– ¡Corre, joder, corre!
Ambos corrían bajo una intensa lluvia por una vieja carretera que atravesaba un pinar.
Los dos se habían conocido aquella tarde. Tom había ido a entregar un paquete a aquel pueblo, alejado de la ciudad. Hubiera ido en bici, pero se le había roto el día anterior, por lo que tuvo que recorrer andando esa carretera olvidada. A su vuelta coincidió con J.P. , un chico alto, pelirrojo, con rasgos característicos de países del norte. Y a los dos les sorprendió la tormenta.
– ¡Tom, ahí hay una casa! –indicó el joven con su acento extranjero.
Tom no se había fijado en la ida, pero efectivamente había un edificio abandonado a pocos metros de la calzada. Un chalet no muy grande, con las ventanas tapadas por tablones de madera.
– ¿Qué te parece si esperamos ahí hasta que amaine la tormenta, Tom?
– Está bien. –respondió sin estar del todo convencido.
Ignoraron los carteles de advertencia, de prohibido pasar, de propiedad privada, etc. Por suerte o por desgracia la verja estaba abierta, y dentro la naturaleza se había apoderado del jardín. Les resultó complicado atravesar los matojos de hierba asilvestrada que habían crecido a lo largo de años. La puerta principal curiosamente también estaba abierta, pero no dudaron en entrar para resguardarse del diluvio. El interior estaba oscuro, y frío. Podían oír el eco de las goteras del pasillo.
– No resulta muy agradable, la verdad. –comentó Tom– Todo está roto y sucio... Esto me da mal rollo.
– ¿No tendrás miedo a los fantasmas?
– Qué va. –exclamó– Los fantasmas no existen, el miedo que tengo es que se nos caiga la casa encima. ¿Tú crees en ellos?
– Bueno, nunca se sabe –dijo con aire misterioso.
– Bah, bobadas. No hay ninguna base científica que pruebe su existencia. Oye, cambiando de tema, ¿te parece si exploramos este sitio?
– Como quieras. –dijo encogiéndose de hombros.
Y así hicieron. Todas las habitaciones estaban vacías, todas parecían iguales.
– Espérate un momento. –dijo Tom entrando en lo que parecía la cocina, seguido de cerca por J.P. – ¡Ey! ¡Tío quiero echar una meada y paso de sacarme la chorra contigo al lado! Espérame en el pasillo.
Aunque J.P. le hizo caso, se sintió observado.
Cuando terminó siguieron explorando, hasta que llegaron a unas escaleras.
– ¿Qué hacemos? –preguntó Tom
– No creo que debamos subir, puede ser peligroso... Pero si quieres podemos bajar al sótano, quizás encontremos algo interesante.
– Bajemos, pues.
Tom sacó su móvil para encender la linterna. Las escaleras daban a un largo y oscuro pasillo encharcado y lleno de moho. Al fondo encontraron una puerta semiabierta de la que salía un hedor pestilente. Tom se tapó la nariz con el cuello de su camiseta y miró a su compañero, quien le hizo un gesto con la cabeza para que siguiera adelante.
Al entrar se quedaron paralizados. Era una pequeña sala circular, y en el centro, colgando del techo, se encontraba el cadáver de un hombre ahorcado.
– Mira Tom. –dijo señalando al suelo– Parece una nota, debe habérsele caído.
Tom la recogió y la leyó en voz alta.
– «Voy a suicidarme, y si estás leyendo esto significa que mi vida se ha terminado. Confieso que he sido un asesino, he matado a personas y animales con sangre fría. Pero mi conciencia ha despertado y me ha abierto los ojos. Soy un ser despreciable que no merece vivir. Rechazo el don que me fue dado con la vida, y acepto el castigo que el Señor tenga preparado para mí.»
– Hostia qué turbio.
– Ya te digo.
– ¿Qué habrá detrás de esa otra puerta?
– Ni idea, vamos a ver.
Esta puerta era de metal, más pesada que las anteriores, pero tampoco estaba cerrada. Al otro lado había lo que parecía un almacén. El suelo estaba cubierto de una sustancia oscura que Tomo no tardó en identificar como sangre. Cuanto más avanzaban más se le revolvían las tripas: cuerpos de perros, de gatos, de niños, de niñas, de hombres, de mujeres. Todos ellos mutilados, desmembrados. La escena era tan horrible como el olor.
– J.P. voy a potar, vámonos de aquí.
– No.
– ¿Qué? ¿Por qué? Vámonos, llamaremos a la policía.
– Yo no.
– ¡Pues yo sí!
– No podrás.
– ¿Qué coño dices? –gritó mientras caminaba con paso ligero hacia la puerta– ¡Mierda, la puerta está cerrada! ¿Qué has hecho?
– ¿Crees en los fantasmas, Tom?
– ¿De qué cojones estás hablando? –gritó, cada vez más nervioso– ¡Tenemos que irnos!
– No puedo irme, Tom. Mi cuerpo está aquí.
– Ya sé que tu cuerpo está aquí, te estoy viendo. ¡Ahora haz el favor de mover tu cuerpo y ayudarme a abrir esta maldita puerta!
– Tom, observa mejor. Mi cuerpo está aquí. –repitió señalando a un rincón de la sala.
El joven apuntó con la luz de la linterna hacia ese rincón. Allí había una cabeza en un charco de sangre. Una cabeza con una cabellera pelirroja. Era su cabeza.
– ¿Qué cojones es esto? –gritó de nuevo– ¡J.P., qué clase de broma es esta!
– No es ninguna broma. Es la realidad, la cruel realidad.
Tom se dio la vuelta para aporrear la puerta con todas sus fuerzas pidiendo auxilio.
– Tus esfuerzos son inútiles Tom. No puedes salir, tu cuerpo también está aquí.
– ¿Qué coño quieres decir? ¡Yo estoy vivo!
– Tom, –dijo con calma– ¿Por qué, cuando saliste de casa, no cogiste tu bici? –su voz sonaba triste y melancólica.
– Porque está estropeada, te lo conté cuando te conocí. –Tom se llevó las manos a la cabeza y se puso a dar vueltas en círculos, desesperado– Esto es increíble, estoy hablando con un puto fantasma.
– Se cayó por un barranco y se rompió, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Recuerdas algo más?
Tom se detuvo y bajó la mirada cuando se dio cuenta de que había pisado algo sin querer. Había pisado una mano, una mano humana marcada con un pequeño tatuaje de un corazón en el dorso. Sin poder evitarlo comenzó a temblar, y lentamente se miró el dorso de la mano.
– N... No –respondió con miedo.
– Tom, tú caíste junto a la bici. Y él te encontró. Recogió tu cuerpo sin vida y lo trajo aquí para satisfacer sus deseos macabros. Al igual que hizo conmigo, al igual que hizo con el resto. Tu cuerpo está aquí, Tom, y aquí permanecerás eternamente.
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Proyecto GHOST
HorrorViajar es uno de los placeres de esta vida, te ayuda a crecer como persona, te quita los prejuicios, te enseña a valorar las cosas y te permite aprender valiosas lecciones de otras culturas. Pero al igual que la Luna, viajar también tiene un lado os...