casa y preparé chocolate caliente. Puede que sus padres llamasen para saber dónde estaba su dulce hija, pero nadie les contestaría si llamaban a un número falso.

Por la noche le di mi amor, pero la pequeña Alice gritaba demasiado. Cuanto más gritaba más fuerte empujaba yo, y al final se calló. Se calló para siempre.

Ahora voy conduciendo y la pequeña Alice viaja en el maletero. En el restaurante "Mi Pequeño Angelito" siempre reciben con los brazos abiertos la carne que les llevo, tierna y jugosa.

Deliciosa.

Proyecto GHOSTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora