XI

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A quien esté leyendo esto:

Mi nombre es Andrew Garsson, y soy un cazador de rango 6 del Tercer Regimiento del Sur. Sé lo que estás pensando, pero no, no soy ese tipo de cazador. No cazo venado, o pequeños mamíferos; tampoco animales exóticos o grandes criaturas. No cazo por deporte ni por diversión. En realidad tampoco soy realmente un cazador, no. Soy un mercenario. Cazo personas.

Quizás no me creas, pero es la verdad. Y ellos no quieren que la sepas. Durante la historia más reciente de la humanidad los enfrentamientos bélicos han tenido como objetivo el control de los cada vez más escasos recursos que nos ofrece este moribundo planeta. Pero dado que a la gente no le gustan las guerras, ellos idearon otra estrategia. Una solución alternativa para seguir explotando los recursos naturales que permite finalizar todas las guerras y vivir en paz. Estoy hablando de controlar la superpoblación.

En un momento de mi vida me vi marginado de la sociedad, y estando casi al borde del suicidio oí hablar de un trabajo secreto para una gran empresa. Coaccionado por la desesperación, esta oferta apareció ante mis ojos como un rayo de esperanza para comenzar de cero y obviamente fui incapaz de rechazarla. Me prometieron viajes a lugares que únicamente unos pocos afortunados podían visitar, mucho dinero, una vida llena de lujos. Me prometieron el paraíso. ¿Acaso tú no hubieras hecho lo mismo?

Fui muy inocente. El paraíso no existe en este mundo de mortales, y eso es algo que aprendí por las malas.

En el cuartel he conocido a mucha gente. Y aunque algunos compartían una historia similar a la mía, la mayoría de mis compañeros tenían unas mentes obscuras, crueles y retorcidas. Eran sádicos que habían aceptado aquel empleo para disfrutar de pecados por los que en cualquier otro lugar se les hubiera considerado criminales de la peor calaña. Pero allí daba igual, porque vivíamos protegidos por los "dioses" empresariales que dominan el mundo.

Todas las mañanas salíamos temprano de cacería, armados hasta los dientes a pesar de que nuestras presas muchas veces apenas tenían siquiera agua potable. Nuestra finalidad era asesinar, el cómo lo hiciéramos daba igual. Lo más sencillo era usar armas de fuego, pero era común ver violaciones o torturas. He corrido por ciudades, bosques, desiertos... persiguiendo a gente indefensa cuyo único crimen era haber nacido en un país pobre. Y siempre volvía al cuartel mirando al cielo, pidiendo perdón en silencio por todos los cuerpos mutilados que siempre acababan esparcidos por el suelo, mientras algunos compañeros se divertían aplastando restos de cadáveres con las suelas de sus botas.

Aún recuerdo un día en el que atacamos una aldea sin nombre olvidada en las profundidades de una selva. Dos compañeros capturaron a un niño, no tendría más de diez años. Estuvieron toda la noche "jugando" con él, arrancándole los miembros con un cuchillo de cocina y tratando de sacarle los sesos por la nariz. Decían que habían oído que en el pasado era una práctica habitual, pero nadie les dijo que a los que se lo hacían ya estaban muertos... Al menos tuvieron la decencia de coserle los labios para que no pudiera gritar.

Todos los días nos ofrecían alcohol, tabaco y drogas para olvidar los actos horripilantes que realizábamos durante las cacerías y poder dormir tranquilamente. Pero hace años que dejaron de tener efecto en mí. Innumerables han sido las noches que he pasado en vela, noches en las que cerrar los ojos suponía ver gente siendo masacrada de formas dignas del mismísimo Satanás. Y es que si algo he aprendido durante mis años como cazador es que este mundo en el que vivimos es el infierno mismo, donde todos vivimos torturados durante todas nuestras efímeras vidas.

Si has encontrado la botella que contenía esta carta, y estás leyendo esto, significa que mi cuerpo se encuentra atado a unas rocas a varios kilómetros de profundidad en las frías aguas del Océano Atlántico.

Por favor, difunde este mensaje, el mundo necesita conocerlo. El mundo necesita saber que se está llevando a cabo esta práctica tan inhumana. Porque la gente que muere en nuestras manos no tienen la culpa de todos los problemas que afronta la humanidad. Porque la gente a la que asesinamos con sangre fría es gente pobre y humilde. No merece acabar así solo para que un puñado de gente pija pueda seguir malgastando cosas tan preciadas y a la vez tan poco valoradas como el agua o el aire limpio.

Fdo.:

Andrew J. Garsson

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