Bajó las escaleras. El sonido de cada paso sobre la madera se multiplicaba en el gélido silencio del sótano iluminado débilmente por una vieja bombilla que luchaba por no apagarse. Se detuvo para observar con detenimiento toda la estancia y, sin decir nada, se sentó junto a ella.
– Ya está hecho. – murmuró ella.
– Debiste haberlo hecho hace mucho tiempo. –añadió él.
– No estaba preparada, ni siquiera sé si ahora lo estoy.
– Pero lo has hecho.
– Ya no hay vuelta atrás.
– Exacto.Ambos se quedaron en silencio.
– Te noto extrañamente tranquila.
– ¿Qué quieres decir?
– Creí que estarías, no sé, asustada. Aterrada.
– Lo estaba, hasta hace unos minutos lo estaba.
– ¿Y qué ha cambiado?
– Pensé que la culpabilidad me iba a matar por dentro, pero no me siento culpable.
– ¿Y cómo te sientes?
– Relajada, con una inmensa calma.
– Te dije que no sería para tanto. Debiste haberme hecho caso.
– No puedo hacerte caso, no existes.
– ¿Y con quién estás hablando?
– Contigo, pero igualmente no existes.
– Quizás sí.
– Él no podía verte. Ni oírte.
– Tampoco puedes ver ni oír la luz ultravioleta, y eso no significa que no exista.
– Ya pero...
– Además muchas veces él tampoco te veía, ni te oía.
No supo qué responder. Llevaba varios minutos con la mirada perdida en un punto en la pared que tenía en frente, pero tras esas palabras bajó la cabeza. Una lágrima rebelde saltó de su ojo y cayó entre los numerosos moratones que tenía en el antebrazo. Moratones que llenaban todo su cuerpo y cuyo origen llevaba años escondiendo, para protegerle a él... para protegerse a sí misma.
– ¿Qué voy a hacer ahora?
– Se me ocurre una buena: disfrutar de tu libertad.
– ¿Y qué voy a hacer con este estropicio?
– Límpialo.
– Hay un puto cadáver en mi sótano. No puedo simplemente «limpiarlo». – su voz comenzó a temblar – Y tampoco puedo llamar a la policía.
– ¿Por qué no?
– ¡Porque hay un puto cadáver en mi sótano!
– Vaya, desapareció la calma.
– ¿Qué parte de que hay un puto cadáver en mi sótano no entiendes?
– Si te pones nerviosa va a ser peor.
– Tarde.
– Llama a la policía, cuéntales lo que ha pasado.
– ¿Ah, sí? Hola, ¿policía? Quería confesar un asesinato, podéis venir a recoger el cuerpo, gracias.
– Yo diría más bien homicidio. Pero ese no es el punto, me refiero a que les cuentes lo que ha pasado en los últimos cinco años. Tienes pruebas, ¿no?
– Sí...
– Quizás te arresten, no sé cómo funciona eso.
– No quiero ir a la cárcel.
– Te llevarán a comisaría, te harán preguntas. Entonces es cuando tienes que contarles todo lo que puedas.
– ¿Estás seguro?
– Al sesenta y cinco por ciento.
– ¿Y después qué?
– Te pasarán con alguien especializado en el tema, probablemente un psicólogo o algo así. Esa persona te ayudará, y te pondrá en contacto con algún abogado. Después, lo único que tienes que hacer es reunir todas las pruebas que tienes.
– Los chats, los vídeos, los audios...
– Y las heridas.
– También... ¿Cómo sabes todo eso?
– He visto muchas películas.
De nuevo en silencio, ahora miró el cadáver que yacía tirado en el suelo. Aquella mañana se enfadó con ella porque no había calentado lo suficiente la leche del desayuno. Le tiró la jarra a la cabeza. Ella lo esquivó y eso le hizo enfadarse más. Ella no vio venir el puñetazo y mientras se tambaleaba, tratando de buscar un pañuelo en su bolsillo para detener la hemorragia nasal, él la empujó contra la puerta del sótano. La puerta se abrió y ella cayó por las escaleras.
Él, bajando las escaleras sin parar en ningún momento de atacarla verbalmente. Ella, tirada en el suelo del sótano. Tenía miedo, mucho. No sabía qué iría a hacer. Desde que empezó aquel infierno cinco años atrás nunca había sido capaz de saberlo. Puñetazos, empujones, tirones de pelo, cortes... nunca sabía cuál sería el castigo que tendría para ella.
Entonces vio la caja de herramientas tirada debajo de las escaleras y en un momento de desesperación comenzó a arrastrarse hacia ella. No podía protegerse de él, de sus brazos, era demasiado fuerte para ella, pero quizás ahí encontrase algo que la ayudara.
Con fuerza y con rabia le agarró del pelo y la levantó, empujándola contra la pared. Después la agarró del cuello y comenzó a apretar cada vez más. Ella era incapaz de hacer nada, estaba a su merced, cualquier esfuerzo por resistirse sería en vano. Y en ese momento en el que había perdido toda esperanza, cerró los ojos y lanzó su ofensiva.
Con un grito de dolor la soltó. Abrió los ojos. Él se había llevado las manos al cuello, donde por ambos lados asomaba un oxidado destornillador ahora cubierto de sangre, sangre que salía a borbotones. Poco a poco se debilitaba, le costaba tenerse en pie. A cuatro patas, tembloroso, aterrado, lloraba y gritaba con sus últimas fuerzas, ahogándose con la sangre que ahora también bañaba sus labios.
Y, finalmente, su cuerpo cayó vacío de vida sobre un charco carmesí.
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Proyecto GHOST
HorrorViajar es uno de los placeres de esta vida, te ayuda a crecer como persona, te quita los prejuicios, te enseña a valorar las cosas y te permite aprender valiosas lecciones de otras culturas. Pero al igual que la Luna, viajar también tiene un lado os...